Capítulo 21

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—Despierta.

Las palabras me llegan a través de las tinieblas, llamándome. Mi cuerpo pesa y todo es oscuridad. Sin embargo, la voz es fuerte. La he escuchado antes, animándome, dándome fuerzas. Arriba, arriba, arriba. Me aferro a esa voz y lucho por llegar a ella.

—Por favor, no me hagas esto de nuevo... Despierta.

Abro los ojos. Todo da vueltas y hay tanto dolor; me cubre como un manto y me obliga a cerrar los ojos una vez más, a caer, abajo, abajo, y más abajo, de regreso a las tinieblas. Escucho mi nombre, mi verdadero nombre, y me trae de regreso a la luz. Vuelvo a abrir los ojos y lo encuentro ante mí, difuso al principio, como un fantasma, hasta que el contorno de su rostro se dibuja bajo la tenue luz de la luna. Aquellos ojos color avellana que tanto me gustaba mirar. Los labios traviesos que tanto deseaba besar. El cabello oscuro de suaves ondas que tanto me gustaba acomodar con mis dedos cuando le cubría parte de la frente, justo como ahora. Creo que estoy soñando. Ha cambiado un poco, pero es él. Thomas. Un nuevo pensamiento llena mi mente; tal vez he muerto y mi alma ha sido purificada, expiada de mi condena maldita.

Sea lo que sea, no quiero que termine.

—Quédate conmigo —me oigo decir.

Él me acaricia el rostro. Siento su tacto suave, aunque ha dejado de ser cálido. Vagamente me pregunto si lo ha sido alguna vez... Ya no estoy tan segura.

—Aquí estoy, mírame —suplica—. Elaine, no cierres los ojos.

Lucho por hacer lo que me pide, pero es terriblemente difícil. No he bebido en días; cualquier energía que me quedaba se ha evaporado con la plata que escoce en mi interior.

Thomas suelta una maldición.

—La herida es demasiado profunda —le oigo decir, y su voz podría estar ahora a kilómetros de distancia—. Necesito que te mantengas despierta... Elaine.

—Thomas, quédate conmigo. —Tan solo pronunciar aquellas palabras me roba el aliento. Mis párpados pesan toneladas y mi cuerpo es oprimido por una fuerza suprema. Abajo, abajo, abajo. ¿Es así como se siente la muerte?

—Aquí estoy. No te rindas, por favor, no ahora... —Hay desesperación en su voz. Me desgarra por dentro. Hay un pequeño silencio y luego hay algo presionado contra mis labios—. Bebe, por favor —pide—. No es suficiente, pero bastará para sanar. Bebe.

Es su mano, me doy cuenta. Se ha cortado la palma y su sangre se derrama en mis labios.

—¡Elaine, bebe!

Obedezco. Entreabro los labios para permitir que la sangre se cuele dentro. Y cuando lo hace, trago, pero incluso aquello requiere mi mayor esfuerzo. Trago una vez más, despacio, luego con ansias, hasta que siento el sabor metálico inundar mi paladar. El hierro impregna el aire y mi visión se hace más clara, mi respiración se acelera. Todo comienza a girar de nuevo y cierro los ojos con fuerza. Mi cuerpo se llena de él y el dolor mengua hasta un grado soportable.

Me detengo y jadeo al darme cuenta de que le he estado clavando los colmillos en la mano.

—Continúa —me dice, pero niego—. ¿Estás mejor? —asiento, todavía con los ojos cerrados—. Elaine, mírame.

No quiero abrir los ojos y enfrentarme a lo que tanto temí cinco años atrás; ver la decepción y el aborrecimiento en su rostro, con el devastador conocimiento de que lo había perdido todo. Él acaricia mi mejilla y limpia el rastro de sangre que ha corrido por mi mandíbula, su mano permanece allí. Está esperando.

Cojo una respiración trémula y me armo de valor. No puedo seguir huyendo. Ya no.

Abro los ojos lentamente. Estamos en un jardín, rodeados por setos del alto de una pared verde opaca y estatuas de ángeles agonizantes, llorando sobre pedestales de mármol. Luego, me enfoco en él.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora