Cap. 22º: "Un lugar secreto."

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Después de tratar de convencer a Alexander de que me dejara seguirlo con su Camaro hasta el punto de reunión con la banda, conduje aproximadamente media hora detrás de mi hermanastro hasta llegar a la bahía, donde desde la ventanilla del carro pude ver una feria gigante ubicada a la orilla del puente. Me quedé sin aliento al ver las miles de luces brillar delante de mis ojos.

Al detener el auto, pude notar que nos encontrábamos delante de un edificio color crema abandonado con varias ventanas, algunas de ellas con pedazos de cartón colocados a modo de cortina y en la parte de abajo, lo que parecían ser cocheras gigantes con las conocidas persianas de metal.

Antes de que pudiera bajar del auto Alexander tocó mi ventanilla.

—Dejaremos los autos aquí —dijo después de que hube bajado el cristal— me he olvidado las llaves del garaje, pero aquí estarán seguros.

Sin decir más asentí con la cabeza y me bajé del auto, no sin antes entregarle las llaves a Alexander, quien me extendió la mano.

–¿Y yo soy la obsesiva controladora? —enarqué una ceja.

—Es mi auto —dijo encogiéndose de hombros.

Rodando los ojos le seguí el paso hasta llegar a unas escaleras metálicas de emergencia a un costado del edificio.

—Vamos —dijo con una sonrisa jocosa mientras comenzaba a trepar por los escalones al ver que no le seguía el paso.

—¿Por qué no usamos la puerta principal?

—Porque me he olvidado todo el juego de llaves y la puerta de aquí siempre está abierta —dijo imitando mi gesto de rodar los ojos.

Sin hacer más preguntas trepé detrás de él y al llegar hasta la parte de arriba pude ver como Alexander abría una puerta oxidada de color rojo y me dedicaba una mirada.

—No es lo que alguien como tú esperaría —dijo inseguro.

—Otra vez vamos con lo mismo —dije un tanto exasperada, al tiempo que me cruzaba de brazos.

—Lo siento —sonrió un poco— solo no te sorprendas de más.

Negando con la cabeza lo empujé levemente y abrí la puerta, pero tenía razón Alexander, no estaba preparada para lo que mis ojos vieron.

El lugar era enorme, cientos de instrumentos se encontraban repartidos de cualquier manera por toda la habitación, la cual en algunas paredes tenía colchones amortiguadores de sonido, y el resto era de ladrillo rojo. En el centro del cuarto había una mesa de madera con dos cajas de pizza a medio comer, cinco ceniceros a reventar de colillas de cigarrillos, montones de botellas vacías de cerveza por todas partes y un olor a viejo que me hizo arrugar inmediatamente la nariz.

—Tarán —exclamó Alexander con emoción fingida al tiempo que abarcaba con los brazos la habitación— La verdad es que eres la primera chica que viene, así que no te culpo si....

Pero antes de que pudiera decir nada, me acerqué al enorme ventanal de cristal que ocupaba una pared completa y daba a la feria de la bahía y gran parte del mar.

—Es hermoso —susurré sin despegar la vista de aquel espectáculo.

—¿En verdad? —dijo Alexander acercándose y colocándose a un costado mío— Bueno... No está mal.

—Pagaría lo que fuera por tener esta vista siempre —dije casi para mis adentros al tiempo que despegaba la mirada del cristal y lo miraba con una pequeña sonrisa— Huele mal, pero por lo demás me parece un lugar con propio encanto.

Los ojos de Alexander estaban fijos en los míos, tan fijos que de pronto temí que fuera a soltarme uno de sus comentarios agrios. Contuve el aire esperando que soltara la bomba, pero en cambio me tomó totalmente desprevenida al momento que giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta por la cual habíamos entrado.

—Vamos —dijo con una sonrisa— Tienes que ver esto.

Y sin decir nada más, lo vi desaparecer por las escalerillas de incendios. Sin pensarlo dos veces corrí detrás de él y me asomé por la puerta, pero ya no había rastro de él.

—¡Alexander! —grité.

—Aquí arriba —escuché el eco de su voz.

Agarrándome con fuerza de las barandillas comencé a subir y una vez que me encontré arriba, la firme mano de Alexander se extendió para que no me costase trabajo llegar hasta lo que parecía ser el techo. 

Sintiéndome presa del miedo al darme cuenta de en donde nos encontrábamos parados, me agarré con fuerza de sus brazos.

—Tranquila —rió sin quitarme sus divertidos ojos de encima— Puedes abrir los ojos.

El fresco aire nocturno azotó contra mis sonrojadas mejillas, abrí los ojos y lo que vi me dejó sin aliento alguno.

—Es... —comencé a gesticular al tiempo que me soltaba de Alexander y me dirigía a la orilla del techo, el cual por suerte tenía una pequeña barda de concreto que me llegaba a la cintura y me hacia sentir un poco más segura.

—Alucinante ¿No?

Era igual que la vista que ofrecía su cuarto de ensayos, pero mil veces mejor.

Mis ojos se posaron de pronto en el estrellado firmamento y me quedé embobada por unos instantes. Sin detenerme a pensar lo que hacía, me recosté en el frío concretó y miré con una sonrisa el espectáculo que ofrecía la noche despejada.

—Nunca había visto nada igual en una ciudad —musité.

En California era muy extraño poder contemplar las estrellas de noche, debido a la contaminación y las luces de los altos rascacielos.

—Bienvenida a Plymouth—dijo al tiempo que seguía la dirección de mi mirada, y sin dar crédito a lo que veían mis ojos, se recostaba a un lado mío con los brazos detrás de la nuca.

Permanecimos así un rato, hasta que Alexander rompió el silencio.

—Me gusta venir aquí arriba ¿Sabes? —dijo con voz ronca— Es en el único lugar en el que encuentro paz.

Me giré a verlo con una pequeña sonrisa en los labios y me sorprendió un poco verlo con los ojos cerrados.

—Gracias —susurré.

—¿Por qué? —dijo girándose a verme al tiempo que sus ojos esmeralda me miraban confundidos.

—Por compartir esto conmigo —dije desviando la mirada al cielo.

Pero antes de que Alexander pudiera responder nada, escuchamos el sonido de un claxon y a continuación las puertas del auto siendo azotadas y la voz de quien pensé debía ser Aaron.

—Te digo que ya está aquí —parecía decirle a alguien— Sus dos autos están aparcados afuera.

—Será mejor que bajemos —dijo Alexander después de aclarar su garganta y ponerse de pie.

Después de dirigirle una última mirada a la ciudad, le seguí el paso, de pronto sintiendo un extraño temor por saber cuál sería su siguiente cambio de humor.

***

Good Girls love Bad BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora