—La verdad, si la hay, no tengo idea. —Se encoje de hombros desesperanzado. Yo, por mi parte, le pido que aguarde un momento antes de salir corriendo hasta mi habitación y volver con mi laptop y celular entre mis manos—. ¿Para qué necesita esos cacharros? —pregunta, haciendo referencia a mis aparatos electrónicos que tanto odia. Camina detrás de mí mientras nos dirigimos al lago, y en menos de tres zancadas ya se encuentra a mi lado observándome con curiosidad.

—Veremos pornografía.

—¿Qué es pornografía?

Ignoro su pregunta con una sonrisita burlona y me siento justo en la orilla del lago, con cuidado de dejar una distancia prudencial entre mis "cacharros" —bastante caros, por cierto— y el agua. Abro la tapa de la laptop y enciendo mi teléfono para conectar el poco internet que tengo por la escasa señal que hay aquí a ella. Una vez hecho eso, ante la atenta mirada del fantasmita, busco en internet rituales, trucos o cualquier mierda factible para cambiarle la ropa a un muerto.

—Esto va a ser complicado. —Entrelazo los dedos de mis manos y las estiro, sabiendo que estaré un buen rato buscando entre páginas turbias o links con virus hasta dar con buena información.

—¿Qué haces? ¿Por qué hay texto en esa pantalla? ¿Y esas imágenes? ¿Es eso un demonio? Abbie, ¿qué tienes en ese cuadrado con luz? —Tengo que atravesar con mi mano su cabeza para que se aparte y quite su cara de la pantalla.

—Cierra la boca y déjame buscar, joder. —Él hace una mueca de disgusto y se aparta un poco, pero sin disminuir ni un poco la concentración que tiene sobre mi computadora, intentando descifrar qué es y cómo funciona—. Esto que ves aquí es internet, y sirve para buscar cosas.

—¿Qué tipo de cosas? —indaga.

—Lo que desees, cualquier información sobre cualquier cosa que se te ocurra está aquí. Hay cosas más difíciles de encontrar y otras no tanto, pero todo está justo aquí. —Hank frunce el ceño mostrándose notablemente confundido.

—No te creo.

—Pregúntame algo, entonces, y lo busco.

—¿En qué año falleció mi tátara, tátara, tátara, tátara, tátara, tátara abuelo Rumilius Hawthorne y cómo murió? —Tecleo en la barra buscadora rápidamente y en menos de un minuto ya tengo la respuesta. Su desafío es bastante fácil, a decir verdad, podría haber sido peor.

—Falleció el trece de julio de mil quinientos diez porque se atragantó con una nuez. —Tuve que reprimir mis ganas de reírme al leer lo último. Pero es que, qué forma tan patética de morir.

Hank me observa boquiabierto desde su lugar, turnando la mirada de la pantalla hacia mí.

—Bueno, debo admitir que me ha sorprendido. —Sonrío victoriosa y sigo con mi anterior tarea de búsqueda. Mientras tanto, le pido a Hank que saque un tema de conversación para distraerme un poco del estrés que es buscar cosas turbias en internet.

—Mi padre era contador, uno muy bueno, a decir verdad. Llevaba las cuentas de casi todo el pueblo, y sin él, los inútiles de la alcaldía nos habrían fundido en unos pocos años. Y mi madre, en cambio, ¡oh! Esa mujer era el mismísimo diablo con la más pura fachada de ángel. —Ríe. Intento no mostrarme sorprendida por ello, y lo dejo ser aunque desee perderme en el sonido de su risa por unos segundos más—. Siempre nos regañaba, nos enseñó todos los modales que hoy en día son parte de mí como si los tuviera grabados, y cuando nos veía llegar hechos unos simios después de una tarde entera jugando en el barro se volvía loca. Aunque así la amaba—Sonríe—. Solía vestirse elegante todo el tiempo. Siempre estaba bonita, no importaba la hora ni el lugar, parecía un ángel. Lamentablemente, ese brillo se perdió cuando morí, fue como si se hubiese apagado por completo, como una estrella llegando a su fin.

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