El hombre le inserta otro golpe a Jerome, tan fuerte que lo hace sangrar por la boca. Vagamente me pregunto si le ha roto algún diente. Él se levanta y arroja dos puñetazos, de izquierda a derecha, pero el otro hombre lo supera por mucho en tamaño y fuerza a pesar de su palidez. No tengo tiempo de articular otra palabra cuando hace caer a Jerome al suelo y le atina una patada en el estómago.

—¿No puedes defenderte? —le reta el hombre—. ¿Soy demasiado para ti?

Jerome intenta incorporarse, pero le atina otra patada y lo hacen caer. Entonces comienza a patearle una y otra vez.

Suficiente.

Me retuerzo bajo el agarre de Julian y caigo al suelo, llevo mis piernas hacia arriba, atrapándole el cuello con ellas. Forcejea, pero en un rápido movimiento lo tiro al suelo a mi lado y me apresuro a irme sobre él. Le inserto dos puñetazos con todas mis fuerzas, rompiéndole la nariz aguileña, y salgo disparada hacia el otro tipo. Me basta un empujón para apartarlo del cuerpo de mi amigo; luego un par de puñetazos cargados de ira para aturdirlo, seguido de una patada que lo arroja al suelo.

Voy a romperle los malditos huesos, uno a uno.

Como si me hubiese leído la mente, Jerome, todavía en el suelo, lo coge por el pie y lo gira en un ángulo incorrecto, provocando un crujido horrible de huesos rompiéndose que hace gritar al hombre y retorcerse como un gusano. Lo pateo con la punta del pie y lo silencio.

La ira me rebasa y dejo de pensar cuando pongo una mano alrededor del mango de mi daga. Y entonces me derriban. La rapidez del acto me desorienta y no consigo evitar que Julian me sujete en el suelo. Forcejeamos por el poder del puñal, pero él es increíblemente fuerte. Consigue arrebatármelo y lo coloca sobre mi garganta. Le sostengo de las muñecas con todas mis fuerzas y aun así la punta de la hoja me roza la piel y el ardor de la plata me hace mostrar los dientes. Trato de ocultarlos, de contenerme, pero él me mira desde arriba, sonríe y todo comienza a cobrar sentido.

—Ahí estás —dice.

Escucho un clic, y volteo para ver el arma en la mano del otro tipo. Muestra los dientes manchados de rojo en una sonrisa que lo hace ver tan desquiciado como Julian.

—¡Baja el arma! —ordena Jerome, y le apunta con su ballesta.

—Se acabó el juego ­—dice Julian.

No tengo tiempo de asimilar sus palabras cuando, sin ningún atisbo de piedad, el hombre dispara.

Mis oídos silban, por lo que no escucho el grito de Jerome cuando la bala lo atraviesa.

—¡¡NOOO!! —grito al verlo caer.

Todo mi cuerpo se sacude cuando la desesperación me aborda. La bestia en mi interior se abalanza contra los barrotes de mi cordura, acaba con ellos y grita de furia. Se libera. Miro a Julian, que sonríe con fascinación al verme mostrar mi verdadera naturaleza. Yo solo deseo borrar esa sonrisa de un zarpazo.

Entierro las garras en sus muñecas, perforándole la piel y haciéndolo sangrar, tan fuerte que puedo sentir como sus huesos se oprimen ante la presión, obligándole a soltar la daga. Cuando mi garganta no corre el riesgo de ser rebanada, tiro de él hacia mí y le atizo un potente arañazo en el rostro que lo hace perder el equilibrio, justo cuando levantó la pierna y lo mando a volar de una patada. Me pongo de pie de un salto y corro hacia Jerome.

El otro tipo ha huido, el muy cobarde.

Caigo de rodillas junto a él e intento ayudarlo. Respira entrecortadamente y aprieta los dientes en un gruñido de dolor. Inspecciono la herida tan rápido como puedo; por suerte, la bala solo le ha atravesado el hombro. Está bien, se pondrá bien... Y sin embargo, la sangre sale de la herida como una pequeña cascada. Le hago presión con mi mano.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora