SED

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Paso casi una semana hasta que necesito regresar al pueblo, necesitab algunas cosas de papelería pero su abuelo prefería decir que las  olvidaba a pronunciar palabras que no conocía.

Fue así como se encontraba en el pueblo tomando agua de uva con frambuesa y cargando su bolso con papelería. De nuevo tuvo esa sensación de atraer todas las miradas, "Pueblo chico, infierno grande" se susurró; últimamente Abel se volvió esa sombra que podría salir de cualquier esquina, buscando sacarle más de dos palabras en una frase. La ponía de los nervios y algunas veces le hacía reír inevitablemente y obviamente el pueblo se percato de ello, no era tan común ver a ese vaquero riendo por lo bajo por cualquier tontearía. Alba no quería llamar la atención, ya tenia demasiada por eso tomo la decisión de enclaustrarse un tiempo.

Abel no podía llegar solo porque si a las cumbres, así que se la paso rondando como un león a su presa, pero después de unos días desistió; tendría que salir tarde o temprano, y pues el pueblo no era tan grande como para no enterarse.

Mientras manejaba pensando porque no podrían tener mínimo un auto en casa no se percató del gran agujero que se encontraba a unos kilómetros de la entrada al Paraíso la quinta de Los Villegas. Fue imposible que lo esquivara y termino ponchada a un lado del camino. Maldijo en voz alta una y otra vez haciendo un berrinche dentro. Salió agradeciendo que fueran las 6 de la tarde y el sol no calara tanto, odiaba ponerse roja con el sol.

Se fijó en la batea pero estaban vacía "¿Qué demonios?" saco el móvil para llamar a su hermano o al capataz para que vinieran por ella. Pero no tenía ni una mísera línea de señal. Decidió caminar hasta un árbol cerca, alguien debía parar en algún momento, o bien en menos de media hora al ver que no llegaba el abuelo mandaría a buscarla.

O bien... podría caminar unos dos o tres kilómetros solamente y llegar a la casa de los Villegas y pedir ayuda. Pero prefería morir tragada por los moscos que jugársela y deberle algo a Abel, casi podía verlo recordándose de brindarle ayuda... No definitivamente no.

Paso cerca de media hora hasta que un jinete lejano distinguió en la entrada de su propiedad la camioneta estacionada con la puerta abierta. Se acercó un poco y vio sentada bajo la sombra de un árbol esa espalda blanca con un top de tirantes negro y lo que parecían pantalones color café. Pronto ella se percató del sonido del caballo y se puso en pie. Cuando se giró algo parecido al deseo le golpeo de frente al jinete, era Alba con una coleta bien peinada lacia cayéndole en la espalda tenía un tabaco en los labios y un escote que no pudo pasar por alto.

-¡Oye!, ¿Tas bien?- grito del otro lado del cercado, la joven se acercó corriendo con la mano en el pecho

-Se me ha ponchado la llanta, ¿Tienes teléfono para llamar a alguien que venga por mí?-

-¿Esa es la camioneta de Don Modesto?- pregunto solo para confirmar que ella era la chica de la que medio pueblo hablaba

-Sí, soy su nieta.- en ningún momento por su cabeza paso que sería alguien de la familia, creyó que era un capataz más, traía la camisa azul cielo abierta a medio pecho, un sombrero vaquero, las charreras y guantes de trabajo.

-Ciérrala y pásale- le señalo el portón- entremos a casa y mandare a alguien que te ponga el repuesto- le gritaba acerándose a la puerta

-Muchas gracias- dijo entrando al camino hacia la quinta- Mucho gusto soy Alba Villaseñor-

- El gusto es todo mío- dijo haciendo un ademan con el sombrero- soy Pedro Villegas, ¿Sabes montar o quieres que te lleve?- le pregunto señalando al pinto que traía jalando detrás- lo saque a correr, aún se está acostumbrando al jinete, pero puedes tomar el mío- ella pensó por un momento, no quería subir con un hombre casado al caballo, pero tampoco estaba vestida para montar. Pero al final le dio igual.

El ParaísoWhere stories live. Discover now