Loop.
"Mors ultima linea rerum est".
¿Qué tan lejos puede llegar el alma del cuerpo? ¿Y qué tanto tardaría la muerte en alcanzarla?
*Por favor, no copies ni uses contenido que no te pertenece. Sé original.
*Está prohibido la copia, adaptación total...
—Abre la puerta y déjame salir, Carmel. No me apetece estar aquí contigo, creo que ha quedado claro que no me agradas. —digo, frío y tajante. Ella hace una mueca con sus labios y pone ojos de cachorrito triste, tratando inútilmente de darme lástima.
—¿No te agrado? ¿Estás seguro de eso, Hank? —dice, y sin moverse un milímetro de la puerta lleva sus manos a su espalda y se baja el cierre del vestido—. Creo que estás equivocado, cielo, y te lo demostraré.
—Carmel... —Advierto, pero ella me ignora y desliza el vestido por su cuerpo, dejándolo caer a sus pies. Queda en ropa interior frente a mí y, aun así, no me produce nada más que incomodidad y ganas de largarme de aquí.
—Tú tienes ganas de hacer esto, Hank, solo que te reprimes por rencor. Soy el enemigo y eso te impide querer hacerlo conmigo, lo entiendo. —afirma, mientras camina con libertad y sin pudor hasta la cama, y se recuesta en una de las columnas que la adorna. Algunos metros nos separan, pues yo estoy más cerca de la entrada ahora.
Niego con la cabeza y suspiro frustrado. Esta mujer es un dolor de cabeza.
—Mírame, Hank. —La observo con aburrimiento y veo como ella vuelve a llevar sus manos a su espalda y se desabrocha el sostén. Se lo quita de un tirón, dejando sus pechos expuestos, que rebotan al ser liberados. Nunca había visto a una mujer desnuda salvo en los libros de anatomía humana, y la verdad es que no me pierdo de mucho. Si bien me desconcierta un poco, no me produce ningún tipo de sensación, me parece aburrido y no digno de mi atención—. ¿No tienes ganas de tocarlos, Hank? —dice, y comienza a acariciar y masajear sus senos con lujuria en la mirada.
—Creo que aquí la única con ganas eres tú. —escupo las palabras, comenzando a frustrarme de estar metido en una situación tan desagradable e incómoda.
Carmel ríe, no sorprendida por mi respuesta.
—Oh, tienes razón. Tengo ganas de que hagas muchas cosas, Hank. —Desliza su mano por su abdomen y la dirige a su ropa interior inferior—. Quiero me toques—Mete su mano dentro de sus bragas negras—. Así...—Comienza a mover su mano debajo de la ropa y suelta pequeños gemidos que me revuelven el estómago—. ¿No te prende, Hank? ¿No te dan ganas de venir y hacerlo tú? —Sigue tocándose allí abajo y gimiendo ante mi silencio y mi mirada frustrada y aburrida—. Hank. ¡Oh, Hank! —Comienza a gemir mi nombre mientras aumenta la velocidad de sus movimientos en su zona íntima, sus piernas comienzan a temblar y me harto de ver una escena tan asquerosa y bochornosa, así que me giro y me dirijo a la salida. Antes de marcharme la escucho llegar al orgasmo y me giro para encararla, desnuda y sudada junto a su cama.
—Creo que te ha quedado claro, que ni con el más lujurioso de tus actos vas a conseguir ni una pizca de mi atención. Jamás.
Recorro el resto del pasillo y cuando llego a la última puerta para abrirla, me detengo al oír voces detrás de ella. Pego, con sumo cuidado de no hacer ruido, mi oreja a la madera y escucho la conversación.
—Ya hemos ganado, cariño. —Reconozco la voz del alcalde.
—No, no los subestimes, Eduard, todavía debemos asegurarnos de que perderán. Debemos eliminarlos del tablero y confirmar que no serán un problema luego. —Linda Richardson le dice a su esposo.
Sabía que esa bruja no se quedaría viendo como les pateamos el trasero. Algún plan macabro tenía que tener.
—¿Y cómo haremos eso?
—Debemos deshacernos de lo más importante. —dice, y frunzo el ceño.
—¿El chico? —Sé al instante que hablan de mí—. ¿Cómo lo haremos? —Linda tarda en responder.
—Ya veremos. Ahora es hora de volver, los invitados esperan. —Me apresuro a esconderme cuando oigo sus pasos. Entro en una habitación vacía y espero a que se vayan para salir y entrar a la oficina.
El panorama me pone nervioso, todo desordenado, lleno de papeles por aquí y por allá. Será difícil encontrar la evidencia, debo apresurarme, no sé con cuanto tiempo cuento. Comienzo a revolver papeles, buscar en los cajones y armarios.
De repente, algo capta mi atención. Un cajón del escritorio se encuentra cerrado bajo una cerradura muy compleja, con una seguridad de complejo nivel, y sé enseguida que allí esconden algo valioso. Para mi buena suerte, he crecido manipulando todo tipo de cerraduras en la mansión, así que tengo la costumbre de siempre llevar conmigo mis ganzúas.
Se trata de una cerradura compleja, probablemente mandada a hacer con estipulaciones exactas para ser un dolor de cabeza para ladronzuelos como yo. Me lleva un rato y mucho sudor abrirla, pero lo consigo.
Abro el cajón y saco los papeles que se encuentran resguardados en diversas carpetas. Leo todo con rapidez y mis ojos brillan de emoción y furia a la vez, porque en mis manos se encuentra la llave que me abre la puerta a su destrucción.
Mis manos se aferran a esas fotos, a esos informes y la bilis me sube por la garganta. ¿Cómo es posible que hayan sido capaces de hacer algo así?...
Dentro de una carpeta de cuero me encuentro con fotos de cadáveres, cientos de ellos. Niños, adultos y ancianos, todos pobres e inocentes.
En un informe de la policía se expresa la conclusión de una investigación que marca como principales sospechosos a los Richardson de lavado de dinero y asesinato de civiles de clase baja con subsidios o planes sociales.
El oficial que escribió el informe y sus superiores se encuentran también entre los cadáveres de las fotos.
¿Mataron a gente inocente y silenciaron a la policía?
Guardo las carpetas dentro de mi saco, que por suerte decidí no quitarme, y salgo de la oficina disimulando mis nervios. En mis manos tengo el poder de acabar con los Richardson y todo lo que poseen, tengo el poder de hundirlos en su propia miseria, de recuperar lo que me pertenece y de asegurarme de que pasen el resto de sus días en prisión.
Es hora de actuar.
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