—¿Abbie? ¿Con quién hablas? —Me giro con rapidez al ver como la joven a mi lado palidece con una intensidad preocupante.

—Oh, solo pensaba en voz alta. —Su mentira sale demasiado rápido, causando un ceño fruncido con sospecha de parte del pelirrojo que nos observa desde el marco de la puerta.

—¿Segura? —Ella juega con sus dedos escondidos detrás de su espalda, para que su hermano no los vea, y asiente, demasiado sonriente para no levantar sospechas—. Bien, bajemos al comedor, hace mucho que no pasamos tiempo juntos.

El hombre se marcha, desapareciendo de nuestro alcance visual, y ella por fin suelta el aire que tenía retenido, desinflando su pecho de repente.

—Tu hermano no sabe de mi existencia, por lo que veo. —comento.

—Y así debe quedarse. —La firmeza en su voz me causa cierta molestia. No sé por qué, pero el hecho de que ella no quiera ni pueda presentarme ante su familia me hace enfadar, ya que me recuerda que solo soy un miserable muerto-—. Mira, Hank—Su tono de voz se suaviza, y me pregunto si es porque ha notado mi semblante tenso—. Mi hermano sabe que yo puedo ver... cosas—Me mira. ¿Acaso soy una cosa? —. Y es justamente por eso que jamás debe enterarse de que hay un ente en la mansión, o va a tomar nuestras maletas y arrastrarme muy lejos de aquí—Una puntada de desesperación me pincha el pecho al imaginarla yéndose de aquí y dejándome solo otra vez.

Por mucho que odie admitirlo, me he vuelto bastante dependiente de la presencia de esta jovencita.

—Entiendo. No te preocupes, no se enterará de parte mía, por lo menos. —Ella asiente tranquila al ver que la apoyo con su pequeño gran secreto.

La sigo al bajar por las escaleras y a paso tranquilo nos dirigimos al comedor. Al llegar allí, el hombre de cabellos anaranjados espera a la joven castaña con un juego de ajedrez en la mesa.

Esto se ha puesto interesante.

—¿Jugaremos ajedrez? No es justo, siempre elijes eso porque no soy buena y pierdo todas las partidas. —Se queja, y toma asiento frente a su hermano, quien observa extrañado como ella corre la silla a su lado dejándome espacio para sentarme.

—No seas mala perdedora. ¿Blancas o negras?

—Negras. —respondemos al unísono. Una sonrisa es atrapada por sus dientes antes de escurrirse de sus labios.

Los hermanos acomodan las piezas sobre el tablero y él comienza moviendo un peón del medio. Abbie duda observando todas las piezas, sin saber cuál elegir.

—Mueve el caballo derecho. —digo. Ella me observa de reojo con curiosidad, luego me obedece. Sonrío al ver como confía ciegamente en mí. El pensamiento causa un calor en mi pecho.

Y así, la partida se desarrolla entre ataques ganados y escasas pérdidas, en donde yo guío a Abbie para que desarrolle una de mis mejores tácticas de juego. Siempre he sido el mejor jugador de la familia, nadie ha sido capaz de vencerme ni una sola vez y dudo que el hombre frente a nosotros lo haga. Más aún con la forma en que se frota el cabello y se acaricia la quijada, siendo típicos gestos que confirman que el contrincante se está dando por vencido.

—¿Desde cuándo juegas tan bien? —pregunta el pelirrojo comiéndonos un peón.

—Cómele la reina con el alfil. —Ella me obedece y ahoga una risilla al ver la cara de su hermano, con su boca semi abierta de sorpresa—. Cántale jaque mate—Me cruzo de brazos con una sonrisa torcida repleta de arrogancia. Mi ego sube a velocidades de carrera de fórmula al ver la emoción que se refleja en el rostro de la señorita a mi lado.

—Jaque mate, A. —Su voz con aires narcisistas amplía aún más mi sonrisa, robándome una leve risilla que la hace voltearme a ver como si hubiese oído la voz del diablo. Me observa fijamente con la boca semi abierta y yo alzo una ceja sin comprender qué es tan asombroso.

—¡Diablos Abbie! Has mejorado. —Admite, observando el tablero como si fuera el mayor de los enigmas—. Bien, acepto esta derrota.

—-Se siente bien patearte el trasero, lo haré más seguido. —Me observa de reojo, nuestros ojos chocando con intensidad.

—Travis vendrá en estos días, me ha contactado ayer para avisarme. —Frunzo el ceño preguntándome quien será ese tal Travis y porqué vendrá a mi hogar.

—Bien, gracias por avisarme, A. Pero es hora de que vayas a descansar, pareces un zombie. —El pelirrojo le echa una mirada asesina antes de levantarse y rodear la mesa para depositar un casto beso en la frente de su hermana, y luego marcharse. La envidia me invade de repente, y me reprocho mentalmente al no entender por qué razón me encuentro deseando ser yo quien pueda tocarla a ella.

Eres un irrespetuoso, Hank. Pensando esas cosas de una niña, que grosero de tu parte.

—Te ves increíblemente bien cuando sonríes, ¿sabes? —Me mira y sonríe-—. Deberías hacerlo más seguido.

Mi pecho se sacude como si mi corazón estuviese palpitando a una velocidad increíble, cuando en realidad ni siquiera lo hace. Sé perfectamente lo bien que me veo cuando sonrío, pero que ella lo confirme solo me sube el ego de una patada.

—Lo sé. —afirmo—. ¿Quién es Travis? —pregunto para cambiar de tema. Ella frunce el ceño, confundida.

—Travis es el dueño de la mansión. ¿No lo conoces? —Me levanto de mi asiento exaltado y confundido. ¿Dueño de la mansión? Eso es imposible, mis hermanos... No puede ser cierto.

—Eso no es posible, la mansión ha quedado al nombre de los Hawthorne. —Ella se remueve en su asiento, en silencio.

—Bueno... él es quien nos ha hospedado aquí, así que creo que esa información está algo desactualizada.

No puede ser, es imposible que alguien haya heredado la mansión, me habría enterado.

¿Quién le cedió la mansión a ese hombre?

Y lo más importante. ¿Por qué?



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