Loop.
"Mors ultima linea rerum est".
¿Qué tan lejos puede llegar el alma del cuerpo? ¿Y qué tanto tardaría la muerte en alcanzarla?
*Por favor, no copies ni uses contenido que no te pertenece. Sé original.
*Está prohibido la copia, adaptación total...
De repente, el temor me invade al pensar que puede tratarse de un ladrón. Desesperada busco con la mirada algo para defenderme, cada vez está más cerca, puedo sentirlo. Pero de repente, me detengo. Me quedo tiesa en mi lugar, con el vestido entre mis manos, temblando.
No, yo estoy temblando. Tiemblo porque me he dado cuenta de algo. Lo he notado en como de repente el ambiente se siente denso, en como los vellos de mi cuerpo se erizan y la temperatura baja.
Decido ignorarlo y sigo ordenando la ropa, fingiendo que no sé que está aquí. Incluso cuando lo siento entrar a la habitación, finjo que no sé que está aquí, observándome. Incluso cuando puedo verlo por el rabillo del ojo como una silueta borrosa.
Controla el temblor de tu cuerpo, Abbie. Respira y concéntrate. Él no está aquí, él no existe.
Pienso y me obedezco. Me concentro en no hacer notar que sé que está aquí, en la misma habitación que yo, observándome con una intensidad abrumadora. Su aura se siente pesada, imponente, su presencia es intensa.
Sin embargo, es débil. Lo cual me tranquiliza de sobremanera.
Cuando termino de doblar la segunda tanda de ropa, la tomo toda tratando de que no se me caiga nada y me dirijo al armario abierto de par en par. Comienzo a acomodar todo en los espacios restantes y, por un momento, consigo olvidarme de su presencia, pero en el instante en que habla todo se descontrola.
—Ese es mi armario. —Su voz gruesa y varonil me hace temblar, y las prendas se escurren de mis manos.
Carajo.
Espero que él no se dé cuenta, rezo porque él no lo haya notado. No debe saber que puedo oírlo, no debe saber que soy consciente de su presencia.
Con las manos temblorosas recojo las prendas que cayeron al suelo una por una, pero antes de levantarme me topo con algo que me hace congelarme en mi lugar.
Unos zapatos caros de color blanco se encuentran justo frente a mi nariz.
Respiro profundo y cierro los ojos.
Tranquilízate, Abbie.
Me levanto recorriendo con la vista sus piernas, enfundadas en un pantalón recto color crema, siguiendo por lo que parece ser un traje del mismo color del pantalón. Lleva una camisa blanca, junto a una corbata, un chaleco elegante y un saco. Mi vista está clavada en su pecho, no me atrevo a elevar la mirada y ver su rostro. Sin embargo, cuando él vuelve a hablar, las prendas vuelven a escurrirse de mis manos y sé que lo he arruinado.
—Puede verme, ¿verdad? —Dejo de respirar, trago saliva y desvío la mirada de su pecho, volviendo a concentrarme en las prendas dentro del armario. Comienzo a acariciar la ropa en los estantes fingiendo analizar la textura e ignorando las que están en el suelo, pero me detengo en seco cuando lo vuelvo a oír hablar, ahora más firme, ahora en una afirmación—. Puede verme—Cierro los ojos y maldigo en mi interior, sabiendo que me descubrió y que no tengo escapatoria. Solo me queda una opción, enfrentarlo.
Dejo caer mis brazos a los costados de mi cuerpo e inhalo con fuerza, tomando la valentía que necesito para hacer lo que estoy a punto de hacer.
Tú puedes hacerlo, Abbie. Has pasado por cosas peores, no te dejes intimidar.
Me volteo y levanto la cabeza, encontrándome con los ojos más bonitos que he visto. Su iris es una tormenta castaña con motas amarillentas, simulando el oro. El borde de su pupila y pequeñas partes de su iris están bañadas en un dorado tan anormal y único que me hace ahogar un suspiro. Y no solo eso, su rostro es, en sí, lo más precioso que jamás he visto.
Su quijada es una mezcla entre redonda y puntiaguda, tan delicada como envidiable. Su nariz, con un puente fino y recto, acompaña a unos pómulos levemente marcados y unos labios gruesos y alargados, con una forma que me hace chillar de envidia en mi interior. Su piel se nota a quilómetros que, o se la cuida demasiado bien, o tiene una muy buena genética.
Su cabello es de color castaño caramelo, un tono bastante extraño. Se encuentra despeinado de forma natural, con una raya poco definida en el medio. Es medianamente largo, cayendo a los costados de sus orejas de una forma que se me imposibilita no ver atractiva.
Él es alto, por lo menos una cabeza más que yo, por lo cual debo mirar hacia arriba para verlo a los ojos. Su espalda es ancha y su cuerpo es imponente, haciéndolo ver robusto cuando en realidad no lo es, o no tanto. Tiene una capa de musculo recubriendo su cuerpo, pero no mucho.
Su mirada es intimidante, fría y calculadora. Da la sensación de que analiza cada parte de mí con aun más profundidad de la que yo lo hago con él. Sus labios se encuentran formando una línea recta, sin el más mínimo elevamiento en sus comisuras.
—Sí, puedo verte, ¿feliz? Ahora déjame en paz. —Afirmo, con una prepotencia potenciada por los nervios, y vuelvo a acomodar la ropa en el armario.
—Pude notarlo, es pésima disimulando. —responde sereno pero con filo en su voz.
—Ah, ¿sí? Que interesante, pero no te pregunté.
—¿Cómo es que puede verme? —Lo ignoro—. Le estoy hablando, niña.
¿Niña? ¿Este infeliz me ha dicho niña?
—Lo siento, no hablo con gente muerta.
—Parece que ya lo ha hecho. —Gruño y le regalo una mirada molesta.
—Pues si no te callas de una maldita vez se me es complicado, ¿sabes? —Su ceño se frunce con disgusto.
—Esta es mi habitación, puedo hacer lo que quiera aquí. —Su voz firme me hace voltear a verlo confundida.
—¿Qué dijiste? —Él me atraviesa con la mirada.
—Que esta es mi habitación, y le pido que se largue. —Abro la boca indignada y a la vez sorprendida por lo que dice. Y caigo en cuenta de algo.
La ropa de hombre en el armario, la habitación dejándome una sensación extraña... Es porque le perteneció a este fantasma.
Pero ya no más.
—Escucha. —Me cruzo de brazos y lo observo molesta—. Estás muerto, ¿ok? Muerto—pronuncio lento la palabra para hacer énfasis en ella—. Esta habitación te perteneció cuando estabas con vida, pero ya no lo estas, así que ahora es mía—El sujeto me observa furioso.
—No, esta habitación es mía. Usted no es quién para robarla. —Él avanza un paso, su figura intimidando a la mía—. Lárguese mientras se lo pido amablemente—Su mirada amenazante, en vez de hacerme temblar, me hace enfurecer.
¿Quién se cree que es? Maldito muerto.
Me acerco otro paso hacia él, nuestros cuerpos muy juntos, aunque es imposible que se rocen. Lo observo igual de amenazante y digo, firme:
—¿O qué?
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.