Loop

〔IV〕

Si bien está todo sucio y repleto de telarañas, no puedo evitar quedar anonadada con semejante lujo. El suelo es marmolado, de color negro con destellos dorados que parecen ser oro, y no me sorprendería si lo es, pues toda esta mansión es un lujo. Una encimera con un lavabo se extiende desde la pared de la puerta —justo a la derecha de ella— hacia adelante hasta chocar contra la bañera.

Sobre la pared izquierda también se encuentran el retrete y algunos estantes con objetos de baño. Realmente me dan ganas de limpiar todo solo para darle uso a esta preciosidad, así que, dispuesta a buscar a mi hermano para que me ayude a buscar productos para limpiar y un par de guantes para dejar mi habitación y el precioso baño como nuevos, salgo de aquí volviendo al pasillo que estaba recorriendo. Estoy dispuesta a bajar de nuevo a la planta baja donde se encontraba Austin, pero la intriga al ver las tres puertas que me quedaban por husmear me mata, así que decido darles un vistazo antes de bajar.

Me dirijo a la primera y la abro, encontrándome con una habitación como la que ahora es mía, pero cubierta de sábanas blancas tapando todos los muebles. Aun así, puedo adivinar que se trata de la habitación donde vivió una chica por los tapizados rosas, las manchas de cosméticos en algunas partes de la habitación, la vieja casa de muñecas en un rincón y el leve y casi imperceptible aroma a un viejo perfume caro.

Salgo de la primera habitación y me dirijo a la segunda, con tapizado marrón y una gran cantidad de palos de golf y autos de juguete de colección. Los muebles de esta habitación también se encuentran cubiertos con sábanas blancas, lo que me hace fruncir el ceño y preguntarme por qué la mía no está así. Algo me dice que esta habitación le perteneció a un joven adolescente, o un adulto bastante inmaduro.

Por último, salgo de la segunda habitación y me dirijo a la tercera y final. Entro encontrándome con la misma visión de los muebles tapados, un tapizado color rojo pasión, periódicos prohibidos con relatos eróticos, algún que otro juguete sexual, lo cual me sorprende muchísimo, pues no creí que en aquellas épocas usaran este tipo de cosas. Pero, ¿quién soy yo para juzgar?

Definitivamente la última habitación le perteneció a un hombre, un ninfómano o un pervertido.

Una vez que termino de husmear en las tres habitaciones vuelvo por el pasillo hasta dar con la inmensa escalera, bajo hasta llegar a la entrada y recorro el mismo camino, traspasando la puerta que da al salón de eventos y luego la otra hasta llegar al comedor. Pero antes de entrar allí, me sorprende escuchar más de una voz detrás de la puerta.

Respiro profundo, nunca fui buena socializando y me pone incómoda entablar conversación con un desconocido.

Abro la puerta luego de unos segundos encontrándome a Austin y un hombre alto dándome la espalda. Mi hermano gira y me observa sonriente.

—¡Justo le estaba hablando de ti al señor Travis! —Me señala al hombre mientras yo me acerco. El anciano voltea, mostrándome su rostro tapado por unos lentes negros y su cabello cubierto por una boina, de esas que se usaban hace mucho. Veo que la gente de aquí aún conserva las modas vintage.

Me acerco a ambos rodeando la mesa mientras analizo al señor Travis, quien viste un ridículo saco a rayas abotonado hasta el inicio del pecho, mostrando así parte de su camisa blanca y su horrenda corbata de rombos. Unos pantalones rectos combinan con el saco y, por último, unos zapatos negros elegantes adornan sus pies.

Es alto, bastante más que yo, con una espalda ancha y encorvada. La mitad de su rostro se esconde bajo esos lentes negros y recuerdo a Austin decirme que el hombre es ciego.

—Señor Travis, ella es mi hermana Abbie. —El extraño me regala una sonrisa amable. Debe rondar los cincuenta y tantos, algunas marcas de arrugas empiezan a adornar su piel.