† Capítulo 11 †

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Podría decir que duele

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Podría decir que duele. Que es la cosa más dolorosa que he sentido jamás... Pero no lo es.

Mi cuerpo se adormece al instante en que sus colmillos entran en contacto con mi piel. Primero un pinchazo, como una picada de aguja, luego nada.

Las dagas se caen de mis manos y resuenan en el suelo de madera. Tengo la boca abierta en un intento de grito, pero nada sale de ella. Todo se ha quedado atrapado en mi garganta. Ni siquiera puedo respirar. Creo que incluso mi corazón dejó de latir y casi ni me doy cuenta de cuando ha terminado. Siento el correr de algo caliente por mi cuello y antes de que pueda comprender lo que es, su lengua se desliza por mi piel, limpiando la sangre que ha brotado de la mordida.

Se demora. Lo disfruta cada segundo y lo siento suspirar.

—Eres exquisita —murmura en mi oído. Sus manos me sueltan las muñecas y me recorren los costados con un movimiento lento, posesivo—. Me encantaría llevarte conmigo ahora mismo... Pero no puedo.

Me doy cuenta de que estoy llorando, pero no consigo moverme.

Él se lleva la mano herida a la boca, caminando hasta pararse frente a mí, y antes de que pueda asimilar qué está haciendo, me toma de la barbilla y me obliga a mirarlo. Sus ojos parecen salvajes, no con ese gris de espanto, no. Sus ojos son sus ojos, pero hay una fiereza en ellos que si no fuese porque estoy atrapada en una especie de hipnosis, habría salido corriendo. Entonces veo sus labios, manchados de aquella sangre oscura, más oscura que el vino. Sus dedos se afirman en mi piel cuando se inclina hacia adelante, presionando sus labios contra los míos. Mi boca se abre involuntariamente. Su lengua se desliza hasta la mía y saboreo el metal de la sangre en ella. Su sangre. Lucho por no tragarla, pero se me es imposible. Mi cuerpo no me obedece a mí, sino a él, razón por la cual me encuentro sucumbiendo a su beso. Nunca había besado antes, no sé cómo hacerlo. Lo había imaginado cientos de veces, en mejores circunstancias, y con otra persona. En mi imaginación, todo era perfecto. Todo se sentía de ensueño.

Esto no se siente para nada como lo imaginé.

Muerde mi labio antes de alejarse.

—Bienvenida a la inmortalidad, mi preciosa Elaine —le oigo decir. Cierro mis ojos justo cuando más lágrimas corren por mis mejillas—. Te esperaré —susurra por última vez. Y luego se ha ido.

Me desplomo sobre mis rodillas, incapaz de respirar.

Mi visión es borrosa por las lágrimas. Luego, siento el pánico, frío y palpable. Jadeo por aire y mi pecho arde con el errático sollozo que escapa de mi garganta. Hago arcadas en un desesperado intento por vomitar, devolver lo que acabo de ingerir, pero es imposible. La daga está frente a mí, capturando la luz del sol. Solo tengo que tomarla y acabar con todo esto. Un golpe rápido, profundo, en el lugar preciso, y todo terminará. Tengo que hacerlo... No hay de otra. Tengo que ponerle fin antes de que inicie.

Tomo el mango de la daga y la apunto hacia mi pecho. Y por esos largos segundos que siguen me despido silenciosamente de todo lo que amo. De todos esos sueños que acababan de ser arrebatados. De Thomas.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora