Casi le suplico que no se vaya, pero sé que de igual manera tendré que someterme a su juicio. No sé cuál de los dos me atemoriza más.

Jerome camina hacia la mesa y se apoya en ella. No deja de verme como si fuera una extraña, una desconocida. Es justo así como me siento. Me remuevo en mi lugar y lucho contra las lágrimas, pero ellas ganan esta batalla que yo he perdido incontables veces. Suspiro y aparto la mirada.

—Creo que ahora lo entiendes todo.

Él guarda silencio un instante. Vagamente me pregunto si estará tan asustado de mí como yo lo estoy.

—Mírame —pide entonces, con calma. Yo niego, incapaz de complacerlo. Y antes de darme cuenta, está caminando en mi dirección.

—Jerome...

Se deja caer a mi lado.

—Mírame —pide de nuevo. Veo que hace ademán de tocarme, pero lo piensa mejor y aparta la mano. No se da cuenta de cuánto daño me hace ese simple gesto. Pasa un buen rato hasta que vuelve a hablar—. Escucha, no sé nada de ti. No sé por qué eres quien eres ni por qué haces lo que haces, pero sí sé una cosa. Sea quien sea la persona que he conocido en los últimos días, es una persona bondadosa. Una luchadora. Tal vez un poco ingenua, considerando que se dejó enredar por un bufón con ínfulas de ladrón y asesino, para asistir a un clandestino torneo de cacería arreglado donde ninguno tenía oportunidad de ganar... Pero, a pesar de que no sé quién eres, eres una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida.

Mi labio tiembla, así que lo muerdo.

—No sabes quién soy —concuerdo—. No sabes nada...

—Entonces, dímelo. —No respondo. Él se levanta del catre y va por una silla. La arrastra y toma asiento frente a mí. Mantengo la mirada fija en el suelo—. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

Su pregunta queda suspendida en el aire entre nosotros. Mi pecho es un remolino de emociones salvajes. Quiero correr, quiero desaparecer, tal vez para siempre. Huir, como siempre lo he hecho.

Sin embargo, me obligo a quedarme. Me toma un buen tiempo encontrar mi voz nuevamente y mis palabras suenan roncas cuando respondo:

—Elaine.

Un estremecimiento me sacude el cuerpo. Jerome no se inmuta.

—¿Quién es Lucille?

Mis ojos se empañan y lucho por apartar las lágrimas con arrebato.

—Era mi hermana.

Jerome deja escapar un suspiro.

—Los nombres en tu collar...

—Me llamaste Lucille, así que no te contradije —confieso.

—¿Y quién es Lorraine?

—No existe. A donde sea que voy siempre invento un nombre diferente. Lorraine, Diana, Marisse... Lucille. Mi verdadero nombre lo sepulté hace mucho.

Me atrevo a alzar la vista una fracción de segundo para verlo. Entonces vuelvo a apartarla.

—¿Cuántos años tienes realmente?

—Más de los que crees, seguro. —Veo que le sorprende, así que me apresuro a decir—. Tenía diecinueve cuando fui condenada.

—Eras solo una niña...

—Eso no evitó que el malnacido me clavara sus colmillos.

Jerome sacude la cabeza, horrorizado.

—De verdad lo lamento mucho.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora