Capítulo 12

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El sol se filtra por las delgadas cortinas de nuestra habitación y hace resplandecer la bolsa de monedas que descansa sobre la mesa. Jerome no ha dejado de mirarla desde que la he colocado ante él, segundos después de haber cerrado la puerta. El agotamiento mental que siento es increíble, y aun así, lucho por mantenerme despierta. Ninguno ha pronunciado una sola palabra desde que estábamos en la azotea del edificio, y aunque una parte de mí teme a los pensamientos que seguro han de estar circulando por su cabeza, me obligo a someterme a su escrutinio.

La desastrosa cacería nos llevó toda la noche y puedo ver en Jerome lo cansado que está, sus ojos están enrojecidos y hay ojeras debajo de estos. Está sucio y despeinado, por una vez, no intenta arreglarse el cabello. Casi no se ha movido desde que llegué, sumido en sus propios pensamientos. Y aunque su silencio en otras circunstancias lo habría encontrado maravilloso, justo ahora se me antoja insoportable.

—Ya, di algo —pido en voz baja.

Él hace una mueca y se reclina en su asiento.

—La verdad es que no sé por dónde comenzar. —Su voz parece más ronca de lo normal—. Todo esto ha sido tan... —Se frota el rostro con una mano y exhala—. Confuso y aterrador y... Solo dime cómo lo obtuviste.

Me acomodo en mi asiento con la esperanza de que no pueda notar mi malestar.

—Conseguí llegar tan solo segundos antes de que ellos lo hicieran y entregué la cabeza. Entonces ellos llegaron, con la mano. Se armó una disputa, y no les quedó de otra más que dividir las ganancias. —Miro la bolsa sobre la mesa—. Al menos alguien se atrevió a apostar por nosotros... No todo es pérdida.

Consigo soltar una risa forzada, pero muere en mis labios al ver que él no sonríe. Entonces trago saliva y me preparo para lo siguiente.

—La cacería está arreglada, Jerome. Nosotros solo llegamos para estropearlo todo. Tal vez deberíamos retirarnos y...

—¿Te rendirás? —me pregunta seriamente.

—Solo creo que es mejor saber cuándo retirarse. Lo que pasó ayer podría haber sido peor.

—Tengo peores problemas de los que preocuparme. No voy a retirarme del juego solo porque se haya vuelto difícil. En lo que a mí respecta, Julian y su trío de imbéciles pueden irse al diablo.

—Hay más que eso...

No estoy segura de lo que ve en mi rostro, pero su ira se convierte en preocupación.

—¿Intentaron hacerte algo también? ¿Por eso tardaste en llegar? —No respondo, pero no hace falta, ya él conoce la respuesta—. ¡Esto no se va a quedar así! —Se levanta del sofá y camina de un lado a otro—. ¡Iré y los delataré ante todos! Les diremos a todos lo que trataron de hacernos, y así podríamos...

—Están muertos. —Jerome deja de hablar y me mira. Veo la pregunta en su rostro y la respondo antes de que pueda articularla; le cuento lo que ocurrió la noche anterior, omitiendo la participación de mi inmortalidad, y cuando he terminado de relatar, hay un largo silencio en el que lo único que hace es caminar de un lado a otro.

—¿Te llevaron hasta el río? —pregunta finalmente. Yo asiento—. Sus cuerpos deben seguir allí.

—Sí, si no los han encontrado todavía.

—No podemos decírselo a la guardia.

Trato de que no me sorprendan sus palabras, pero es imposible.

—No, desde luego que no.

Los pensamientos que llegan a mi mente no me pertenecen, sino a la bestia despiadada que habita bajo mi piel; aunque quisiera hacer lo correcto, no puedo ir corriendo con la guardia y contarles todo lo que ocurrió. Estábamos haciendo algo ilegal. No existe manera de explicar por qué esos hombres querían asesinarnos sin mencionar que formamos parte de un torneo clandestino del cual los perpetradores querían sacarnos por arrebatarles su dinero. Eso nos causaría más problemas, y prefiero marcharme de este infernal pueblo abandonado de la mano del Creador antes de verme involucrada con la guardia, o peor, los purificadores.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora