Cap. 46º: "Apaga la luz."

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—¿Con esto es suficiente? —Alexander soltó de golpe un montón de monedas que repiquetearon por todo el mostrador de madera del Motel barato.

El recepcionista nos miró con cara de pocos amigos, pero finalmente nos entregó una llave de metal de mala gana.

—Habitación 122 —dijo con su áspera voz.

Alexander le dedicó una sonrisa deslumbrante que no le llegó a los ojos y finalmente nos dirigimos a las puertas del ascensor, cargando con nuestras bolsas del centro comercial repletas de ropa.

—No sirve —escuchamos decir al hombre a nuestras espaldas.

—Estupendo —suspiré resignada al tiempo que buscaba las escaleras.

—Te apuesto una cerveza a que el colchón está repleto de cucarachas —susurró Alexander a mi oído.

Instantáneamente un tremendo escalofrío se apoderó de cada una de mis extremidades y me quedé de piedra antes de subir el primer peldaño. Alexander, en cambio, me rebasó al tiempo que una ligera risa ascendía por su garganta.

Pero las cucarachas hubiesen sido preferibles a comparación con lo que mis ojos se encontraron al cruzar el umbral de la habitación.

—¿Sólo hay una cama? —dije casi sin aliento.

Alexander en cambio ya estaba tumbado en ella, mientras miraba su celular.

—¿Qué te pasa, gatita? —dijo sin despegar la vista del aparato— ¿Pateas mucho por las noches?

—¿Sabes qué? —le solté sin más— Me da igual, no pienso discutir contigo.

Y antes de que pudiera decir nada, me encerré en el cuarto de baño, el cual por suerte, no estaba tan mal como me había imaginado.

¿Cómo es que había terminado en esta situación? Si hacía un repaso mental de lo que había acontecido en mi vida los últimos días, realmente parecía algo sacado de una novela de ficción y no algo que le pasaba a una persona normal y corriente como yo.

No podía pensar con claridad, y un tremendo dolor de cabeza amenazaba con torturarme por el resto de la noche, así que abrí la llave caliente de la regadera, y mientras el diminuto cuarto se comenzaba a llenar de vapor, me comencé a quitar la ropa. Doblé todo con cuidado y lo dejé sobre la taza del retrete, y finalmente dejé que el agua se encargara de destensar cada uno de mis contraídos músculos.

Pasaron los minutos. Con desconfianza tomé una de las toallas color salmón que se encontraban apiladas en uno de los muebles del baño, y después de inspeccionarla a detalle, decidí secarme y sacar de una de las bolsas de American Eagle, un pijama sencillo de color azul marino. Finalmente, me miré al espejo y decidí que mi aspecto era lo suficientemente aceptable como para salir y enfrentarme a los comentarios hirientes de Alexander.

Comencé a abrir la puerta lentamente, como si temiera el simple hecho de hacer cualquier clase de ruido, y con lo que mis ojos se encontraron fue con la oscuridad de la habitación, la cual sólo había alcanzado a iluminar parcialmente con la luz que provenía del interior del baño.

—¿Alexander? —pregunté, sintiéndome estúpida al instante.

¿Para qué demonios decía su nombre? Era obvio que iba a estar ahí, lo más probable era que inclusive estuviese dormido. Comencé a tantear la pared en busca del interruptor de la habitación, pero no lo encontraba.

—Apaga la luz —respondió con voz amortiguada.

En el acto mi corazón se detuvo por un segundo.

—¿Qué?

—¿Podrías apagar la luz? —dijo esta vez en un tono inusualmente cortés.

¿Qué demonios le estaba ocurriendo a Alexander? Sin embargo, asentí con la cabeza, consiente de que tal vez no vería mi gesto, y como una nena pequeña que asustada corre a resguardarse dentro de las cobijas, me adentré en la cama.

Podía sentir un cálido y electrizante calor irradiando de Alexander, quien se encontraba a un lado mío, provocando que mi corazón se acelerara a una velocidad casi imposible.

Y entonces, pude enfocarlo a la perfección, una vez que mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad de la habitación. Estábamos rostro a rostro, a escasos centímetros de distancia el uno del otro, y mi rodilla rozaba casi imperceptiblemente su pierna.

Pude ver como Alexander sonreía débilmente.

—Respira, Kate— dijo con voz suave.

—Deja de decirme qué hacer —dije casi en un murmullo.

—Siempre eres así, ¿no? —dijo con una risa débil.

—¿Así cómo?

Alexander se acercó aún más a mí, y comenzó a acariciar mi mejilla con la yema de sus dedos. Era un roce tan delicado que parecía casi imperceptible, pero lo podía sentir reflejado en cada una de mis terminaciones nerviosas.

—¿Por qué me besaste la otra noche? —preguntó sin más, directo al grano.

Así de rápido como nos habíamos aproximado, me encargué de poner distancia entre nosotros y me recosté mirando hacia el techo, como si el acto de no encontrarme con sus ojos me permitiese acomodar mejor mis ideas. Sin embargo, era consiente del enorme peso de su mirada clavada en mi perfil izquierdo.

—Creí que ya habíamos hablado de esto —dije después de unos segundos.

—Pero nunca me respondiste —insistió.

—No creo que realmente importe mi respuesta —lo miré— ¿o sí?

Alexander frunció el ceño sin despegar ni un segundo sus ojos de los míos.

—Si no me importara no te estaría preguntando, Kate.

—Te besé porque creí que no lo recordarías al día siguiente —dije casi con fastidio.

Odiaba el hecho de sentirme tan vulnerable ante él.

—¿Por qué? —preguntó incorporándose un poco con su antebrazo.

—¿A qué quieres llegar con todo esto, Alexander? —le solté.

—Quiero llegar a esto —dijo.

Y sin poder anticiparlo sus labios se encontraron con los míos, haciéndome sentir el doble de emociones, que había experimentado la primera vez que lo había besado. Una cosa es besar, y otro verbo totalmente diferente es que te besen.

***

¡Hola! Sé que es un capítulo corto, pero espero que lo disfruten. 

Andrea. 🖤

Good Girls love Bad BoysWhere stories live. Discover now