Saludo a los jardineros que trabajan recortando los arbustos a mi alrededor con un asentimiento de cabeza. Una vez que llego a la entrada, subo las escaleras cortas y dos guardias me abren la pesada puerta marrón. Una vez que estoy sobre la alfombra roja de la entrada, escucho como las puertas se cierran detrás de mí

De pequeño junto a mis hermanos jugábamos a descubrir los interminables pasadizos secretos o los lugares escondidos en la mansión. Con los años he conocido todos y cada uno de ellos, incluso algunos que mis hermanos no.

No es por egoísmo, simplemente me gusta la soledad. Me gusta estar tranquilo sin la compañía de nadie que interrumpa el silencio, así que he escondido del mapa algunos lugares que he guardado para visitar cuando el caos estalla en nuestro hogar. Mi familia se ama mucho, pero a veces los conflictos surgen al haber tantas personalidades distintas en un mismo espacio.

La alegría de Marcos contra la agresividad de Ángela, la obsesión de Kevin de traer mujeres a la casa contra los principios de mamá, y por último mi indiferencia hacia el mundo contra la necesidad de mi padre de controlar todo y a todos.

Todos somos distintos, muy distintos, y a veces eso nos juega en contra. Pero más allá de las discusiones diarias y las veces que Ángela pelea con Marcos, o cuando mamá persigue con el cinturón a Kevin o papá me grita que deje de parecer un pedazo de concreto y haga algo por mi familia, todos nos queremos incondicionalmente.

Yo daría la vida por mis hermanos una y otra y otra vez. Mi familia es lo más importante que tengo y mi razón de estar aquí viviendo mi vida con tranquilidad, porque sé que los tendré a mi lado por mucho tiempo.

Camino hacia el comedor cruzando la puerta a mi izquierda y entro al gran salón. Veo el piano vacío en un rincón de éste y unas inmensas ganas de tocar una pieza me inundan, pero las reprimo porque mi familia me espera para almorzar.

Cruzo la segunda puerta que da hacia el comedor y escaneo el panorama. La misma imagen de todos los días me recibe.

Ángela golpeando a Marcos con una cuchara en la cabeza, Marcos defendiéndose con un tenedor, mamá sermoneando a Kevin y echándole miradas asesinas a la mujer a su lado, quien no tengo ni la menor idea de quién es, pero aseguro que debe ser una de sus víctimas, y por último papá, quien me da una mirada furiosa y llena de desaprobación mientras señala el reloj en la pared. Llego veinte minutos tarde.

Ignoro a todos y me dirijo a mi asiento en la punta de la mesa. Allí, la víctima de Kevin se encuentra sentada con la cabeza gacha, escondiéndose de las miradas asesinas de mi madre. Todos hacen silencio cuando me planto al lado de la chica intrusa y la escudriño con la mirada. Ella levanta la cabeza y el pánico inunda sus ojos en cuanto me ve.

Olvidé de decir que no solo soy conocido por ser guapo y llevar el apellido Hawthorne, sino que también tengo mi querida reputación que mantiene a las hembras lejos de mí, admirándome a la distancia.

—Estás en mi asiento. —digo, lento y desafiante. Ella abre y cierra la boca, y con menos paciencia y más brusquedad en mi voz vuelvo a hablar—. Muévete—Salta de mi asiento para colocarse al otro lado de Kevin, lejos de mí.

Me siento dónde la chica estaba y arrugo la nariz al sentir el horrendo perfume que usan la mayoría de las mujeres del pueblo, el que fabrica aquella artesana famosa por sus cosméticos. Muchas veces quise ir y pedirle amablemente que cierre su horrendo negocio porque el perfume que fabrica inunda todo el pueblo.

No veo la hora de que se funda y no lo venda más.

Todos vuelven a armar el mismo caos que había cuando entré. No hay nada más interesante que ver, así que los chismosos vuelven a lo suyo. No me sorprende, ya me he acostumbrado.

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