Capítulo 26

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Después de un poco de esfuerzo, saltos y piruetas, consigo llegar al salón sin quemarme viva. El fuego arde salvajemente, arrasando con todo a su paso y, por un momento, temo haber llegado demasiado tarde. Que Dorian y Thomas hayan muerto purificados cuando el techo del salón de entrenamientos colapsó. Pero no encuentro ningún cuerpo calcinado, ni si quisiera el de Juliette, por lo que salgo de allí y me voy a la carrera.

Subo por la pared y trepo, saltando de un lado a otro para evitar las llamas. La Tour arde, como arde la furia en mi interior. Mi cabeza se siente nublada, mi fuerza crece con cada paso, y solo un pensamiento se repite constantemente; Jerome está muerto.

Murió por mí, por mi causa. Murió tratando de ayudarme. Dios sabe que no tenía que hacerlo, que podríamos haberlo evitado si tan solo me hubiese escuchado.

¿Por qué tenías que ser tan necio? ¿Por qué no te marchaste cuando te lo pedí? Casi quiero gritar las palabras, como si pudiera escucharme. Sin embargo, el conocer la respuesta es lo que realmente me destroza.

Por mí. Se había quedado por mí.

Lucille es como él. Es una de ellos, y aun así, tú la amas.

No sabía cuánta razón tenía Giselle entonces. Tal vez Jerome no me amase de la manera en que ella creía, en la manera en que le hicimos creer, pero me amaba. Aun sin saber lo que escondía, sin conocer la condena que arrastraba, Jerome me había amado, siendo tal cual era. Había decidido quedarse a pelear por mí, por mi libertad, y había dado su vida a cambio.

El dolor en mi pecho casi me hace perder el equilibrio cuando llego a la planta superior, que no está mucho mejor que la anterior, y entonces repito el mismo proceso. Debo encontrarlos, pienso. No pueden haber ido demasiado lejos, ¿o sí?

Mientras me aferro a una pared de piedra, agazapada de manera antinatural, cierro los ojos y aguzo los oídos; el crepitar del fuego y el crujir de la madera me dificultan la tarea, pero finalmente doy con lo que busco. Abro los ojos a tiempo para ver que una columna amenaza con llevarme por delante en su caída y salto hacia la siguiente pared para evitarla, en horizontal hacia las escaleras. La madera de la pared se desquebraja bajo mi cuerpo, expulsando una potente llamarada que me quema las manos cuando trato de sostenerme.

Suelto una maldición y vuelo a saltar antes de que me trague, y aun con las manos en carne viva me aferro a la siguiente pared, y continúo así hasta llegar al techo de la Tour. Corro entre el humo que ennegrece el cielo sobre toda Emeraude y, desde mi posición, puedo ver a toda la población aglomerada a los alrededores, horrorizados y soltando plegarias. Algunos incluso se han acercado para intentar apagar el fuego antes de que la estructura se caiga a pedazos.

Los dejo atrás, sabiendo que sus oraciones no serán escuchadas, y me arrojo hacia la Cathedrale du Soleil, que se iza ante mis ojos envuelta en una nube oscura.

El ruido de la batalla llega a mis oídos mucho antes de que me encarame en la cornisa del campanario y trepe por la pared. Me cuelo por una de las aberturas en el preciso instante en el que Thomas arroja a Dorian por el aire y este aterriza contra una campana, haciéndola retumbar. No le da tregua, yéndosele encima y blandiendo un par de dagas en el aire con la intensión de cortarle el cuello.

Espera, ¿son esas mis dagas?

Dorian se recupera y salta para esquivar el huracán de cuchillas en el que se ha convertido Thomas, pero aun así este lo alcanza en el brazo y la abre la piel de largo a largo.

Aprovecho su distracción y me dejo caer a su espalda. Todavía conservo el cuchillo de caza de Jerome y lo empuño para irme contra Dorian.

El vampiro esquiva mi ataque como si hubiese estado esperándome. Lanzo otro golpe acompañado con un grito de furia, antes de cortar el aire en su dirección por segunda vez. Sin importar que tan rápido me mueva, él consigue evitarme. Intercepta mi brazo cuando apunto el cuchillo hacia su rostro y sonríe. 

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora