Pasan varios segundos, tal vez minutos, hasta que el rostro de mi padre se suaviza y se echa hacia atrás, volviendo a su posición inicial.

—Bien, hijo. Confío en ti. —Alza el dedo índice y me apunta—. No me defraudes—Su firmeza me hace dudar, pero me recompongo fácilmente y le transmito mi determinación con la mirada.

—¿A qué hora comienza la velada? —pregunto.

—A las diez en punto llegarán los primeros invitados. Debes recibirlos, así que para esa hora te quiero abajo en el salón.

—¿Puedo retirarme ya, padre? —pregunto. Desde mi altura él se ve insignificante, leyendo unos papeles desde su asiento.

—Sí, sí. —Hace un gesto desdeñoso con la mano—. Eso es todo. Puedes irte—Rodeo la silla y me dirijo a la puerta, pero lo oigo hablar, así que me detengo junto a ella y volteo a verlo.

—Ah y, Hank. —Despega los ojos de los papeles y me regala una mirada cariñosa—. Lo harás bien, sé que eres capaz, hijo.

Salgo de la habitación con un sentimiento cálido en el pecho. Padre no es un hombre afectuoso, y esa pequeña frase quedó resonando en mi cabeza. Tal vez como un amuleto de la suerte, o solo como algo que siempre he querido oír.

Mi madre aparece a mitad de camino, plantándose justo frente a mí e impidiéndome el paso. Me toma de las mejillas y las apretuja, yo intento apartarla, pero ella aprieta más.

—Aquí está mi lindo bebé...

—Madre, quita tus atrevidas manos de mi... —Me interrumpe con su mirada seria.

—Mejor no termines esa oración, Hank, que no te he tenido nueve meses en mi vientre para que no me dejes siquiera tocarte la cara.

Ya veo de dónde saqué mi carácter.

—¿Estás nervioso? —pregunta cuando al fin decide soltarme la cara para pasar a acomodarme la corbata del traje beige que llevo puesto.

—No. —Ella suelta mi corbata y acaricia mi cabello con dulzura. Me causa gracia que deba ponerse de puntas de pie para llegar a tocarlo.

—¿Tu padre te ha dicho algo importante?

Típico de mamá, usar a sus hijos para husmear en conversaciones ajenas.

—No. —Ella me observa amenazante con sus enormes ojos café y me orilla otra vez a soltar unas pocas palabras más—. Solo me ha preguntado por mi discurso, eso es todo—Asiente, comprensiva—. Debo ir a prepararme—Me dispongo a rodearla e ir a mi habitación cuando ella, tomándome desprevenido, me rodea el torso con sus brazos.

—Estoy muy orgullosa de ti, hijo. —Me dedica una mirada acuosa, y carraspeo incómodo por la sentimental situación. Parece que todos se han puesto de acuerdo para hacerme cursis confesiones de afecto—. Lo sabes, ¿verdad? Eres lo más importante que tengo. Fuiste, eres y siempre serás el primer amor de mi vida. Mi primer pequeño. —Me acaricia la mejilla y una lágrima se escurre por la suya. Los ojos comienzan a picarme también y una presión me aprieta el corazón. Le correspondo el abrazo, hay algo que me dice que debo hacerlo.

Mamá me suelta después de un rato abrazados, y me sorprendo a mí mismo rehusado a alejarme de ella.

—Ya debo irme. Nos vemos en el evento. —No la dejo responder que ya he salido casi corriendo con destino a mi habitación, ocultando la vergüenza que me consume por haber dejado caer mis barreras.

Cuando llego me relajo y evito las lágrimas a toda costa, no es momento para llorar, debo estar feliz.

Debo estar feliz de que, a pesar de todo, tengo una hermosa familia que me ama y que tendré por muchos, muchos años más.

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