—Es un placer conocerla, señorita. —El hombre sonríe cordial y escucho a Hank gruñir detrás de mí—. Me gustaría invitarla a pasar y presentarle a mi familia, si no es molestia. Su hermano ha sido citado por mi esposa hoy, hemos escuchado maravillas de él por boca de sus jefes, así que queríamos verlo en persona—Austin se sonroja y el alcalde ríe, egocéntrico.

Me giro disimuladamente para mirar a Hank, quien me da un frío asentimiento de cabeza.

Es todo lo que necesito saber.

El hombre nos hace pasar al jardín y un guardia se encarga de cerrar la puerta.

—¡Pero que modales! Olvidé presentarme. Mi nombre es Rupert Richardson. —Asiento con una sonrisa falsa. Nada de simpatía, esta persona no me genera buenas vibras, y mis deducciones pocas veces fallan.

Llegamos a la puerta de la mansión y dos guardias la abren, haciéndome sentir cohibida por tanto lujo. A simple vista lo que más me sorprende es la alfombra roja que adorna el suelo como si estuviéramos en una gala. El alcalde nos guía por unos pasillos lujosos, forrados en un tapiz rojo carmín, que hace juego con la ridícula alfombra de terciopelo.

Finalmente, llegamos a una habitación que parece ser una sala de estar. El mismo tapizado adorna las paredes de la sala y el suelo es de mármol negro.

Tres pares de sillones de color bordó hacen juego con el tapizado situados en el medio de la habitación, junto a una mesa de madera antigua que parece valer más que el coche de mi hermano.

El alcalde se sienta en uno de los sillones, y Austin le sigue hasta situarse al lado, como un perro faldero.

Me acomodo frente a ellos y Hank a mi lado, observando todo con detalle. Sus labios se encuentran apretados en una línea recta y sus nudillos casi parecen estar blancos.

—Mi esposa vendrá en unos segundos, fue a buscar a mi hija. —Lo último lo dice con un tono extraño que por más que lo intente no logro dejar pasar—. Dime, Abbie. ¿Tienes pensado qué carrera vas a seguir? —Vaya, alguien se ha tomado demasiada confianza. ¿Dónde han quedado las formalidades?

Me acomodo en mi asiento cruzando una pierna sobre la otra en un gesto relajado que parece molestar al hombre.

—Estoy pensando en estudiar psicología. —El tipo niega con la cabeza y yo frunzo el ceño.

¿Y a este qué diablos le pasa?

Déjame darte un consejo, Abbie. —Alzo una ceja ante su altanería. Si cree que puede darme una charla sobre valores de anciano prehistórico está muy equivocado—. Estudia algo que te sirva, no seas de esos jóvenes que desperdician sus vidas escuchando a muchachitos llorar en un consultorio—Sonrío sin poder creer lo que acabo de escuchar. Respiro profundamente antes de responder, pero la presión de tener la mirada de advertencia de Austin y la intensa de Hank encima mío me pone los pelos de punta.

—Con todo respeto, señor Richardson, pero son esos jóvenes que escuchan llorar a muchachitos en los consultorios los que se aseguran de cuidar la salud mental de las personas. ¿O a usted le gustaría ver que la gente a su alrededor pierda la cabeza por acumular emociones con tal de satisfacer pensamientos tabúes de personas como usted? —Tal vez exageré un poco con mi pequeño discurso, pero me basta con verlo boquear como hace ahora. Austin se masajea la sien para no matarme y Hank sonríe orgulloso, o hace el intento de sonreír.

—Lamento la tardanza. —Una nueva voz se alza en la habitación y giro la cabeza para encontrarme con una mujer de unos cuarenta años sonriendo de oreja a oreja. Su cabello es castaño y sus ojos verdosos, su silueta es medianamente delgada y curvilínea, enfundada en un vestido que parece de la época de mi bisabuela.

Ambos hombres se paran al verla llegar y yo los imito para no desencajar. Hank también se pone de pie y observa a la mujer con un brillo de odio en sus ojos.

—Soy Vera Richardson. Un gusto conocerlos. —Se acerca a nosotros y estrecha nuestras manos en un gesto cordial. Luego, su mirada recae en mí y mi hermano se encarga de presentarme—. Un gusto conocerte, Abbie. Ya que ambos están aquí, les presentaré a mi hija—La mujer desaparece unos segundos para entrar acompañada de una joven.

Mi corazón se detiene un segundo al verla, sintiendo el mismo extraño Déjà vu que he sentido desde que llegué a este pueblo.

Su figura es alta, delgada y curvilínea. Su rostro, fino y delicado; unos ojos azules profundos y un par de labios carnosos acompañan la hegemonía de sus facciones. Su cabello azabache le cae en ondas por los hombros. Es una chica preciosa, aunque algo en su mirada me inquieta.

Lleva puesto un vestido rosa pálido que le queda muy bien, dejando al descubierto sus piernas. La joven sonríe y observa a su madre con una sonrisa extraña.

De repente, siento que el ambiente se vuelve helado, el aura de Hank cambia drásticamente. La habitación comienza a volverse cada vez más pequeña, asfixiándome.

La mujer sonríe y observa a la chica.

—Les presento a mi hija, Carmel.



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