Trago una pesada bola de saliva que se me amontona en la garganta y suspiro, orando internamente y en silencio, antes de que comience a hacer un show digno de puberto.

Me obligo a recomponerme, apartando cada idea caliente de mi cabeza, lográndolo con digna destreza gracias al aliento de su voz dentro de mis sentidos, dominando cada parte sensitiva, con el gutural sonido escamoso de su garganta, tan demoledor y dogmático como el de un arisco animal salvaje frente a su presa.

En medio del tonto idilio de control retomado, levanto la mirada con todo el peso que esta genera, haciéndola coincidir con su suave cara de porcelana blanca, agolpada con mejillas sin color, labios mustios, nariz ligeramente respingada, ojos llorosos y bolsas negráceas incorporadas.

Tan mortuoria, funesta y enfermiza como me encanta.

En silencio, se las ingenia, como una niñita miedosa, a juguetear con sus dedos, arremolinándolos entre sí, mientras su mirada queda fijada a cualquier rincón del suelo como si quisiese aprender y descubrir el número inexacto de baldosas que lo componen, sin atreverse a coincidir con la mía, porque ya supo, probó y palpó el castigo que le correspondería si osara, una vez más, llevar a cabo aquella informalidad sin mi previa autorización.

Con mis pupilar bien abiertas y afiladas, sigo apreciandola con cierto aire crítico de grandeza, antes de apaciguar su incomodidad chasqueándole los dedos tres veces en clara señal para que se me acerque.

Con un rápido destellazo, la pequeña cierva, dócil y entrenada para servirme lo hace sin rechistar.

Camina en dirección a la bestia con pasitos cortos y tembloroso, tan dosificados como sabe que a ÉL le encantan, permitiendo que vea como su carne pura, tierna y santa se adentra a la guarrida del monstruo sin saber el peligro que corre al meterse entre sus garras.

A centímetros de mi cuerpo, junta, como si fuese una puta coreografía ensayada millones de veces, las piernas, quedando de rodillas a mi lado como una mascota que busca el afecto de su dueño, como un objeto, como una propiedad, como algo inanimado sin el mínimo poder.

Mi mirada paciente y callada brinca mientras sus labios rozan la punta de uno de mis zapatos de vestir y sin expresar repugnancia alguna, lo besa, deslizando lentamente su lengua hasta dejar brillosa zona.

Su boca roja, reseca e hinchada queda expuesta ante el costoso material, ascendiendo de a poco hasta el fuerte nudo en los cordones, donde mis dedos toman su rostro, levantándole la cara.

—Que buena chica eres.—le suelto el suave halago, sus mejillas adquieren un tono rojizo ante mis palabras mientras sigue con su mirada hacia abajo.

Unos segundos más tarde, se aclara la garganta y las venas de su cuello se acentúan mientras temblorosamente musita:—Señor yo...

—Mirame a la cara—demando, liberando mi agarre para que pueda verme por voluntad propia y efectivamente lo hace.—¿Quieres decirme algo?—asiente con la cabeza enalzada y los ojos analizándome—Bien, habla, puedes hacerlo.

—Su cena ya está hecha, pero sus invitados están por llegar ¿desea que la mande a servir para usted de todas formas?

Paso mis manos por la cara antes de desvíar la mirada al reloj que cuelga en mi muñeca; estudiando, calculando y recontando el tiempo.

Jodanme.

Ya es bastante tarde y la verdad es que sí tengo hambre.

Mi estómago se ha pasado la última media hora rogándome porque devore algo, más la necesidad de adelantar el bultito de papales en el escritorio me ha hecho descuidarme.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 22, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mis Malditos Vecinos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora