—No es de tu incumbencia. —Hank dirige la mirada hacia mí, sorprendido por mi prepotencia—. Deja de querer saber de mí como si fuéramos amigos. No lo somos—Aprieta los labios, y aunque trate de no hacerlo notar mostrándose enfurecido, puedo ver a través de sus ojos que le dolió.

—Nunca pensé que lo fuéramos, tranquila. —Agrega, igual de furioso que yo—. Solo quería conocerla mejor, pensé que como yo me había abierto frente a usted contándole mis penas tal vez...—Lo interrumpo.

—¿Pensaste que me abriría contigo? No, cariño, que tú lo hayas hecho no significa que yo deba imitarte. No eres mi puto psicólogo, a diferencia tuya, yo no necesito contarte mis problemas. —No lo dejo responder, ni siquiera me quedo a ver la tristeza y el rencor en su mirada, simplemente me marcho.

Sé que estoy siendo una imbécil, y que me arrepentiré de todo lo que he dicho, pero en estos momentos las emociones negativas me rebasan. Quiero y necesito tomar aire fresco y acomodar mis ideas.

Salgo de la mansión dejando que la brisa fresca llene mis pulmones de aire limpio. Miro hacia todos lados, debatiéndome sobre a qué lugar debo ir. Me decido por la zona de la piscina y las mesas de té, ya que no he pasado mucho tiempo allí.

Cuando llego me recibe el mismo panorama que la última vez. Las mesas de té con manteles viejos pero costosos, algunas mesas para hacer un picnic en el fondo y la piscina a unos cuantos metros, toda sucia y descuidada. El pasto largo me roza las rodillas y me pregunto si habrá por aquí alguna máquina para podarlo, porque definitivamente necesita un buen recorte.

Me siento en una de las mesas de té y acaricio la textura sedosa de la tela del mantel, que deja una fina capa de polvo en mis dedos. De repente, me imagino a la familia de Hank y a él tomando el té en alguna de estas mesas, con uno de sus trajes caros y elegantes y su cara de póker.

Suelto una pequeña risilla al imaginarlo rodeado de personas chismosas con peinados ridículos ligando con él.

—¿Te diviertes? —Su voz me hace dar un respingo. Sonrío al verlo sentarse frente a mí, apoyando su bastón contra la mesa. Lleva una de sus boinas de abuelo y su traje ridículo que me recuerda a mi abuelito Enrique. Lleva la misma barba que la última vez que lo vi, cubriéndole la mitad del rostro como si fuera un hombre lobo. Sus anteojos negros esconden sus ojos, recordándome su condición. Me pregunto si la tendrá de nacimiento o se le habrá desarrollado de adulto.

—Más bien intento calmar mis nervios. Hoy no ha sido el mejor de mis días, ¿sabe? —Como si esperase mi respuesta de antemano, asiente, y se recarga sobre el respaldo de la silla. Su espalda está levemente encorvada, supongo que por los años.

—A veces, cuando me sentía solo, también venía aquí. —Su voz rasposa sale con nostalgia, como si estuviese recordando sus años de juventud—. No te sientas culpable por lo que sea que hayas hecho, todos metemos la pata a veces. Eres a penas una niña, tienes muchos tropiezos por delante—Lo observo con el ceño fruncido, preguntándome como demonios sabe aquello.

—¿Cómo sabe que me siento culpable? —Él sonríe, como si fuera una niña tonta que apenas conoce el mundo, y él un viejo sabio que lo ha atravesado varias veces.

—Lo noto en tu voz, yo tenía el mismo tono lleno de pesar de joven.

—No es solo eso, siento que mi pasado me persigue. ¿Nunca le ha sucedido que siente que las tragedias del pasado no lo dejan seguir adelante? Es como si disfrutaran recordarme una y otra vez todo lo que perdí, como si quisieran torturarme y evitar que pase de página. —Bufo, sintiendo como el peso sobre mi espalda se va aliviando al contarle esto a alguien. Pienso que Travis me podrá dar una buena respuesta.

—Claro que me ha sucedido, muchísimas veces. De hecho, es hasta el día de hoy que el recuerdo de lo que una vez perdí me persigue como a ti. —Ladeo la cabeza con curiosidad.

—¿Usted también perdió a un ser querido? —pregunto. Él asiente con nostalgia.

—Todos lo hacemos en algún momento. Nada es para siempre, lamentablemente. —Se relame los labios secos y suspira, recordando algo, o a alguien—. Perdí a mi esposa—Aquello me descoloca, me deja muda—. Ella fue, es y será la mujer que más amé en mi vida. Pero la vida decidió separarnos a temprana edad—Observa el horizonte sin poder hacerlo, los anteojos escondiendo su mirada, impidiéndome calar en su alma y ver su profundo dolor, si es que sus ojos pueden expresar sentimientos.

De repente me siento comprendida, Travis también sabe lo que se siente perder a alguien que amas, y eso, de cierta forma, me consuela. Por más egoísta que suene.

—Debe estar triste, seguro la extraña. —Travis niega con una pequeña sonrisa.

—La extraño, por supuesto que sí. Pero no estoy triste, sé que nos volveremos a encontrar pronto. Ya te lo he dicho, nada dura para siempre, ni nuestro tiempo juntos, ni separados. —Voltea a verme sonriente, pequeñas arrugas se forman en las zonas descubiertas de su rostro—. Esperaré el tiempo que sea necesario hasta que volvamos a encontrarnos. Será pronto, yo lo sé.

Sus palabras me encojen el corazón. Puedo sentir el inmenso amor que le tiene a su esposa al escucharlo hablar de su reencuentro y, de repente, me encuentro deseando que ellos dos estén juntos.

El rostro de Hank viene a mi mente, y me pregunto por qué pienso en él en estos momentos.

—Puedo verlo. —dice, y yo lo miro sin entender—. Tú también lo quieres, quien quiera que sea.



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