—Está bien, pero apenas haya algo raro cortamos todo. ¿Me han oído? —Me encargué de sonar lo más firme posible, porque sé lo peligrosos que pueden llegar a ser los muertos, y aún más si se los invita.
Mis amigas asienten algo dudosas antes de que mi entorno vuelva a difuminarse.
—¿Señorita? ¿Se encuentra bien? ¡¿Abbie?! —El grito de Hank me hace volver a la realidad, encontrándome con su rostro desesperado bastante cerca del mío. Él se aleja en el instante en que yo vuelvo a mis sentidos y me observa con preocupación.
Miro a mi alrededor dándome cuenta de que me encuentro sentada en el suelo, con la ropa sucia y las manos raspadas.
—Se ha caído mientras caminaba y se ha quedado allí mirando a la nada. —Me explica, con molestia—. Le dije que camine bien o se iba a caer—Ignoro su regaño y me levanto mientras hago el intento de ignorar lo que ha sucedido recién.
No puedo creer que después de tanto tiempo estando bien, los recuerdos han vuelto a torturarme.
—Estoy bien. Sigamos. —Hank asiente no muy convencido y hace el intento de ayudarme a acomodarme, pero deja caer el brazo cuando recuerda que no puede.
Ambos emprendemos camino de nuevo sin seguir ningún rumbo fijo, solo caminando hacia donde nos guíe nuestro instinto en compañía del otro. Mientras tanto, yo peleo fuertemente con mi cabeza, que está más que decidida a recordarme viejos días que no quiero rememorar.
Caminamos por un rato, hasta que veo como Hank se detiene de repente, clavando sus pies en el suelo como si fuera peligroso dar un minúsculo paso más. Sigo el camino de su mirada hasta toparme con una mansión grande y lujosa.
Hogar de Los Richardon.
Más de tres siglos en la Alcaldía.
Poso mi mirada en el cartel de oro que se ve a simple vista desde afuera, grande y con el objetivo de acaparar las vistas de todo aquel que pase por aquí.
El apellido que antes me había dejado una sensación extraña ahora me causa repudio, ya que lo reconozco como el de la familia que le robó algo tan preciado a Hank.
Veo como el chico a mi lado se tensa como una piedra y aprieta los puños con una fuerza aterradora.
—¿Quieres que nos vayamos? —pregunto. Él niega sin despegar los ojos de la casa.
—Hay muchos lugares que nunca me he atrevido a visitar, este es uno de ellos. Ahora no puedo marcharme. —Cada palabra sale de sus labios como si estuviese imaginando cada forma de asesinar a los dueños de aquella mansión con el pasar de los segundos.
Se nota que los jardines están muy bien cuidados, probablemente por jardineros contratados con un sueldo exageradamente alto. Me quedo embobada con el panorama hasta que veo una cabellera muy conocida salir de la puerta de la casa. Aquel cabello de un color tan exótico no pasa desapercibido, y enseguida me encuentro preguntándome qué demonios hace Austin en aquella casa.
Mi hermano camina acompañado de un señor de mediana edad con un traje caro. Atraviesan el jardín y llegan a la puerta entre palabras formales y risas alegres. Mi hermano se sorprende al verme parada como tonta en el medio de la calle, y el señor a su lado, quien supongo que debe ser el alcalde, me observa curioso.
—Abbie, ¿qué haces aquí? —Como no respondo, Austin ríe nervioso y mira al alcalde—. Ella es mi hermana, señor—El hombre me observa sorprendido y me ofrece su mano, la cual estrecho sin quitarle los ojos de encima.
Su cabello es castaño oscuro, está peinado prolijamente hacia atrás con gel. Sus ojos son celestes, un color similar al cielo. Posee un poco de barba que se encuentra perfectamente pareja y viste un traje de alta costura. Es más alto que yo, delgado y con un poco de musculatura, un tipo atractivo, he de admitir. Debe rondar los cuarenta y algo.
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Loop
RomanceLoop. "Mors ultima linea rerum est". ¿Qué tan lejos puede llegar el alma del cuerpo? ¿Y qué tanto tardaría la muerte en alcanzarla? *Por favor, no copies ni uses contenido que no te pertenece. Sé original. *Está prohibido la copia, adaptación total...
