Una persona me cubre la cabeza con una tela negra y tira hacia atrás, asfixiándome. Llevo mis manos hasta la bolsa de material raposo y tironeo. Alguien patea mi ingle y caigo de rodillas. Siento como me arrastran por un largo tramo mientras peleo y golpeo al aire, comenzando a ser consciente de la falta de oxígeno en mi cuerpo.

Cuando me suben a una especie de superficie andante y siento como todo me da vueltas, mi vista se nubla y solo logro ver el negro color de la tela que me cubre la cabeza. Mi cuerpo no se mueve a pesar de que le indico que lo haga y me siento muy débil.

Lo último que logro ver es la luz de la mansión filtrarse por la tela hasta desaparecer por completo.


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Mi cabeza palpita, mis labios y mi garganta se sienten secos y mis costillas me duelen de una manera que no puedo describir. Siento que me he roto unos cuantos huesos y todo mi alrededor se dibuja y desdibuja a cada segundo.

Unas personas me han tirado en lo que parece ser un suelo repleto de pasto y tierra y no han dejado de golpearme por un largo tiempo. Me han azotado con palos de madera, me han pateado en el estómago y la cabeza; me han violentado tanto que siento la sangre bajar por mi barbilla hasta mi cuello y luego al suelo. La mitad de mi cuerpo palpita de dolor y la otra mitad ya no la siento.

Alguien, de repente, me levanta del suelo y me obliga a sentarme sosteniéndome de los hombros, luego me saca la tela que me impide ver de un tirón brusco. La luz de un farol me ciega los primeros instantes. Luego trato de enfocar la vista en las figuras frente a mí.

No me sorprende encontrarme con sus rostros sonrientes, supe que algo andaba mal desde que los vi entrar al salón, sin embargo, los Richardson me demuestran lo crueles que son con su evidente felicidad al destrozarme el cuerpo a golpes. Los cuatro hermanos son quienes sostienen las armas que han usado para golpearme, y Carmel y sus padres miran la escena como si estuviesen en el circo.

Me encuentro en una especie de bosque, solo alumbrado por el farol en el suelo a unos metros de mí.

—Bien, ladronzuelo. —El mayor de los Richardson habla—. ¿Dónde dejaste nuestros papeles? —Lo miro con odio, y por primera vez en mi vida, siento miedo. Miedo crudo y real.

—Hijos de puta. —Lanzo un escupitajo que le cae en el zapato a Linda. Ella mira con molestia su zapato caro y luego a mí.

—Ay, Hank... No debiste meterte en nuestros asuntos en primer lugar. —Se queja. Una mueca caprichosa arruga sus labios—. Solo debiste dejar que te matáramos. Si no fuera porque mi querida Carmelcita—Observa a su hija con falso cariño— me contó que estuviste husmeando en el primer piso, hubiera sospechado de toda tu familia. Y hubiese tenido que matarlos a todos. ¿Te imaginas lo que pudiste haber causado, Hank?

El terror se apodera de mí helando mis huesos y frenando mi respiración.

—Pero tranquilo, cariño, que ahora que sé que fuiste tú solo solo tengo que deshacerme de ti. —La serenidad con la que habla y el brillo de sus ojos me demuestran que esta no es una persona, es un demonio.

—Púdranse. —Los miro a todos y cada uno antes de que Linda haga una seña a sus hijos y ellos comiencen a golpearme de nuevo, pero ahora sentado y siendo sostenido por alguien. De repente, Carmel se acerca mientras sus hermanos me golpean a los costados de mi cuerpo y se pone de cuclillas frente a mí.

—Me sentí tan herida cuando me dejaste con ganas la otra vez. —susurra, y acaricia mis piernas dirigiendo su mano a mi entrepierna. La aprieta sobre el pantalón robándome un quejido de dolor—. ¿Debería violarte como venganza?

Mi corazón se frena, se atasca en esa palpitación. Juro que puedo sentir como se me congelan las extremidades y un jadeo de verdadero horror abandona mis labios temblorosos.

—Una lástima que estés tan... —Observa mi rostro magullado—. Feo. Tal vez en otra vida.

Una risa aguda abandona sus labios rosados. El alivio me recorre el cuerpo cuando la veo alejarse de mí.

Un hombre al cual no había notado hasta ahora —cuyo rostro está escondido en una capucha negra—, le entrega a Linda un arma con la cual la mujer juega entre sus manos como si fuera un juguete.

—Hubieras sido un gran alcalde, Hank, es una lástima. —Me apunta al pecho con el arma—. Tu familia va a extrañarte mucho.

Como si fuera un manto cálido abrazándome en medio del terror, pienso en ellos. Recuerdo el abrazo y las palabras de mamá, la mirada de orgullo de papá, el beso de Ángela y las palmadas en la espalda de Marcos, incluso pienso en Kevin y lo mucho que extrañaré sus bromas subidas de tono. Pienso en lo mucho que amo a mi familia y en lo mucho que me perderé por culpa de estas miserables personas. Pienso en el dolor de ellos cuando se enteren que no me volverán a ver jamás, incluso pienso en lo vacía que se sentirá la mesa sin mi silencio acompañándolos.

—¿Tus últimas palabras? —Linda quita el seguro y lleva el dedo al gatillo. Veo como Luke Richardson deja de sostenerme para que lo haga el hombre encapuchado y como se sitúa junto a su familia, uno al lado del otro.

—Los vendré a buscar, uno por uno los encontraré y los arrastraré al infierno. Mi venganza será dulce, denlo por hecho. —Y así es como escucho el primer disparo, y segundos después, siento un dolor agudo en mi pecho, cerca del corazón.

El hombre encapuchado evita que me desplome y me mantiene despierto para ver como Linda le pasa el arma a su esposo. Él me apunta mientras siento un líquido caliente bajarme por el abdomen.

—Muere, hijo de puta. —Me dispara cerca del lugar donde su esposa lo hizo y le pasa el arma a su hijo. Como si fuera una película de terror, uno por uno me dispara hasta que el arma le llega a Steven, y él me observa encantado al verme desangrarme y teñir todo el césped de rojo.

—¿Quién mata a quién al final?, ¿eh? —Se regocija, con esa sonrisa que tanto odio—. Por cierto, no puedo esperar a aprovecharme de la debilidad de tu hermana en el luto y hacerla mía.

La furia se acalla bajo el sonido del anteúltimo disparo.

Todos estarán bien, Hank. Falta solo uno, uno y serás libre.

Mi vista comienza a nublarse, mis dedos a hormiguear y poco a poco dejo de sentir dolor, como también dejo de sentir mi cuerpo. Pero aun así logro ver como Steven le pasa el arma a Carmel y ella me apunta con una sonrisa de oreja a oreja.

Me sorprende poder estar consciente, poder verlos hacerme todo esto y no haber muerto aun. Parece que, quien sea el responsable de manejar la muerte, quiere que me quede un poco más.

—Nos veremos pronto, cariño.

Y de repente, todo se vuelve negro, dejándome oír el lejano sonido del último disparo.


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