Los carteles de madera colgando de las paredes de los locales para llamar la atención de las personas que vagan por las calles le da un toque retro que logra cautivarme. Me siento en una combinación del Callejón Diagon de Harry Potter y los pueblos de las películas inglesas.

En cierto punto de mi caminata, ésta deja de sentirse como un cuento de hadas para pasar a ser un mar de ojos prejuiciosos observándome desde las ventanas de los locales, las esquinas de las calles y las terrazas de las casas. Me recuerda al cuento de caperucita, en donde ella se quita la capucha para observar al lobo feroz que la acecha desde las oscuridades del bosque.

La respiración se me agita hasta ir a la par de mi corazón. Cuando siento que es suficiente para mí, giro rápido en un callejón estrecho y oscuro.

Esta fue una mala idea.

El suelo de piedra está mojado como si se hubiera acumulado agua de las últimas lluvias en los rincones o entre las piedras. Una tenue capa de luz apenas cubre el espacio, brindada por el único farol pegado a una pared que titila, amenazando con pasar a ser solo un farol roto.

Miro hacia atrás, dudando entre si volver por donde vine y seguir aguantando las miradas de la gente, o caminar por este callejón desierto y mal iluminado.

Tanteo el bolsillo de mi ropa, una navaja pequeña que siempre llevo conmigo me acompaña para tomar mi decisión, así que avanzo por el callejón.

Camino algunos metros más, la luz poco a poco va mermando, dejando que la oscuridad me consuma cada vez más. Es de día, pero los edificios tapan completamente el sol, dejando a este marginado callejón sumido en las tinieblas.

Empiezo a arrepentirme de haber tomado la decisión de seguir por aquí, siendo consciente de la infinitud del camino que parece no terminar jamás hasta que, de repente, me detengo.

Mis ojos se clavan en el cartel a un metro encima de mí, hecho de madera y con las letras grabadas en blanco algo borradas por el tiempo. Aun así, logro leer lo que dice.

Cafetería y biblioteca Fillips.

Había visitado cafeterías de este estilo en la ciudad. Café y libros al mismo tiempo es algo que sin duda disfrutaría más de una vez. Empujo la puerta de madera pesada que hay a un lado, debajo del cartel, y siento un calor acogedor abrazarme.

El aroma a café y pastelitos se cuela por mi nariz con una gran inhalada, logrando que salive de inmediato. Le doy una profunda mirada a mi alrededor.

Suelo de madera, paredes de piedra, nada diferente a los demás locales. Mesas de roble se encuentran distribuidas por el espacio, una gran barra se encuentra en diagonal a la puerta y detrás de ella puedo llegar a deducir que se haya la cocina. Allí, detrás de la barra, hay una mujer atendiendo la caja que juega aburrida con una lapicera que tiene en la mano, haciéndola girar como si aquello fuera algo interesante.

Al fondo, rodeando la barra y doblando ligeramente a la derecha logro ver una pequeña porción de lo que parece ser la biblioteca, con muchos estantes ubicados uno al lado del otro y algunos sillones a su alrededor. El lugar está completamente vacío y solo se escucha el sonidito de la lapicera chocando con el anillo de la mujer en la barra.

Me acerco a ella y carraspeo para llamar su atención. La pobre salta despavorida sobre su sitio. Se acomoda la ropa con rapidez, alisándola en busca de lucir más prolija, y me regala una sonrisa radiante.

—¡Bienvenida! ¿En qué puedo servirle? —Sonríe tanto que temo que se le deforme el rostro y le termine doliendo la cara. Tiene una bonita sonrisa, aunque algo escalofriante. Me detengo unos segundos a analizarla.

LoopWhere stories live. Discover now