—Devuélvamelo. —ordenó, pero ella solo rio y lo desobedeció. Aunque su sonrisa se esfumó al leer la inscripción que aparecía en el pañuelo, bordada con prolijidad.

Hank Hawthorne.

Quién lo diría. Que aquella enorme tentación andante se trataba de un fruto prohibido.

Hank, Hank, Hank.

Repito en mi mente cuando el recuerdo se esfuma. Recuerdo su bello rostro, su cuerpo sensual y su mirada ardiente, mas no me genera lo mismo que a la vieja Carmel. A mí me ponen esos ojitos oscuros y esa sonrisa falsa, ese cuerpecito delgado y delicado como una pluma y esos labios finos y rosados.

En eso no somos nada parecidas, Carmelcita.

Paso de página y me encuentro con el nombre de Hank escrito con sangre y enmarcado por corazones.

Se trata de su sangre. Y este recuerdo se me antoja dulce como un postre.

La bella mujer enfundada en un vestido negro ajustado se dirigía a pasos firmes y apresurados hasta la oficina de sus padres. Dos de sus hermanos se encontraban en la puerta con rostros de preocupación, algo malo había sucedido. Era muy raro que los Richardson demostraran ese tipo de emociones.

¿Padre y madre se encuentran dentro? —indagó Carmel, y ambos jóvenes asintieron, observando a su hermana con ilusión. De los cinco hijos que habían tenido sus padres ella era la única capaz de resolver cualquier conflicto, al igual que su madre.

Carmel empujó a su hermano al abrir la puerta sin tocar. Allí se encontró a sus dos padres discutiendo con tensión y nervios. Su madre la miraba desde el sillón, molesta porque había irrumpido en la habitación sin tocar, y su padre le dirigía una débil mirada de alivio. Carmel traía la solución a sus problemas, y su progenitor lo sabía perfectamente.

—El mayor de los Hawthorne robó los papeles. Esos papeles. —declaró, sin atisbo de duda en su voz. Sus padres la observaron con cautela, dudando en si confiar en la palabra de su mejor creación.

¿Cómo lo sabes, hija? —La voz aterciopelada de su madre no la hizo flaquear, ya se había acostumbrado a su falsa amabilidad.

—Estuvo merodeando, husmeando en las habitaciones de este piso antes de que lo descubra. Se metió en mi habitación y no quiso acostarse conmigo. Planeaba sacarle información en el acto, o seducirlo para que se ponga de nuestro lado, pero no funcionó. —Linda Richardson sonrió con orgullo y su esposo carraspeó incómodo, aunque acostumbrado al poco filtro que poseía su hija—. Deduzco que se coló en la oficina cuando nadie lo vio, porque luego de salir de mi habitación él ya no estaba en el pasillo. Pensé que había vuelto al salón, pero lo busqué en cada rincón y no lo encontré. Su familia parece no tener idea de nada, trabajó solo, estoy segura.

—Bien. —habló su madre—. Confío en ti, hija—Miró a su marido que asintió con la cabeza, de acuerdo, y agregó—. Ahora tenemos que borrarlo del mapa—Un silencio largo inundó la habitación—. ¿Alguna idea?

Carmel no quería deshacerse de Hank tan rápido, porque todavía no había logrado seducirlo. Pero era algo de suma urgencia, así que alzó la voz y dijo:

Tengo un par de ideas. Díganme, ¿solo vamos a matarlo o también lo enterraremos?

Silbo, asombrada, esta escena es excitante. Si conociera a alguien como aquella Carmel me la follaría un billón de veces.

Hank Hawthorne.

Así que ese hombre de porte elegante que me visitó hace unos días es el único inmune a los encantos de la vieja Carmelcita. Que interesante. Es guapo, debo admitir, pero la castaña acaparó toda mi atención.

Tal vez la Carmel del pasado deseó al fantasmita, pero la Carmel de ahora desea a su novia.

Es gracioso, una humana y un fantasma. ¿Quién lo diría?

Bueno, supongo que tendré que arruinar una bonita historia de amor. Me toca ser la villana otra vez, y esta vez no fallaré.

Te maté una vez, Hank Hawthorne, e incineraré tu alma de nuevo si debo hacerlo. Todo para conseguir a mi hermoso juguetito.

Abbie, Abbie... ¿En qué te has metido?



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