Capítulo 13

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Después de vagar por lo que parecen tan solo unos segundos, el humo nos guía hasta su escondrijo.

Tal y como lo esperaba, una pequeña cabaña se iza más allá de los árboles, con sus paredes de madera de tejo y piedras, y el humo saliendo por la chimenea hacia la noche fría. El bosque está más oscuro de lo usual, y no consigo ver ni una sola estrella brillando en el cielo. A simple vista, no parece nada extraordinario, pero siento entre los huesos que esta noche promete derramamiento de sangre y penurias.

Desde hace poco no he dejado de sentirme vigilada y he echado una mirada a nuestro alrededor para comprobar si nuestros enemigos, Julian y su amigo condenado, nos acechaban desde las sombras, pero no he sido capaz de detectarlos. Si están por allí cerca, no lo sé. Sea como sea, no consigo quitarme la sensación de un par de ojos perforándome la espalda. Tal vez solo estoy siendo paranoica.

El viento silba como una canción de invierno, anunciando la estación venidera. Jerome se ciñe a su levita y frota sus manos enguantadas antes de soltar una exhalación que se congela en el aire.

—¿Estás lista? —me pregunta.

—Tengo un mal presentimiento —respondo sin más. No tengo ninguna intención de hacerle creer que todo saldrá bien, o que nada ha de dañarnos. Ya me he lamentado más de lo que me atrevo a admitir por lo que sucedió la noche anterior.

Sin embargo, esta vez es él quien parece despreocupado. Sonríe perezosamente antes de preparar su ballesta y, mientras lo observo, no puedo evitar recordar a un joven que habría hecho exactamente lo mismo. Sus armas enfundadas a cada lado de su cadera sobresalende los pliegues de su levita; las había creído perdidas cuando Julian lo habíadesarmado, pero después de recorrer el callejón en el que lo habían asediado,las halló escondidas detrás de cajas de basura.

—Ya arriesgamos mucho para estar aquí —dice—. Te mentiría si te dijera que no estoy cagado de miedo, pero no quiero dar marcha atrás porque sé que, de hacerlo, el resultado podría ser mucho peor. Y eso me atemoriza todavía más.

—Jerome...

—¿No eres tú la que siempre tiene el ceño fruncido del fastidio, como si matar criaturas de la noche fuera más sencillo y repugnante que aplastar cucarachas en una taberna de mala muerte?

No me molesto en protestar, sé que no tiene caso. Jerome se arrojará de cabeza en esta truculenta competencia conmigo o sin mí, así que continúo caminando hacia la cabaña, decidida a no dejarlo salir herido por su terquedad. La luna sale de entre las nubes e ilumina solo un poco el camino, lo que le da un aspecto sombrío. Escucho el aullido de un lobo en alguna parte de las entrañas del bosque y se une a la canción del viento.

Nada más llegar a los alrededores de la vivienda, noto que hay algo mal.

Miro de izquierda a derecha y encuentro arbustos de belladona, mandrágora, acebo y muérdago. Los helechos abrazan las paredes de la cabaña hasta un punto en que casi la cubren por completo. Una campana de viento hecha de caracoles y cuarzos de colores se mece en el pórtico de la vivienda, entrechocando una y otra vez. Hay velas encendidas en el alfeizar de la ventana y la nariz se me inunda con el peculiar olor del incienso.

Me quedo paralizada un instante, sintiendo una creciente ola de pánico. Jerome camina dando vueltas, examinando el lugar con la mirada antes de dirigirse al pequeño camino que serpentea por el bien cuidado jardín. Y antes de que se atreva a hacer algo de lo que se arrepentirá más tarde, corro hacia él y lo tomo del brazo.

—¡Tenemos que irnos, ya! —seseo con dientes apretados.

—¿Por qué, que sucede?

—No es una bruja cualquiera... Es una bruja blanca.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora