En ese Instante (Capítulo 18)

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Cállate, le dijo a sus recuerdos. Hoy es sábado y punto.

Sin embargo, él sabía que no era así.

Se puso en marcha para no seguir peleando contra sí mismo. Se lavó la cara, los dientes, y se puso la ropa para ir al gimnasio.

Bajó las escaleras de dos en dos, como si llegara tarde (sabía con certeza que llegaría media hora antes, como siempre), y se metió en la cocina.

Ángela estaba sentada en la mesa de madera con una taza de café entre las manos, los anteojos torcidos en el puente de la nariz y el pijama de los Roling Stones arrugado, el cabello revuelto como de costumbre.

Su mirada adormilada se posó en Rubén.

-          Hola. – saludó él. Ella no contestó.

Rubius nunca entendía por qué Ángela se levantaba tan temprano, y más los fines de semana. Tampoco se había animado a preguntárselo.

Se sirvió un plato con tostadas, un café con leche y se sentó en la mesa. Desayunaron en pleno silencio.

Y ahí estaban, las palabras que se le amontonaban en la garganta, apretujándose, queriendo salir todas juntas y, al mismo tiempo, sin atreverse. Siempre le pasaba eso con Ángela. Sentía que tenía que decirle algo, que debía hacerlo. A veces pensaba en soltarle un simple << Gracias >>, pero nunca le parecía el momento adecuado.

Así que, otra vez, sin decir nada, dejó el plato y la taza en el fregadero y salió a la calle, tragándose las palabras, mordiéndose la lengua.

Bajó las escaleras del gimnasio y observó la pequeña habitación, bordeada por bolsas de boxeo viejas y paredes gastadas, el ring elevándose a lo lejos.

Hacía varios entrenamientos que no podía centrarse. Se quedaba vagando por ahí, dando vueltas, o sentado en la banca. Pensaba en muchas cosas. Sus dedos encendiendo un cigarrillo, en una alarma que se disolvía en sus oídos, en un beso bajo la lluvia, en un callejón oscuro y frío, en los labios que habían respondido a los suyos. No podía entrenar, no así, no con esos recuerdos girando en torno a su mente. Porque, por más raro que pareciese, los golpes no le salían. Los pies no se le movían. Todo él parecía reacio a practicar, como si ya no lo necesitara.

Pero ese sábado los golpes le salieron solos. Sin calentamiento, sin siquiera detenerse a dejar sus cosas, fue directamente a su bolsa de boxeo y, dejando caer su mochila al suelo, golpeó la bolsa de arena con los nudillos fríos. Sintió agujas heladas clavársele en las manos, hiriéndolo. Pero lo le importaba. No podía dejar de hacerlo.

Ginny sacudiéndolo para que se despertase. << ¡Feliz cumpleaños, Ruby! >>. Su madre haciendo el desayuno en la cocina, sonriéndole. << Feliz cumpleaños, hijo >>. Su padre, que tomaba su cumpleaños como una razón más para beber, dándole dinero. << Ve y diviértete >>.

¡Ya basta!, se gritó. Pero no podía parar. Sonrisas y recuerdos, pesadillas y golpes, lágrimas y golpes. Golpes y golpes y golpes.

Y oyó unos pasos bajando la escalera.

Los latidos que habían resonado tan fuerte en su pecho desaparecieron por una fracción de segundo. Su corazón se detuvo y entró en pánico. Luego sus miradas se encontraron y los latidos regresaron, el doble de fuertes, gritándole "¡Aquí estoy, idiota!".

Se sintió estúpido.

Pero esa era la mejor de las sensaciones que había experimentado esa mañana.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now