† Capítulo 3 †

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—Solo hay dos cosas que deben saber en esta vida -dice el capitán Pierre con la voz rasposa de siempre—: Las criaturas de la noche muerden para matar o para condenar

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—Solo hay dos cosas que deben saber en esta vida -dice el capitán Pierre con la voz rasposa de siempre—: Las criaturas de la noche muerden para matar o para condenar... Y les aseguro que cuando tengan sus malditos colmillos alrededor de sus cuellos, rezarán para que los maten.

Repasa con sus ojos la pequeña habitación repleta de gente, en silencio, y mira a cada uno de los novatos que están sentados en el suelo frente a él, mirándolo con ojos de venado. Y muy por detrás de ellos, estoy yo, apoyada contra la pared del fondo. Aunque no es la primera vez que asisto a estas lecciones, cada semana, cada mes, cada año, se vuelven más insoportables.

Tener que ver la expresión rota de miedo y dolor en cada uno de esos niños ante la declaración de su nuevo objetivo de por vida; su nuevo propósito. Me desgarra el alma y trato de no pensar en que habría sido de ellos si no hubiesen quedado huérfanos, si no se hubiesen perdido en medio de una catástrofe, o si sus familias no los hubiesen abandonado. Trato de no fantasear en que podrían haber hecho de sus vidas al ser mayores: granjeros, artistas, sastres, monjes, comerciantes. Lo que fuera, pero no esto. Jamás esto.

Y por alguna razón, me siento culpable.

Culpable porque yo los he traído hasta acá. Porque yo he luchado en el ataque que ha azotado a su pequeña aldea no muy lejos de aquí durante la noche, cuando un grupo de vampiros vinieron a causar pánico, llevándose a las personas a Dios sabrá donde para divertirse torturándolos, hasta que le sacaran la última gota de sangre de las venas antes de arrojar los cuerpos al río, a los matorrales, o en medio de las carreteras de los bosques. Me siento culpable porque, si hubiésemos llegado a tiempo, si yo lo hubiese hecho, no habrían muerto tantas personas. Y quizás menos niños estarían aquí. Menos niños habrían perdido a su familia. Menos niños tendrían un destino como el mío.

Una voz en mi cabeza manifiesta su desacuerdo. Esa voz que todavía retumba por los rincones laberinticos de mis recuerdos y me persigue en sueños. Ella dice que yo los salvé. Yo maté a esas sucias criaturas de la noche y evité que ellos también murieran. Ahora ellos están aquí. Tendrán la oportunidad de vivir más tiempo y de aprender a defenderse, y eventualmente, cobrar venganza por sus muertos... Justo como lo he hecho yo. Como continúo haciendo.

Un chico levanta su mano temblorosa e inmediatamente el capitán Pierre lo señala con el dedo.

—¿Existe alguna manera de curar a una persona que ha sido mordida por un licántropo? -pregunta.

—No —responde el capitán rotundamente—. Una vez se creyó que podría hallarse una cura, pero todos los intentos fueron fallidos. La única cura es una estaca o una bala de plata esterlina, directas al corazón. Muerto el perro, se acaba la rabia. ¿Alguien más?

—¿Qué se debe hacer si una bruja te arroja un maleficio? —pregunta otra chica, que parece demasiado ávida para estar de duelo. Aunque, ¿quién soy yo para juzgar la manera de sobrellevar la pérdida de los demás?

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora