Loop

〔XIV〕

¿No serán ellos los locos? ¿Quién determina qué es la normalidad? ¿Un puñado de idiotas con la teoría aprendida de otros idiotas? Los profesionales con carreras son nada más que gente ingenua que asiste a universidades caras y se aprende de memoria lo que les dicen otros ingenuos que han aprendido, a su vez, de otros ingenuos, creando una fila de idiotas que graban en su mente conceptos que según ellos tienen lógica, pero no saben si de verdad son así, aunque se lo creen porque lo dice un libro. ¿Un estudio ahora determina si yo soy un peligro para la sociedad? ¿Un grupo de sonsos que han memorizado casi toda su carrera tienen el poder de decisión sobre mi libertad? ¿Debería incendiarlos vivos y mostrarles la verdadera belleza de estar loca? Me pregunto si el nuevo doctor también cree que estoy loca. Seguro que sí.

Mamá se acerca sigilosamente desde atrás y se posa a mi lado, a una distancia considerada. Con ella siempre ha sido así, siempre ha estado cerca y lejos a la vez, puede que esté siempre a mi alrededor, preocupada por mi bienestar, pero a la vez la siento tan lejana, como si fuéramos desconocidas, como si solo nos uniera su devoción hacia mí y nuestro vínculo sanguíneo. Su forma de quererme siempre ha sido extraña, bueno, es que nunca he escuchado hablar sobre una madre que encierra a su hija durante años en su habitación porque la ama y se preocupa por ella. Aunque, soy fiel creyente que el amor es algo sumamente relativo, con tantos lados y caras que parece una figura inimaginable.

Yo no me preocupo por nadie, no me sirve de nada sabiendo que algún día podría realmente volverme loca y carbonizarlos. Oh no, cierto, ya lo estoy.

—¿Cómo te sientes, cariño? —He aquí otra de las estúpidas costumbres de mi madre, preguntarme constantemente como me siento, como si temiese que me diera un ataque en cualquier momento y decida incendiar todo a mi paso o, quien sabe, tal vez teme que me mate.

Lo he pensado, definitivamente me he imaginado un centenar de veces a mí misma siendo consumida por las llamas anaranjadas, mi piel quemándose, el fuego abrazando mi cuerpo como una manta. Es un pensamiento precioso, pero he llegado a la conclusión de que no me sirve de nada si no podré ver los restos de mi cuerpo carbonizado, pues esa es la mejor parte, ver todo lo que el fuego destrozó, ver las cenizas de algo que fue y no será nunca más. Si estoy muerta no podré verlo, así que he descartado la opción del suicidio.

Al ver que no contesto, mi madre suspira rendida y decide sacar al fin ese tema de conversación tan interesante.

—¿Por qué has hecho eso cuando estaban los Thompson aquí? Ahora debemos cerrarles la boca, podrías haberte contenido un poco... —Se muerde la lengua, pues sabe que no es algo que yo pueda o quiera controlar. Un comentario muy estúpido de su parte, aun así, sonrío con burla. Su torpeza me causa gracia. Su delicadeza al hablar, como si me tuviese miedo, me encanta.

Oh, y hablando de aquellos dos postrecitos que vinieron a casa hace unos días. Eran un par de preciosuras, tanto él como ella, tenía tantas ganas de comerlos a besos, aunque ella me gustó más. Tan frágil, noté en sus ojos un dolor profundo que ha retenido por mucho tiempo, y me intrigó. Incluso me toqué pensando en ella por la noche, y por las siguientes también, la falta de actividad sexual me tiene algo desesperada, pues la última persona que estuvo en mi cama fue uno de los guardias. Me lo follé y luego lo amenacé con quemarlo vivo si me volvía a mirar a los ojos, él supo al instante que fue solo algo de una noche y que no debía repetirse hasta que a mí se me dé la gana.

Abbie.

Ladeo la cabeza al imaginar a esa cosita bonita con la cara enterrada entre mis muslos, una visión tan exquisita que guardo para usarla por la noche, me ayudará a llegar al orgasmo más rápido.

Debo tenerla, quiero tenerla, y la tendré.

¿Cómo? Es una buena pregunta, y paso los siguientes minutos, en los que ignoro a mi madre, buscando el inicio de un buen plan.