9- Salvando a Marco

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Cuando regresamos al castillo, el rey nos está esperando en la entrada.

—¿Cómo estuvo su paseo? —pregunta.

—Como la mierda —digo pasando por su lado.

Me duelen las muñecas y ya tengo marcas rojas por la presión. Obviamente me quitó las esposas antes de salir del auto, pero esto es detestable. Subo a darme un baño y al salir, debo ponerme uno de los gigantes vestidos porque así es como debo vestir.

Termino de forma normal mi horario, y cuando finalmente puedo relajarme en la cama, busco mi consolador. Sí, esta vez sí... o no.

Uso lubricante para facilitar las cosas (María consigue de todo) ya que no estoy lo suficientemente mojada. El problema es que cada vez que estoy cerca... recuerdo la cara del idiota negándome lo que tanto ansío... y me bloqueo.

Después de tres intentos fallidos tratando de despejar mi mente, decido mandar todo al caño y me doy una ducha fría donde aprovecho para eliminar los pequeños vellos que empiezan a crecer. Odio esas cosas. Ya bañada y, furiosa, me acuesto a dormir.

La alarma suena a las 6:20AM. La apago y me levanto de mala gana. Voy al baño y me doy una ducha. Estoy de mal humor, estoy sexualmente insatisfecha y eso hace que me de dolor de cabeza. Me arreglo y voy al gimnasio donde Marco me espera.

—Amanecimos molestos esta mañana —dice cuando llego.

No le contesto y voy directo a la caminadora, él se sube a la que está a mi lado y me mira con curiosidad.

—Déjame adivinar, ¿no te cogieron bien? —lo miro molesta y él ríe—. No puedo creer esto. Jamás pensé que el príncipe fuera sexualmente deficiente.

—Tal vez no sea deficiente cogiendo pero sí complaciendo —murmuro molesta.

—Ouch. No cogieron y por eso estás molesta, ¿cierto?

—Algo —concedo.

—¿Por qué no lo hicieron?

—Porque no quise.

—Pero ahora estás de mal humor.

—¡¿Te quieres callar?! —le grito, provocando que se ría mucho más.

—¿Si coges con alguien estarás de buen humor?

Detengo la caminadora y me lo quedo viendo.

—¿A qué te refieres?

—No me gusta que las personas estén de mal humor. ¿Cogemos?

Me muerdo el labio sopesando la respuesta.

—Pensaba que eras gay.

—Lo soy, pero también soy un buen amigo.

—Pero no puedo causarte una erección.

—Eso es cierto.

—Y encima, no puedo follar con alguien que no sea el idiota del príncipe.

Se queda pensando un rato mientras ambos nos miramos, de pie en las caminadoras.

—¿Y un oral?

—¿Bromeas?

—Te aliviaría, ¿no?

Me muerdo los labios otra vez. Es tentador. Solo lo veo y él me extiende una mano. La tomo y me lleva a una de esas máquinas para piernas que perfectamente se puede usar de asiento.

Me pide que me siente en el borde y me baja los pantalones cortos junto con las bragas.

—¿Segura que estás limpia?

En la cama del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora