—Mierda. —Me cruzo de brazos y frunzo el ceño, con molestia y frustración.

—No diga esas barbaridades, es una dama. —Solo un comentario saliente de su boca logra hacer que estalle en carcajadas. Y menos mal que Mony está en la cocina, sino me habría tomado de loca.

—Dios mío. —Me seco las lágrimas, pero vuelvo a estallar en carcajadas al ver su rostro de confusión total—. Ay Hank, querido—Él se remueve en su lugar, incómodo por algo que desconozco—. Las mujeres no somos muñequitas de porcelana, lo único que me distingue a mí de ti que es yo tengo algo distinto entre las piernas. Como me comporte no lo define si tengo o no tengo pene—Hank entrecierra los ojos y separa los labios ligeramente, pese a que no lo deseo, termino dirigiendo mi atención allí.

Debo reprimir las ganas de seguir riendo cuando se masajea la sien con los dedos y murmura no sé qué cosa de un animal salvaje.

—¿Así es cómo se piensa hoy en día? —pregunta. Yo asiento mientras muerdo mi pastelito, manchando mis comisuras con el glaseado—. Tiene razón, aunque sus formas de hablar son, simplemente, desagradables—Suelto una risita y golpeo mi pecho para no atragantarme mientras él me observa disgustado—. Una total salvaje—Ladeo la cabeza confundida y a la vez divertida por la situación.

—Tienes envidia de que yo puedo comer esta increíble delicia y tú no. —Se lo pongo enfrente y él observa el pastelito, luego a mí, luego al pastelito y termina apartando la mirada con un chasquido de lengua.

—No puedo negarlo, porque es verdad. —Un filo de culpa me perfora el pecho al ver el deseo en su mirada.

—Bueno, el pastelito sabe a chocolate, un sabor fuerte y empalagoso para muchos, pero a mí me encanta. El glaseado en realidad sabe a vainilla suave, pero le echaron un tinte para que sea celeste. —Él me observa con un brillo extraño en los ojos y luego hace algo que me hubiese volado las bragas si no estuviese sentada.

Levanta una ceja, burlón.

—¿Me está describiendo como sabe ese pastelito, señorita? —Hago una mueca al oírlo llamarme señorita de nuevo, pero en realidad estoy más caliente que la estufa a unos metros de distancia.

—No salió como esperaba, pero sí. —Me encojo de hombros y él asoma una sonrisa que dura un pestañeo y luego, desaparece.

—Gracias. —Sonrío, y le guiño un ojo.

—De nada, guapo. —No me quedo a observar su reacción, sino que me concentro en terminar mi café y sacar el dinero de mis bolsillos para dejarlo en la mesa—. Deberíamos irnos, hoy no es día para leer—Me levanto y Hank me imita y espera a que me coloque mi abrigo. Luego me despido de Mony con un grito que ella llega a oír desde la cocina y ambos nos marchamos del local para emprender camino por el callejón oscuro hasta la calle principal.

Caminamos por el pueblo en silencio, recorriendo lugares que deben ser extremadamente familiares para él.

—Cuénteme más sobre usted, noble caballero. —Él esconde una pequeña sonrisa mientras yo me volteo, comenzando a caminar hacia atrás con mis ojos perforando los suyos.

—Camine bien, va a caerse. —Hago un gesto desdeñoso con la mano y lo incito a comenzar a hablar. Hank suspira—. No sé qué desea que le cuente. Nunca fui una persona muy interesante—El tono de su voz se apaga más y más con cada palabra, como si hablar sobre él le pareciera una pérdida de tiempo.

—¿Qué te gustaba hacer cuando estabas vivo? ¿En qué gastabas tu tiempo? —pregunto, con las manos entrelazadas detrás de la espalda mientras camino delante de él, sin ver hacia dónde voy.

—Bueno... —Su rostro se ilumina cuando parece recordar algo—. Tenía un caballo con el cual solía cabalgar sin rumbo alguno. A veces paseaba por el pueblo disfrutando de ser el centro de atención, o a veces me perdía en el bosque o los infinitos terrenos de la mansión con tal de no volver a casa y sentirme un inútil—Hace un mohín—. ¿Sabe? Mi padre solía compararme con mis hermanos todo el tiempo, diciendo que ellos si estudiaban, que eran responsables, que se preocupaban por su familia y que eran más adultos que yo, que soy el mayor—Una sensación fea se instala en mi pecho y mis manos pican por el tonto deseo de abrazarlo—. Por eso no pasaba mucho tiempo en casa. Y ahora me arrepiento, me arrepiento tanto... Saber que todo puede cambiar de un día para el otro, que tu vida puede volverse un infierno en un pestañeo, me hace replantearme muchas cosas que hubiese hecho distinto.

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