—Díganme. ¿Qué los ha traído a mudarse a este humilde pueblo? —Oh, viejo chismoso, lo supuse.

—Queríamos comenzar de nuevo, ya sabe, la vida de ciudad es agotadora. —Austin se rasca la nuca nervioso y yo levanto una ceja. Está más que claro que es un pésimo mentiroso y que el viejo con complejo de vaquero no le cree ni mierda, pero aun así le dedica una sonrisa agradable—. ¿Y usted? ¿Tiene algún consejo para estos nuevos residentes? —El hombre se acomoda en el asiento apoyando la espalda en el respaldo y cruza los brazos sobre su pecho, con aire pensativo.

—La verdad no creo que tengan muchos inconvenientes, la gente aquí es agradable, aunque deberían ir acostumbrándose a que varios chismosos vengan a preguntarles por la casa. Ya saben qué sucede con las leyendas viejas. —Se encoje de hombros y mi hermano y yo intercambiamos miradas confusas. Él parece darse cuenta, pues nos mira extrañado—. Ustedes se mudan a la mansión Hawthorne, ¿verdad? —Mi hermano asiente y el hombre sigue mirándonos como si fuéramos niños ignorantes—. ¿Y no han oído sobre las leyendas? —Ambos negamos y el viejo vaquero abre los ojos como si le hubiesen soltado el chisme del año—. ¡Ah, caray! ¿Cómo no han escuchado de ellas? Tratan sobre la mansión donde vivirán, después de todo—Mi hermano y yo compartimos una mirada fugaz en la cual nos interrogamos mutuamente si el viejo se pasó de copas, o de jarras, más bien. Cuando abro la boca dispuesta a indagar sobre el tema, Austin suelta un chillido que por poco y hace que me dé un paro cardíaco.

—¡Ya es tardísimo! Se supone que debíamos estar en la mansión a las tres, y son las dos y cincuenta. —Saca un par de billetes y los deja sobre la mesa junto a un pequeño papel doblado que no había visto que tenía.

Quiero mis quince lingotes y mi braga favorita.

Rafael se levanta luego de que mi hermano se disculpe y me arrastre fuera del bar para entrar al auto.

En el camino que no dura más de veinte minutos, se la pasa quejándose de cómo se le pasó volando el tiempo y que odia la impuntualidad. Mientras tanto, yo me dedico a observar los alrededores por la ventana, dándome cuenta de que conducimos por un camino de tierra que nos aleja más y más de las bonitas y humildes casas y los pequeños comercios para comenzar a subir una colina rodeada de pasto alto y algunos árboles. No se ve ninguna casa a la distancia salvo las del pueblo y eso me asusta un poco, no me agrada el hecho de estar sola en medio de la naturaleza.

De a poco logro divisar una enorme edificación, que se va haciendo más y más grande a medida que nos acercamos y mi quijada termina en el suelo. Abro los ojos como enormes bolas de pool y mi mandíbula cuelga sin disimulo alguno de mi rostro.

Es una mansión enorme, parece un castillo de la época de la antigua Inglaterra. Es una preciosidad, y aunque se nota que los jardines están descuidados a medida que los atravesamos y que la gran fuente a pocos metros de nosotros está sucia y con hongos, nada le quita la evidente belleza a esta enorme pieza de arte. Realmente quien diseñó y construyó esta mansión es un verdadero genio, tiene todos mis respetos.

Bajamos del auto una vez traspasamos la reja alta en la entrada a los jardines, y enseguida me pongo a recorrer la parte delantera del terreno. Noto que hay cuatro caminos que desembocan en la fuente. Dos de ellos hacia los costados llevan a lugares que luego recorreré, y los otros dos a la entrada y salida de la mansión.

Con Austin nos dirigimos a la entrada, pasando entre arbustos viejos y descuidados, con flores marchitas que rodean el camino de tierra. De seguro han sido muy bonitos en su época.

Una vez que subimos los pocos escalones para llegar a la puerta —la enorme puerta más bien— Austin corre una maceta del suelo y saca un colgante repleto de juegos de llaves que se encontraba escondido debajo de ella. Busca entre las casi cincuenta que hay una grande y gruesa de color dorado y la introduce con dificultad en la vieja y oxidada puerta. Gira la llave que provoca un ruido en la cerradura y con fuerza los dos empujamos la pesada puerta hasta abrirla un poco, lo suficiente para que ambos podamos pasar.

Si me asombré al ver el exterior, el interior definitivamente me ha robado las palabras. Es tan elegante y antiguo que me hace sentir que estoy viviendo en otra época, muchísimos años atrás, donde una familia adinerada y prestigiosa pasaba su día a día.

Me pregunto quiénes serán y qué les sucedió. Es muy extraño que semejante casa quede en manos de un hombre ciego y solitario.

Recorro todo el panorama con la vista, deteniéndome unos minutos para admirar el hermoso y gigante candelabro que cuelga sobre nuestras cabezas. Aunque me da miedo que se caiga, pues está viejo y lleno de telarañas.

La alfombra roja debajo de nuestros pies aún conserva su elegancia y color, lo que me confirma que es de muy buena calidad, al igual que muchos de los objetos que adornan el lugar. Austin observa todo igual de asombrado que yo, pero él no disimula su entusiasmo ni un poquito.

Sin pensarlo dos veces opto por seguir el camino a mi derecha, abriendo la puerta que da hacia un enorme, gigantesco salón. Puedo afirmar que este salón es más grande que toda nuestra antigua casa en la ciudad. Hasta cuenta con un escenario, es una maravilla.

—Seguro aquí se organizaban fiestas y eventos importantes. —dice A una vez que llega a mi lado, y luego señala el escenario—. Y allí puedo imaginar a un grupo de violinistas tocando una pieza conocida entre los ricos, o a alguna cantante de ópera con un vestido de alta costura—Definitivamente mi hermano no está equivocado, yo me imagino exactamente lo mismo.

Corro hacia la primera puerta que veo, a apenas unos metros de la entrada, y la abro. Un comedor me recibe y miro anonada la larga e interminable mesa de mármol con múltiples sillas a su alrededor.

Me paseo por la habitación y admiro los utensilios caros y antiguos en los muebles detrás de la mesa, incluso los cuadros y el candelabro pequeño que cuelga del techo.

Luego de un rato de examinar cada rincón de esa bonita habitación, los ojos azules de mi hermano conectan con los míos, negros como la noche.

—¿Lista para instalarte en tu nuevo hogar? —Sonrío y miro a mi alrededor. Pese al miedo y la incertidumbre, no tardo en responder.

—Lista.


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