Todos voltean a verme en cuanto hago presencia, llevándome miradas de admiración y una sonrisa encantada de mamá.

—Sabía que ese traje te quedaría fenomenal. —dice, y se dirige hacia mí para depositar un desagradable beso en mi mejilla. Ella sabe que odio el contacto físico, pero le importa una menudencia.

Una vez que todos estamos listos y abrigados, caminamos hasta la salida de la mansión, atravesando los oscuros jardines solo iluminados por pequeños faroles. Pasamos por la fuente y seguimos hasta llegar a las rejas, que son abiertas para nosotros por otros dos guardias que custodian esta zona en particular.

Afuera nos espera un carruaje. El cochero se baja con agilidad de la carrosa, nos hace una pequeña reverencia en muestra de respeto y abre la puerta del carruaje para ayudarnos a subir. Yo soy el último en hacerlo, así que él cierra la puerta una vez que me acomodo en mi lugar junto a mi madre, y mis tres hermanos frente a mí.

Luego de unos minutos en los que deduzco que el cochero debe estar montándose al vehículo y acomodándose para emprender viaje, el carruaje comienza a avanzar. Mi familia comienza a hacer su típico barullo insoportable en el que mi madre nos advierte que cuidemos nuestros modales frente a todos los acudientes al evento, que seamos amables y que nos ganemos su voto y confianza. Luego mis hermanos comenzando a discutir por trivialidades, mamá discutiendo con Kevin sobre no coquetear con ninguna jovencita en el evento, papá mandando a callar a todos y yo solo me dedico a ignorarlos mientras me deleito con la vista de las calles del pueblo por la ventana del carruaje.

Los Richardson decidieron organizar su evento primero, invitando a todo el pueblo a acudir a la gran fiesta en su hogar, una mansión menos grande que la nuestra que compraron con el dinero que ganan siendo alcaldes. Luego de este evento nos toca organizar el nuestro en nuestro hogar, que tiene que superar este y llevarse todos los votos de los habitantes del pueblo. O la mayoría.

Luego de unos tortuosos veinte minutos ignorando las discusiones de mi familia y mirando el paisaje por la ventana, llegamos a una mansión que lamentablemente me es muy conocida.

Bajamos del carruaje con ayuda del cochero y mi padre le entrega un sobre con dinero.

—El resto lo obtendrás una vez que nos lleves de vuelta. Sé puntual, por favor. —Él asiente firme para luego montar el carruaje y perderse entre las calles junto a su gran caballo color crema.

Atravesamos una reja custodiada por guardias en la entrada, que al vernos nos reconocen y ni siquiera nos piden la carta de invitación.

Avanzamos por el camino de piedra hasta acercarnos a la entrada, la puertas está abiertas de par en par y un hombre de traje nos guía apenas la traspasamos. Nos conduce hasta el salón del evento. Es grande, pero solo una cuarta parte de lo que es el nuestro, por lo cual no puedo evitar percibirlo como diminuto.

Hay muchísimas personas por doquier, mujeres enfundadas en elegantes vestidos, algunos más caros y otros hechos de estrapajos, haciendo notar la lamentable brecha entre pobres y ricos que hay en este pueblo, y todo por culpa del infeliz del alcalde y su familia.

Apenas entramos al lugar, cada uno desaparece por su cuenta para saludar gente y ganar votos usando su carisma y persuasión. Yo, en cambio, observo todo el panorama con indiferencia y camino directo a la mesa de aperitivos. Tomo un plato de la pila y un tenedor y me sirvo un poco de cada cosa que es de mi agrado.

—Vaya, vaya. Mira a quién tenemos aquí. —Ruedo los ojos al instante en que su voz llega a mis oídos con su asqueroso tono burlón. Me volteo y le regalo una desdeñosa mirada. Le doy un sorbo a la copa de champagne que tomé de la bandeja de uno de los empleados que pasaban por aquí para bajar el desagrado que me produce su presencia. La mujer que más aborrezco me dedica una mirada entre burlona y coqueta que me dan ganas de vomitarle la comida en la cara—. Te ves muy guapo, como siempre—Camina hasta posarse a mi lado y cruza los brazos debajo de sus pechos.

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