21- Un susto de muerte

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Los días pasan y ni me doy cuenta. Estoy en mi habitación, vistiéndome, cuando escucho la puerta abrirse.

—Ya llegó la doctora —me avisa Marco.

Han pasado tres meses desde que me colocaron la primera inyección anticonceptiva y es momento de la segunda. Segunda y última porque en tres meses me iré de aquí y volveré a mis queridas pastillas y preservativos.

Me miro en el espejo y me agrada la caída que tiene. Es ceñido, las mangas cortas rodean mis hombros dejándolo a la vista junto con mi cuello y brazos. Es de un color morado y en la parte superior parece bordeado de flores. En fin, es lindo.

Bajo con Marco y vamos conversando en el camino. A veces me levanto temprano para hacer ejercicio con él y otras veces no tengo tiempo. De hecho, hoy han pospuesto dos eventos para que yo pudiera recibir mi inyección. Sí, así de ocupada estoy.

Llego al mismo salón de la primera vez y la doctora es otra. Tomo asiento en la silla que es parecida a la de un dentista, pero sin las luces y los aparatos. Marco toma asiento en un sofá y la doctora me sonríe. Es bastante mayor.

—Un placer conocerte, Julia. Mi nombre es Marilyn.

—Igualmente Marilyn. ¿Por qué no pudiste venir la otra vez? —pregunto al ver que saca la inyección ya preparada, pero con la aguja aún cubierta.

—¿La otra vez? —me mira extrañada.

—Sí, ya sabe. Hace tres meses cuando no pudo venir y envió a su pasante para que me pusiera la inyección.

No me gusta que se quede callada. Como tampoco me agrada que su tez se note un poco más pálida. Cruzo una mirada con Marco y él está igual de extrañado que yo.

—Hace tres meses —susurra—. Hace tres meses mi pasante solo colocó unas vitaminas. Nadie de mi clínica ha sido enviado a colocar inyecciones anticonceptivas, mucho menos al castillo.

Siento cómo mi corazón se precipita al vacío y llega a mis pies. No puede ser lo que creo que está diciendo. He debido entender mal.

—¿Está diciendo que nunca le pusieron el anticonceptivo? —Marco se pone de pie haciendo la pregunta que yo no puedo formular.

—Pues... —la escucho tartamudear.

Subo mis piernas y las aprieto contra mi pecho. Dios no, por favor, que esto no esté pasando. Si no tengo la inyección y he pasado más de dos meses con Nícolas corriéndose dentro de mí... es imposible que no esté... Dios no.

El periodo no me ha llegado en tres meses... pensaba que lo hacía la inyección porque... debe hacerlo la inyección. ¡Esto no está pasando! Ahora que por fin mi vida empieza a arreglarse díganme que esto es una broma.

Marco me abraza y me quedo viendo la jeringa que la doctora tiene en la mano. El líquido es amarillento.

—¿Todas las inyecciones tienen el mismo color? —pregunto en un susurro.

—Sí.

Su respuesta es queda. Ahondo en mi memoria y, efectivamente, la inyección que me pusieron era blanca. Diosito no.

—Tengo que colocarle...

—¡Aléjese de mí! —le grito.

—Julia —me habla Marco.

—No —niego con la cabeza—. No se va a acercar a mí con esa cosa, que se largue.

—Pero...

En la cama del príncipeWhere stories live. Discover now