Cap. 33º: "El tejado."

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Después de despedirme de Thiago y de Marina, desanduve mi camino hasta casa, y cuando me encontré delante de la majestuosa mansión, comprobé en mi móvil que eran las 7:30 de la tarde, razón por la cual comenzaban a brillar diminutas estrellas plateadas en el firmamento.

Hoy realmente había sido uno de los mejores días que había tenido en Plymouth ¡Había conseguido un empleo!

Al llegar al recibidor me quité la chaqueta verde militar, y la colgué de cualquier forma en el perchero, el cual, ya estaba ocupado por un saco negro. Me quité las botas de una patada. Digamos que mamá me había acostumbrado a hacer este ritual desde que era una niña pequeña.

—Al fin llegas —resonó una voz ronca a mis espaldas.

Rápidamente giré sobre mis talones y mis ojos se toparon con la sonrisa incómoda de mi padre, quien se encontraba cruzado de brazos al inicio de las escaleras de caracol.

—Te estaba esperando para cenar —concluyó después de aclararse la garganta.

—¿Tú solo? —pregunté con duda, tratando de buscar indicios de Regina o Alexander por algún lugar.

—Creí que sería mejor si cenábamos tú y yo por esta ocasión —dijo, y con un gesto de la mano me invitó a pasar al inmaculado comedor, donde ya estaba la mesa dispuesta para dos personas.

Con paso rígido, caminé detrás de Ezra, quien se sentó a la cabeza de la mesa, y tomé mi sitio en el costado derecho de la misma. Mi día perfecto se comenzaba a tornar extraño de un momento a otro.

—Tara me comentó que no te gusta la sopa —soltó de repente después de colocarse una servilleta de tela en la camisa a modo de babero— por lo que hoy comenzaremos por el plato fuerte.

Vaya, que la ama de llaves supiera más cosas de mí que mi propio padre, me hacía sentir realmente mal.

Antes de que pudiera decir nada, apareció Tara con una bandeja de plata, donde descansaban dos platos de porcelana con carne y vegetales. Olía de maravilla.

—Gracias —murmuré a Tara, quien me regaló una sonrisa alentadora.

Comimos sin intercambiar palabra alguna, con el chocar de los cubiertos contra el plato como música de fondo. De vez en cuando notaba que papá me miraba por el rabillo del ojo, y eso me ponía aún más nerviosa ¿Cómo se supone que comenzaríamos a conocernos si ninguno de los dos daba el primer paso?

—¿Cómo te fue en la prueba de admisión? —preguntó finalmente una vez que hubo terminado su plato, y se limpiaba la comisura de los labios con la servilleta.

—Pues... creo que bien. Espero —dije con una leve sonrisa.

Sinceramente habían pasado tantas cosas en tan pocas horas, que había olvidado por completo un tema importante:

—No sabía que eras el rector de la universidad.

Mi padre se encogió de hombros y alejó su plato vacío, como quien no quiere la cosa.

—Siempre me ha interesado la educación.

—¿Y los bancos? —lo miré.

—Veo que has estado investigando una que otra cosa sobre mí —dijo lentamente.

—Es lo mínimo que pude hacer, después de todo no nos conocemos realmente- dije antes de medir mis palabras.

Era la primera vez que le hablaba con un tono acusador, y el miedo comenzó a vibrar en mis venas. ¿Había metido la pata?

Ezra abrió los ojos en señal de sorpresa, pero inmediatamente se compuso y miró hacia un punto en la pared que tenía delante.

—Pudiste habérmelo preguntado, Kate —dijo después de unos segundos que parecieron interminables— no tengo nada que ocultar.

Good Girls love Bad BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora