Capítulo 1

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La bolsa de cuero cae frente a mí con un sonido metálico y algunas monedas se desparraman por la abertura y repiquetean contra la madera mancillada. Son lyrios de plata, tan sucios y gastados que el grabado del lirio que simboliza Ivorea se ha borrado. La bolsa no está mucho mejor; raída y llena de agujeros, pero al fin y al cabo cumple su cometido. A simple vista parece suficiente. Cualquier otra persona en mi lugar, tal vez con un poco de dignidad, lo tomaría y se iría sin protestar, pero estoy segura de que falta mucho más.

—¿Qué es esto? —pregunto duramente al hombre frente a mí.

Él planta sus manos en la barra y me mira del otro lado. Sus uñas están mugrientas, al igual que el pañuelo que lleva sobre el hombro. Se me hace difícil no arrugar la nariz por el fuerte y agrio olor del licor de la pequeña taberna, el cual él parece llevar también entre las fibras de la ropa, como si el olor brotara por sus poros al igual que su sudor.

Los clientes no huelen mucho mejor. Todo lo contrario. Una rápida pasada con los ojos es suficiente para saber que la mayoría son leñadores y mineros, por lo que el lugar apesta a una mezcla entre alcohol, sudor y madera quemada y vieja. O tal vez aquel olor a chamuscado provenga del enorme caldero que humea al fondo de la cocina. No consigo estar segura. Sospecho que también hay algo de humedad en las tablas del piso, tan desgastadas que por un momento creo que podrían quebrarse bajo mis botas si no fuera porque mi peso es increíblemente liviano.

—¿Qué crees que es? —gruñe el hombre de vuelta.

Miro las monedas frente a mí y frunzo las cejas.

—Esto no fue lo que pedí —espeto—. Pedí el doble de esto por hacer el trabajo. Cualquier otro te hubiese pedido mucho más.

Él se inclina hacia adelante para verme más de cerca, como si intentase intimidarme con su descomunal tamaño, pero está muy lejos de eso.

—Dijiste que lo harías en dos días —dice, y su aliento apesta a una mezcla entre ron y cerveza barata. Asqueroso—. Y lo has hecho en tres.

Levanto el mentón para mirarlo a los ojos, demostrando que no me asusta.

—Lo hubiese hecho en menos de dos si me hubieses dado la información correcta —refuto—. Y aunque me haya demorado un día de más, el trabajo está hecho. Así que quiero el dinero que pedí.

—Yo tomaría lo que te estoy dando, niña —gruñe. Pasa una rápida mirada por la taberna para comprobar que nadie nos esté escuchando. Entonces baja la voz al decir—: Los purificadores no cobran nada en lo absoluto.

Aprieto la mandíbula tan fuerte que mis dientes rechinan. Y aunque sé que no vale la pena malgastar mi aliento, le gruño de vuelta.

—Desde luego; es su trabajo. —Mis dedos se clavan a la madera pulida de la barra, al parecer, lo único que no está podrido en ese lugar—. Pero tú no acudiste a ellos, ¿verdad? Acudiste a mí. Y yo sí cobro por mis servicios.

Sé que mi cólera no tiene nada que ver con que él no quiera pagarme todo el dinero. En otras circunstancias lo habría tomado sin protestar. Pero, ahora que me ha hecho enojar de verdad, estoy dispuesta a discutir.

Sin embargo, él hombre hace un gesto despectivo hacia mí y me manda a volar.

Me apresuro a tomar todas las monedas antes de que se atreva a quedárselas, y una vez que están bajo mi capa, me apoyo contra la barra y lo miro directo a los ojos, con la misma mirada furiosa. Bajo hacia su garganta, observando la vena palpitante que sobresale en su piel bajo la cadena de oro que lleva al cuello.

—Bien —digo, sonando resignada—, no me des el resto del dinero. —Lo cojo por el cuello de la camisa en un movimiento que se le hace imposible de predecir y lo halo sobre la barra—. Pero me llevaré esto.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora