10- Buscando privilegios

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      Creo que un millón de abejas asesinas zumban sobre mí, y empiezan a picarme. Abro los ojos, y veo a Marco al lado de mi cama tocando mi brazo de forma insistente.

      No le digo nada, estoy... frustrada.

      —Conservé mi empleo —me dice.

      Volteo la cara al otro lado. Ya lo sé. Y sé lo que me costó.

      —¿Quieres quedarte en la cama hoy?

      Asiento. Siento la cama hundirse con su peso y luego su mano acariciando mi cabello.

      —Estoy enojada —le digo.

      —¿Por no follar con el príncipe sexy?

      —No le digas así al idiota —me quejo, y el ríe.

      —De acuerdo. ¿Qué quieres de él?

      No deja de acariciarme el cabello y me pongo a pensar en qué se supone que quiero.

      —Dejar de usar los vestidos de María Antonieta.

      —¿Algo más?

      —Menos clases, son aburridas. Un libro de Sigmund Freud no me vendría mal.

      —¿Sigmund?

      —Estudiaré psicología cuando este circo acabe.

      —Mírate. ¿Quién lo diría? Eres una caja de sorpresas.

      Giro mi rostro para verlo.

      —¿Puedes conseguir lápiz y papel para que hagamos una lista de lo que quiero?

      —¿También quieres que te traiga el desayuno a la cama?

      —La bruja enloquecería si hago eso —me siento en la cama—. ¿Sabes qué? Eso haré hoy. Quiero privilegios, no quiero parecer esclava.

      —Esta noche es el baile —me recuerda.

      —Entonces empecemos a trabajar.

      Me pongo de pie y me meto al baño para darme una ducha rápida. Al salir, prácticamente saco a Marco de mi cama y bajamos a la cocina. Es muy temprano para que esté listo, por lo que algunas empleadas se asustan al verme, ya me conocen, pero las tranquilizo y les pregunto por la bruja (obvio no usé ese nombre).

      Cuando la encuentro, no me ando por las ramas. Ella quiere algo: que yo me comporte de maravilla para poder presumir frente al rey el buen trabajo que está haciendo, y yo quiero algo: desayuno en la cama y que moleste menos. Al final quedamos en eso, yo me comporto y solo debo asistir al almuerzo y la cena con la familia real. Resulta que no es tan mala mujer después de todo.

      Marco y yo subimos a mi habitación con un abundante desayuno y un montón de libretas y plumones. Pasaré más tiempo aquí, así que no quiero aburrirme.

      Escribimos mi lista. Son las cosas que le pediré al príncipe en cada ocasión que me corresponda ir a su habitación.

      —¿Y cómo te vas a aguantar las ganas de follar? —pregunta Marco.

      —¿Qué?

      —Solo aceptará a tus peticiones si no puede follarte, pero una vez lo haga, perderás la oportunidad de exigir.

      —7 días, recuerdas —me mira divertido—. ¿Qué?

      —¿Estás obsesionada con el siete o te estás haciendo la idiota?

En la cama del príncipeWhere stories live. Discover now