*Epílogo*

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22 años después.

Katherine jamás se quitaría, después de tantos años, aquella llave metálica que adornaba su cuello, sujetada por una delicada cadena de plata, en memoria del que había sido su primer amor, y quien la muerte, le había arrebatado tan repentinamente de su vida.

Se miró al espejo por última vez. Su cabello rojizo aún resaltaba aquellos ojos grises que parecían leerte como a un libro abierto, sin embargo, las arrugas casi imperceptibles comenzaban a adornar su rostro, confiriéndole un aspecto mucho más solemne. Kate soltó un audible suspiro y se alisó el vestido azul marino. Siempre había odiado los compromisos sociales, pero ese día era importante, y lo sabía. Su mirada se posó en el librero, en el descansaban los innumerables tomos de sus novelas, y no pudo ocultar una sonrisa. Lo había logrado, y no sólo eso, sino que en el día de su cumpleaños 40 le sería otorgado el premio Franz Kafka por su última obra literaria.

—Cariño, ¿estás lista? —dijo su esposo, desde el cuarto de baño— nuestro vuelo sale pronto.

Las fotografías enmarcadas del día de su boda le devolvieron la mirada. Sus ojos color miel seguían siendo igual de cálidos y tiernos.

—Ya casi —dijo ella.

Kate se había quedado tan perdida en sus pensamientos, que cuando el timbre de la casa retumbó por cada pared, dio un brinco y se llevó la mano al corazón acelerado.

—Debe ser el chofer —dijo Ethan, quien entró a la habitación y no pudo reprimir una enorme sonrisa al verla— Te ves preciosa.

Kate le devolvió el gesto.

—Voy a abrirle —dijo ella antes de depositar un beso tierno y fugaz en sus labios.

Caminó hacia las escaleras. Desde esa altura podía alcanzar a ver la silueta de un hombre del otro lado de la puerta, y se apresuró a bajar a su encuentro.

Todo ocurrió tan rápido, pero Kate fue capaz de observar todo en cámara lenta. Un mal paso, un trastabilleo en el seguro latir de su corazón, un dolor desgarrador en el pecho, y de pronto sus pies abandonaron el suelo. El golpe se escuchó tan fuerte, que el mismo Ethan lo sintió retumbar en cada uno de sus huesos.

—¡Kate! —gritó con fuerza mientras se apresuraba al final de los peldaños.

Pero Kate apenas si lo podía escuchar, era como una voz que trataba de llegar a ella por debajo del agua.

—¡Oh, Dios mío, Kate! ¡Tara, llama a una ambulancia!

—Estoy bien —trató de susurrar Kate, pero su voz no logró salir de sus labios.

Le dolía tanto que apenas si fue consciente del charco de sangre que se comenzaba a formar alrededor de su cabeza, y que Ethan se encontraba inclinado junto a ella tratándola de hacerla reaccionar.

De pronto, se comenzó a sentir completamente adormecida, tanto que cuando se puso de pie, creyó que volvería a caer de bruces al suelo. Katherine se sujetó con fuerza a la pared y le pareció casi increíble comprobar que el dolor estremecedor había dejado de inundar cada una de sus extremidades al despegar su cuerpo del piso. Las voces de Ethan y la ama de llaves, le seguían llegando como un eco lejano, pero ella sólo era capaz de divisar la puerta, donde la figura de aquél hombre seguía aguardando pacientemente del otro lado.

A cada paso que daba era como sentirse cada vez más ligera, como si pudiera desprenderse por completo de un enorme peso con el que apenas si había notado que había estado cargando gran parte de su vida.

Katherine caminó hasta sentir el frío tacto del picaporte y al momento de sujetarlo dudó por unos segundos. Se giró hacia las escaleras, pero la estancia estaba completamente vacía, y un silencio sepulcral inundaba cada rincón de la casa. Y entonces lo comprendió con el último latir de su corazón.

Finalmente, abrió la puerta de lleno.

—Hola, gatita.

Delante de ella, tal como lo había atesorado en sus recuerdos por tantos años, estaba él. Llevaba su característica chaqueta de cuero, y esa media sonrisa que le había robado el sueño en innumerables noches de insomnio.

—¿Por qué tardaste tanto? —susurró.


Fin.

Good Girls love Bad BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora