44. Algunas cosas inevitables

141 20 1
                                    


Tal y como había dicho Maya el día que volví a casa, habían algunas cosas que eran inevitables y sin duda Alice era una de ellas.

Pasaron dos semanas antes de que escuchara noticias de ella, semanas en las cuales me dediqué a pasar tiempo con mi familia y a despejar mi mente de todo lo que pudiera traerme preocupaciones. Sabía que Alice me buscaría tarde o temprano, era una realidad que me había encargado de dejar en espera porque me negaba a darle demasiada importancia. Sin embargo, también era consciente de que nos habíamos separado en malos términos y que esta vez fui yo quien rompió el lazo que habíamos creado de forma tan brusca como ella lo había hecho el año anterior.

En esta ocasión no tuvo que recorrer los patios de otras casa ni escalar por un balcón para llegar a mi porque le di permiso para que entrara por la puerta. Mamá ya había decidido que Marco le caía mil veces mejor que Alice a pesar de que no lo conocía, por lo que no la emocionó en lo más mínimo saber que la vería otra vez.

Decir que ver a Alice no me afectó era mentira, pues lo quisiera o no ella me había marcado de formas que nunca nadie lo había hecho. Eran sentimientos conflictivos, confusos y fuertes; estaba resentido, enojado y triste, aliviado y con una sensación agradable y nerviosa. Era una mezcla terrible.

-¿Te parece si salimos a caminar?- le pregunté en el recibidor.

Alice miró hacia el interior de la casa por sobre mi hombro, probablemente porque sabía muy bien que ya no era realmente bienvenida. Posó sus ojos claros sobre mi y con un suspiro resignado asintió, me dio la espalda para salir y seguí sus pasos de cerca hasta que nos encontramos en la vereda.

Caminamos por fuerza de costumbre en dirección ascendente por la colina en la cual se encontraba mi casa, porque sabíamos que más adelante había una laguna artificial rodeada de un parque silencioso y poco concurrido. Sólo los residentes del condominio tenían acceso a ella, pero lo más probable era que la gran mayoría ya hubiera hecho sus maletas y dejado la ciudad.

Al llegar nos sentamos sobre el césped perfectamente cortado, bajo un árbol que brindaba la sombra necesaria como para no derretirse bajo el sol. Era otro día acalorado y brillante, como todos los días desde que había vuelto a casa. Me pregunté si es que a Marco le gustaría el clima, aún no sabía si prefería los meses fríos o los cálidos.

-Nunca pensé que tu estrategia de emergencia era la evasión.- habló ella al fin, acomodando su espalda en el tronco.

Dejé escapar una risa irónica y me posicioné a su lado, sacudiendo ligeramente la cabeza ante aquel comentario. No estaba seguro del curso que tomaría esa conversación si comenzábamos con críticas y observaciones despojadas de todo contexto.

-Ya lo tengo contemplado en mi lista de temas que abordar en terapia.- dije con ligereza.-¿Alguna otra sugerencia?- pregunté.

-Estuve enojada por varias semanas, así que te aseguro que usé gran parte de ese tiempo en buscar todo lo que puede estar mal contigo.- contestó.-Pero creo que es mejor que te des cuenta solo, no que yo te lo diga.-

-Definitivamente lo prefiero así.- asentí.

-Sigo enojada.- dijo con un suspiro cansado.-Pero por sobre todo me siento... dolida.-

-Alice.- dije con firmeza.-¿Qué quieres? Porque si viniste para cerrar el ciclo, no voy a oponerme; pero si estás aquí porque quieres otra cosa te digo desde ya que no funcionará.- terminé con claridad.

Estaba cansado de arrastrar el peso que ponía Alice sobre mí cada vez que no estábamos de acuerdo, de dejar que nuestra historia se apoderara de todo lo que hacía y pensaba. Pero a pesar de que deseaba ponerle fin aún guardaba una mínima esperanza de terminar con todo en buenos términos, consciente de que una parte de mi seguía negándose a dejarla ir por completo. Era estúpido.

La Primera RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora