24- La despedida

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Esta semana me han dejado en abstinencia... literalmente. Es decir, Nícolas no ha tenido nada de tiempo para follar y eso me enoja, especialmente porque en una semana me largo y nada que ver.

Hoy es mi fiesta de despedida. ¿Por qué hacerla con una semana de diferencia? Bueno, la agenda está algo apretada para los últimos días y solo teníamos este libre.

Es muy notable el cambio de cuando estuve aquí la primera vez e intenté salir corriendo y ahora que estoy comiendo con un montón de guardias, empleados de servicio y la familia real. Definitivamente las cosas han cambiado.

¿Saben cuándo vuelvo a ver al idiota? Cuando faltan tres días para irme.

Después de mi fiesta me pasé cuatro días durmiendo sola porque al idiota no le dio la gana de aparecer. Ahora, mientras salgo de la ducha envuelta en una toalla, lo veo parado en el marco de la puerta de mi habitación.

—¿Ya te dio la gana de aparecer?

—Tal vez.

Voy al cajón de la ropa interior y levanto unas bragas para ponérmelas, pero su mano llega a mi muñeca y me hace dejarlas de vuelta en su lugar.

—¿Sabes qué estuve haciendo? —me pregunta.

—No.

—Mi trabajo.

Lo miro, extraña, porque no sé qué tengo yo que ver en eso.

—Ajá, ¿y?

—Adelanté todo mi trabajo para tener estos tres días contigo.

—¿A qué te refieres?

—A que tú y yo nos vamos a mi habitación, y no saldremos hasta que debas irte.

No me deja decir una sola palabra y prácticamente me arrastra a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.





¿A poco pensaron que les iba a relatar todo lo que hicimos? Pues no, esperancitas. Solo voy a decir que llevo dos días aquí y solo hemos hecho pausas para comer e ir al baño. Literalmente está acabando con todas mis energías y el máximo de horas seguidas que he dormido es de tres.

Nícolas cae agitado sobre mi pecho después de correrse. Nuestras respiraciones están aceleradas y llevo mis manos a su nuca para acariciarlo un poco.

—Eres un idiota —le susurro.

—¿Ahora por qué?

—No voy a poder caminar.

Empieza a reírse, y debo admitir que me da un poco de gracia, pero pronto tengo que irme. ¿Pronto? Bueno, ni siquiera sé qué hora es. Cierro los ojos a ver si puedo conciliar un poco el sueño y en ese instante la alarma suena. Estiro mi brazo como puedo y veo la hora. ¡Son las tres de la tarde! Debo estar abajo a las cuatro para ir al aeropuerto.

—¡Puta madre! Muévete.

Trato de tomarlo por los hombros, hacerlo girar, lo que sea, pero nada funciona.

—Nícolas debo darme una ducha, perderé mi vuelo.

Levanta la cabeza y me mira divertido. Lleva su mirada a mis pechos desnudos y sube un poco para lamer uno.

—¡Ya basta! —medio grito, medio gimo—. Tengo que arreglarme o perderé mi vuelo.

—Uno más y ya —propone.

Muerdo mis labios. La oferta es tentadora, pero debo irme.

—Yo arriba —demando.

En la cama del príncipeWhere stories live. Discover now