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Las personas entran con amplias sonrisas. De la mano de sus acompañantes observan embelesados los adornos florales, las pilas de aperitivos, la orquesta dándolo todo en el escenario y las velas iluminando lo justo y necesario para que el momento sea fantasioso y romántico.

Me acomodo la corbata para que no apriete tanto. Debajo de ella, una camisa blanca y un traje color crema viste mi cuerpo. El color claro acentúa el brillo de mis ojos y el saco con escote en V hace parecer que mi pecho es más ancho.

Mi cabello está peinado, por primera vez en mi existencia, hacia atrás. Madre me obligó a peinármelo de esta manera luego de que yo me rehúse unas siete veces porque odio aplicarme productos en el cabello, es molesto y estúpido.

Observo a mi familia, a unos cuantos metros junto a una de las mesas de aperitivos, conversando animadamente con los invitados.

Mamá lleva el cabello recogido en un moño elegante por una diadema de mariposa. Su vestido blanco es holgado, cae delicado por toda su figura junto a un cinturón de piedras blancas en su cintura.

Mis hermanos Marcos y Kevin llevan dos trajes a juego, nada más que Kevin lleva una corbata blanca y Marcos una negra. Padre, por su lado, viste un traje color escarlata junto a una camisa negra, y por suerte para todos, no lleva su ridículo sombrero.

Ángela ha decidido recoger su cabello detrás de su cabeza con un broche de gemas color turquesa. Su torso está enfundado en una tela celeste de encaje, con múltiples formas de flores que cubren su cintura y pecho y dos pequeñas tiras sobre los hombros. En la cintura el encaje va desapareciendo para ser reemplazado por una capa de seda y otra de tul cayendo con gracia sobre sus caderas y piernas.

El salón está decorado con mesas redondas distribuidas por el enorme lugar, los empleados con aperitivos y bebidas alcohólicas paseando por el salón y las personas rodeando la comida. Las alfombras rojas formando caminos elegantes, las velas en las mesas, los adornos colgando del techo, las flores en cada rincón y la orquesta tocando en el escenario le dan al lugar un toque mágico.

Mi inspección se ve interrumpida cuando mi rostro se endurece y mis músculos se tensan.

Entran uno por uno, con su soberbio andar, envenenando el lugar con su energía abrumadora. Me acerco a ellos con las manos hechas puños, escondidas detrás de mi espalda. Les dirijo un asentimiento de cabeza más brusco de lo que debería, y extiendo mi mano a sabiendas de que luego tendré que lavarla varias veces para deshacerme de la sensación de repugnancia.

—Buenas noches, joven Hawthorne. —Richardson aprieta mi mano y yo le devuelvo el gesto. Pasea la vista por el lugar y vuelve a verme—. Buen trabajo con la decoración, esperemos que su discurso sea igual de bueno—Oprimo las ganas de apretar los labios, molesto, y mantengo mi rostro inexpresivo.

—Por supuesto, me destaco por ser el vocero de la información valiosa. —Levanto una comisura en una sonrisa repleta de ironía. Los ojos del hombre se oscurecen e imita mi sonrisa. Se relame los labios de forma asquerosa y aprieta más mi mano, estrujando mis huesos.

Los hermanos Richardson pasan uno por uno con sus sonrisas arrogantes, y si no fuera un hombre educado ya les habría deformado la cara de un golpe.

Carmel llega hasta mí luciendo el brillo de sus dientes, los recuerdos de aquella noche me invaden y de repente me da asco tomar su mano, vaya uno a saber que ha estado haciendo con ella. Sin embargo, lo hago.

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