Capítulo 17

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Los árboles se sacuden con el feroz viento nocturno y el débil resplandor de la luna es lo único que les permite a los caballos mirar por donde andan. Podría haber corrido con Margot sobre los hombros, pero ella se había negado a hacer de costal, y cuando le pedí que sacara su escoba del armario para que nos llevase hasta Manoire, ella me dedico una mirada fulminante y dijo no sé cuántas cosas sobre las absurdas leyendas que contaban los humanos sobre brujas voladoras. Un portal habría sido más adecuado, pero no existía manera de hacer que un ser carente de alma lo atravesara, por lo que fue mi turno de rehusarme. No sabía si realmente había perdido la mía la noche de mi cambio, pero me daba un poco de paz mental creer que todavía la conservaba. Y ya que Jerome se había marchado sin nosotras, llevado por el buen Remi en su destartalado carruaje, no nos quedó otra opción que buscar otro medio de transporte. Un par de caballos atados fuera de una taberna me parecieron el indicado. Quizá los dueños me maldijeran al salir y ver que habían sido robados, pero me iría al infierno de igual manera. Y yo los necesitaba más que ellos.

Margot no puso objeciones y salimos de Belsierre con nuestro par de caballos robados, una bolsa rebosante de armamento y la noche fría como única testigo.

Al principio, los caballos habían puesto resistencia, espantados por mi presencia. Pero me bastó tomar el mío, mirarlo a los ojos y ordenarle que se tranquilizara para que el animal dejase de relinchar. Ahora, se mueve tranquilamente por el camino del bosque y no puedo dejar de sentir que lo he hipnotizado. ¿Cómo es eso posible? Una nueva demostración de habilidades significa desarrollo, crecimiento de poder y, la parte que más me atemoriza, la pérdida total de humanidad.

¿Me crecerían alas de murciélago también?

Me envaro ante este pensamiento y lucho con la urgencia de tocarme la espalda, aun sabiendo que no encontraré nada allí. Las alas son la última fase del cambio, el punto sin retorno. Una burla retorcida, pienso con amargura. El Creador le da alas de pájaro a sus ángeles, así que el diablo premia a su creación cuando han cruzado el umbral del infierno y les otorga alas de murciélago.

—¿En qué piensas? —pregunta Margot, cabalgando a mi lado.

—Trato de no pensar en nada —le miento.

—Al llegar a Manoire, ¿cómo encontraremos a monsieur Jerome si no sabemos en dónde está?

Sonrío para mí.

—Tengo mis métodos.

Ella no hace preguntas y obliga a su caballo a avanzar cuando vuelve a rezagarse, negándose a dar un paso más. Es la tercera vez que lo hace. Me pregunto si podré hipnotizarlo también...

—Creo que los caballos necesitan descansar —le oigo decir muy por detrás—. Llevamos toda la noche cabalgando.

—Debemos llegar a Manoire antes del baile. Nos falta un día entero de distancia y Jerome nos lleva buena ventaja.

—Bueno, pues este animal no quiere moverse —­protesta ella, arreándolo. El caballo niega con la cabeza repetidamente, plantado en el mismo lugar.

Doy la vuelta en el mío y cabalgo hasta ella. Su caballo no está cansado, me doy cuenta. Está nervioso.

—No creo que...

Entonces mis ojos captan un movimiento veloz del otro lado del bosque. Luego ya no está. No fue más que por una fracción de segundo, pero puedo jurar que he visto una silueta desplazándose entre los árboles.

Me enderezo de golpe, parpadeo una vez, y un segundo después estoy desmontando.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Margot, desmontando también.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora