Debe rondar los treinta y algos, castaña, contextura media y de baja estatura. Tiene unos ojos pequeñitos que desaparecen cuando sonríe, unas mejillas regordetas y rosadas. Parece no llevar mucho maquillaje. No logro ver mucho su vestimenta, pero parece usar un vestido color celeste acampanado con un corsé apretado.

Si viera a esta mujer en la ciudad, creería que está asistiendo a una fiesta de disfraces, tiene pintas de salir de una novela del siglo XIX. Sin embargo, me parece admirable que haya gente que aun conserve esas formas tan bonitas de vestir, aunque eso de llevar corsé y muchas capas de tela encima se me hace muy incómodo.

—Hum... ¿Tienes un menú o algo por el estilo? —Realmente no sé si las cafeterías de aquí funcionan de la misma forma que en la ciudad, y tampoco quiero ser grosera ni ofender a la mujer con mis preguntas ignorantes. Pero, para mi buena suerte, ella sonríe con entendimiento mientras me dedica una mirada de pies a cabeza que me hace removerme en mi lugar incómoda.

—No eres de por aquí, ¿verdad? —Asiento con el intento de una sonrisa que termina en una mueca, y ella me tiende un cuaderno de tapa dura con viejas y amarillentas hojas de papel dentro.

Que menú más peculiar.

—Puedes tomar asiento en las mesas o ir directamente a la biblioteca. Iré a donde estés en unos minutos para tomar tu pedido. ¿Te parece bien? —Asiento con una leve sonrisa y me dirijo con el menú entre mis manos a una de las mesas cercanas a la biblioteca, donde dejo mis cosas y abro el cuaderno.

Luego de ojear rápidamente todas las opciones me decido por un café con leche y canela y un pastelito de vainilla y glaseado de frutilla. Espero a que la mujer llegue a mi mesa para decirle lo que deseo y ella lo anota en una pequeña libreta.

—En unos minutos te lo traigo. Por cierto, soy Monette, pero puedes decirme Mony. —Me sonríe con alegría.

—Soy Abbie, un gusto. —Le tiendo la mano y ella la estrecha con gusto. Luego se va a preparar mi pedido.

Decido que mientras espero a que Mony traiga lo que ordené echaré un vistazo a la biblioteca. Me dirijo a ella y comienzo a husmear entre los estantes ordenados por secciones. La mayoría son clásicos, libros viejos, leyendas del pueblo, historia de los fundadores, algunas enciclopedias de arqueología y demás. Uno en específico llama mi atención, uno que he querido leer desde hace años pero nunca he tenido el tiempo necesario para hacerlo.

Orgullo y Prejuicio de Jane Austen.

Me sorprende que se trate de la primera edición, lo cual es difícil —por no decir imposible— de conseguir. Y si consigues una joya como esta, valdrá una fortuna, te lo puedo asegurar.

Oh, pero esto no es todo, sino que casi se me sale el alma del cuerpo al ver la firma con dedicatoria de la mismísima Jane Austen para un tal Mr. Fillips.

Jesucristo. ¿Estoy viendo bien?

—Era de mi tátara, tátara, tátara, tátara, tátara abuelo. —La voz de Mony a mi lado me hace saltar en mi lugar y llevarme una mano al corazón—. Lo siento—Ella ríe—. El hombre a quien le dedica la firma era mi tátara, tátara, tátara, tátara, tátara abuelo. Él fundó este lugar—Mira a su alrededor, paseando los ojos por la cafetería. Asiento algo conmocionada por encontrarme semejante sorpresa en el primer libro que escogí—. Dejé tu pedido en la mesa, puedes ir cuando desees, o bien puedes comer aquí, pero ten cuidado con los libros—Me advierte, y luego desaparece entre las estanterías.

Con el libro de Austen entre mis manos, abrazándolo como si fuera oro, me dirijo a la mesa donde aguarda la comida. Una vez que me acomodo bebo el primer sorbo de café, deleitándome con el sabor dulzón. Definitivamente vendré a este lugar seguido.

LoopWhere stories live. Discover now