Capítulo 8.- El jefe de la policía

Start from the beginning
                                    

―No puedo tener a un motero de dos metros pegado a mí todo el día. No podría hacer nada ―le explico, tratando de tener tacto.

―¿Puede memorizar mi número? ―me pide, con una paciencia que me parece infinita―. No interferiremos en su vida, señorita Irons. Le seguiremos con la furgo o las motos de lejos, ni nos notará. Y si está en apuros nos llama. No entraremos en los edificios que entre ni nada parecido.

Suena razonable, pero yo no quiero a nadie siguiéndome. ¡¿Cómo no va a interferir en mi vida que no quiten la vista de mí?!

―¿Tengo opción? ―pregunto.

―No, señorita Irons. Es una orden del jefe.

Su tono es casi un: «entiéndeme, si yo estoy de acuerdo contigo, pero tengo las manos atadas», como un funcionario cuando le pides que haga algo que se sale por una coma de su trabajo. Asiento enfadada y subo al coche. Cierro con fuerza, pero bajo más la ventanilla y recojo mi móvil.

―Dime tu número, Pool ―pido molesta.

Intercambiar números con un macarra de la edad de mi padre (de verdad que ciertas tonterías deberían prohibirse a partir de una edad), es lo más raro que he hecho en mucho tiempo, y eso que he aceptado representar a un posible asesino psicópata.

―No nos verá, señorita Irons, pero si nos necesita estaremos ahí. Jimmy teme que al aceptar el caso se haya puesto en el punto de mira para ser la siguiente...

―¡Pues dile a Jimmy que lo hubiera pensado dos veces antes de contactarme! ―le corto furiosa.

No me responde y cuando miro se está yendo. Vuelvo a subir la ventanilla, cojo el iPad y un par de carpetas y salgo. Ya transcribiré la conversación con «Jimmy» en casa, no tengo energía para enfrentarme a ese muro en este momento.

Entro a la comisaría sin muchas ceremonias, tras respirar un par de veces en la puerta. Saludo, paso por el control, me dan una pegatina de visitante... Lo normal, estoy acostumbrada a entrar, nada llama mi atención especialmente. Paso por delante de la mesa de Fred en mi búsqueda de Hawk, me gustaría explicarle por qué estoy poniendo nuestra relación en segundo plano, pero su mesa está vacía.

Suspiro. Supongo que podemos hablarlo luego. Debería entenderlo. Yo lo haría. Lo hago incluso ahora. El trabajo va primero cuando la vida de personas depende de nosotros de esta manera. Y si la teoría de James Burnside y los veintiocho días es correcta, en dos días se llevarán a alguien más. Se nos acaba el tiempo.

―¡Está reunido, no puedes pasar!

Voy en modo automático, ni me he percatado de que he llegado al despacho de Matthew Hawk, pero la advertencia de su secretaria no me frena. Dos días. Dos. A alguien se le acaba el tiempo antes de pasar veintiocho días de tortura física y mental, de golpes y violaciones. De que la asesinen cruelmente y acabe decorando de forma espantosa un lugar público...

Abro la puerta. Fred está aquí. Encontrado, pero se acabó el tiempo de explicaciones. También están Hawk y otros de sus hombres. Supongo que están de reunión, sin embargo, huele a puro y a whisky caro. Me parece que huele a corrupción. Aunque quizá estoy sensible porque han falseado pruebas para incriminar a un hombre inocente. Bueno, inocente no. No culpable.

―¿Tiene un momento para hablar de un caso, señor Hawk? ―pregunto, ignorando al resto.

Fred suelta un ruido indignado, pero me da igual. Me limito a clavar la vista en el jefe de policía y mantener la espalda muy recta, como si midiera un metro ochenta y fuera grande como un armario empotrado. No voy a dejar que me acojonen. Ellos han hecho algo mal, no yo.

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now