34. Un límite difuso

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El departamento de Marco estaba más alejado de la universidad de lo que creí y de haberlo sabido antes le habría dicho que podía ducharse en mi residencia y usar mi ropa limpia. Pero ya era demasiado tarde para ofrecerle aquello, pues acababa de aparcar la camioneta en el estacionamiento subterráneo de su edificio.

Habíamos charlado acerca de la universidad durante todo el trayecto, él me contó acerca de algunos problemas que estaba teniendo con un grupo de compañeros con los cuales no lograba congeniar durante clase y que ya le estaban molestando más de la cuenta. Al parecer los debates eran muy usuales en sus aulas y no todos lograban separar lo académico de lo personal.

Subimos al ascensor y lo vi presionar el numero quince, por lo que comprendí que tendríamos al menos dos minutos encerrados en el amplio elevador antes de llegar a su departamento. Usé ese tiempo para intentar planear algo, lo que fuera... quería hablar con él, pero no tenía idea de adonde podíamos ir para sentarnos a conversar con tranquilidad. Había imaginado que no pasaríamos más de veinte minutos en su departamento, al cual habíamos ido sólo para que se aseara.

Las puertas se abrieron y dieron paso a un pasillo de paredes blancas y bien iluminado, las puertas de los diferentes departamentos eran de madera anaranjada y los números estaban hechos de placas de metal plateado. Él abrió el 514 y me animó a pasar antes. Enseguida noté que no me había mentido cuando me dijo que su familia también manejaba dinero, pues un departamento de ese tamaño, con aquellos ventanales y en este lugar de la ciudad no era lo más barato para un estudiante universitario.

-Lindo lugar.- comenté adentrándome y observando los alrededores.

-Es de un tío, no nos cobra el alquiler.- dijo.-Creo que...- masculló como en busca de algo.

-¡Me estoy muriendo!- una voz nasal, aguda e inconfundiblemente femenina llegó desde el fondo de un pasillo.-¡Se me pegó la gripe!- agregó.

Al cabo de unos segundo apareció en medio de la minimalista sala una chica que debía rondar la edad de Marco, es decir, unos veinte o diecinueve; tenía el cabello negro amarrado en una alta coleta y una bata gris le envolvía completamente el cuerpo. Tenía los ojos claros inyectados de sangre y la nariz roja. Definitivamente tenía gripe.

-Carla, este es Derek.- le dijo Marco y ella lo fulminó con la mirada.-Estamos de paso, necesito una ducha y ropa limpia.- indicó levantando la bolsa en la cual había guardado su sweater manchado en vomito.

-Disculpa que esté así.- dijo ella haciendo un ademán a su persona y mirándome algo avergonzada.-Si hubiera sabido que tendríamos invitados al menos me habría vestido.- agregó.

-No te preocupes por mí, también he estado enfermo.- le comenté con una sonrisa.

Marco se disculpó fugazmente de la chica con la mirada y luego desapareció por el pasillo, no sin antes asegurar que no se tardaba y que entretanto aprovecháramos de conocernos. Carla se apresuró en dirección a la cocina americana y encendió la tetera eléctrica, dejándome en medio de la sala sin saber adonde ir realmente.

-Ven, siéntate aquí.- dijo apuntando un taburete.-Tenemos café, té, leche, chocolate y creo que incluso infusiones asiáticas o algo así...- comentó mirando dentro de un gabinete.

-Té está bien.- dije.

-¿Negro, verde, blanco, rojo, chai...?-

-Vaya, generalmente no me dan tantas opciones.- le dije.-Verde.-

-Es que soy una abuela en el alma, bebo demasiados brebajes calientes al día, más ahora que estoy así.- contestó.

-Entiendo.- asentí.

La Primera RupturaWhere stories live. Discover now