Capítulo 1

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Existen días grises, de esos en los cuales las ganas de estar rodeado por tu familia se hacen presentes. Desafortunadamente no todos pueden disfrutar de esa experiencia. No todos pueden estar con sus seres queridos sintiendo su calidez y compañía. Por otro lado, aquellos que sí pueden no son conscientes de lo que tienen.

Kerem Bürsin nació en un día gris, sin saber que no conocería ese ambiente cálido en mucho tiempo. Sin saber que su vida estaría llena de dolor.

Cuando era pequeño, comenzó a aislarse de la gente, en el colegio se sentaba siempre sólo, no podía expresarse de manera correcta, algo en él estaba mal.

Finalmente, Kerem fue diagnosticado con un trastorno de autismo luego de que le realizarán varias pruebas para descartar otras enfermedades. Sus padres, preocupados, lo llevaban constantemente al médico después de que él expresara llantos de la nada ya que sus compañeros en el colegio lo notaban raro y no se acercaban a él. No tenía amigos, y su madre el día de su quinceavo cumpleaños le regaló un perrito para que todos los días le hiciera compañía y no se sintiera sólo y él le puso de nombre Héctor.

Decidieron mudarse a un pequeño pueblo de Estambul para que Kerem se acostumbra poco a poco a un entorno más social y tranquilo. Estaba comenzando a ser feliz.


Su madre le explicaba las cosas de la escuela, ya que él no asistía a clases y le enseñaba turco porque al mudarse a una nueva ciudad tendría que aprender el idioma. Y no solo eso, también se encargó de quererlo como nadie más lo había hecho, lo amaba con toda su alma.

Kerem aprendió a tocar el ukelele, siendo guiado por su hermosa madre experta en aquel instrumento. Resultó ser de mucha ayuda para él porque ese instrumento le transmitía paz y tranquilidad en sus días más duros. Era su método para escapar de la realidad.

Los años continuaron pasando rápidamente y sus padres envejecieron en todos los sentidos. Ya no tenían la misma determinación que los levantaba cada mañana, pero aún así, seguían criando y ayudando a su hijo.

Su padre, cansando de soportar toda ésta situación, abandonó a su madre ya que estaba harto de tener que cuidarlos a ambos y extrañaba su antigua vida. Su madre lloraba desconsoladamente tirada en el suelo, suplicando que aquello fuera una pesadilla y Kerem, observandola, se dió cuenta que por su culpa su familia estaba destruida.

Al poco tiempo su madre enfermó gravemente por una fuerte depresión que la postró en la cama, ya no podía cuidar de él. Kerem con sus 20 años recién cumplidos perdió a su madre y sólo le quedó el ukelele el cuál pertenecía a ella y su fiel amigo Héctor.

Él vivía en una humilde y pequeña casa que su madre, antes de fallecer, le había dejado para que viviera. Todas las tardes iba a sentarse frente al mar mientras tocaba una dulce melodía con el ukelele, era la única manera de sentirse bien, de expresar con aquellas notas musicales todos sus sentimientos, de expresar cómo se sentía. Al principio la gente que pasaba por su alrededor parecía burlarse de él, a veces sentía que tampoco servía para la música pero con el paso del tiempo la gente se fue acostumbrando a su presencia y empezaban a ofrecerle algunas monedas con las que intentaba sobrevivir día tras día.

Se había sumergido tan de lleno en la melodía que creaban sus dedos al rozar las cuerdas que cuando algo chocó con su cuerpo por culpa del viento, se asustó, poniendo fin a la hermosa melodía. Un gorro de color azul con un gran lazo en la parte de atrás estaba parado a su lado, con duda lo sostuvo entre sus manos mientras miraba a ambos lados de la orilla intentando buscar a quién pertenecía ese sombrero. A lo lejos, pudo divisar la silueta de una chica alta y delgada que se dirigía a paso rápido hacía él, cuando estuvo a escasos metros no pudo evitar observarla, era una chica muy hermosa.

‐Disculpa. —dijo llamando su atención.
Con el viento se ha volado mi sombrero y ha parado junto a ti.
—explicó mientras señalaba el sombrero que Kerem tenía en sus manos.
Pero que desconsiderada soy no me he presentado, lo siento. Mi nombre es Hande, encantada. Y tú ¿cómo te llamas? —preguntó.

Kerem se quedó congelado unos segundos sin saber que decir, era la primera vez que alguien que no era su madre le hablaba directamente y eso le asustaba ya que no estaba acostumbrado a socializar por culpa de su trastorno. Por un momento quiso recoger todas sus cosas e irse corriendo de aquel lugar pero cuando miró a los ojos de la chica, sintió paz, sintió que era distinta a los demás, sintió que era especial.

-Ke–Kerem —titubeó nervioso mientras que en un acto reflejo le extendió el sombrero para que la chica no se acercara mucho a él.

-Kerem, qué bonito nombre. —sonrió.
Muchas gracias por atrapar mi sombrero, creía que lo perdería. Espero que algún día podamos encontrarnos y pueda escucharte tocar el ukelele. —se despidió de él mientras se alejaba a paso lento por la orilla.

Él recogió sus cosas y se dirigió a su casa donde le esperaba su amigo Héctor pero antes se paró en una tienda para comprar comida con las pocas monedas que le habían ofrecido.

Cuando por fin llegó a su casa, Héctor lo recibió con mucha alegría ya que llevaba casi todo el día en la calle intentado ganar algo con lo que comer.

-Hola amigo, ¿me has echado de menos? —preguntó mientras lo cogía con sus brazos y lo rodeaba en un tierno abrazado haciendo que Héctor empezara a chuparle la cara dándole besitos.

-Yo también te he extrañado.
—respondió.
Vamos a la cocina, he comprado algo para comer, no es mucho pero lo podemos compartir. —dijo mientras se preparaba un pequeño bocadillo y le ofrecía la mitad a Héctor.

-Me alegro que te haya gustado.
—sonrío mientras le acariciaba la cabeza suavemente.

Sus ojos se empezaron a cerrar debido al cansancio y acurrucandose junto a Hector se quedó dormido mientras pensaba en la chica del sombrero, esa chica tan hermosa que le sonrió. Se quedó dormido mientras pensaba en Hande.

Serendipia 》Hanker (COMPLETA)Where stories live. Discover now