25. Buenos términos

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Sentarme en las graderías se estaba convirtiendo en una costumbre que no me desagradaba para nada, o al menos así era cuando el clima lo permitía. Eran casi las diez treinta de la mañana y sentía la punta de la nariz congelada, mi cuello estaba bien cubierto por mi bufanda y mantenía las manos escondidas dentro de los bolsillos de mi chaqueta, pero mis mejillas e incluso mis ojos se sentía fríos.

En el campo los chicos estaban a punto de terminar con su práctica, pero a diferencia de mi ellos sudaban e incluso se habían quitado las sudaderas. Marco era uno de ellos, estaba terminando de lanzar la prenda dentro de su bolso cuando me vio observándolo. Apenas me moví, pero alcé ligeramente mi barbilla en su dirección a modo de saludo y él me respondió sacudiendo su mano.

Se unió al trote de los demás y mantuvo la vista sobre la pista el resto del tiempo. Quizás creyó que estaba ahí por él, en parte así era, pero la principal razón era que pretendía hablar con el entrenador acerca de mi futuro en el equipo.

A las diez cuarenta y cinco en punto el entrenador alzó la voz y dio por finalizada la práctica, algunos de los chicos se echaron sobre el campo exhaustos y otros fueron directamente por sus bolsos y en dirección al gimnasio.

-Buenos días, entrenador.- saludé al hombre interceptándolo cuando abandonaba el campo.-Creí que ya podíamos hablar.-

-¡Faulkner!- exclamó con una sonrisa.-Me alegra verte, vamos a mi oficina ¿te parece? se me está congelando el trasero.- rió de buen humor.

Nos encaminamos hacia el gimnasio con rapidez y en el trayecto él me contó acerca de una vez que sus amigos lo habían retado a correr desnudo bajo la lluvia. ¿Por qué me contaba eso? Ni idea, pero lo rememoró con tanta nostalgia y diversión que no me atreví a decirle que era bastante raro que compartiera esa información conmigo.

Atravesamos los casilleros, en los cuales algunos de los chicos revolvían sus bolsos y sus casillas en busca de sus útiles de aseo. Me saludaron a coro cuando asomé mi cabeza y aplaudieron al ver que ya no tenía el yeso, por lo que su siguiente comentario fue apremiarme a volver al equipo. Les dije que eso quedaba a criterio de mi doctor, pero que estábamos haciendo todo lo posible.

Antes de entrar en su oficina el entrenador se detuvo frente a su puerta y sacó un plumón de pizarra de su chaqueta, escribió "Sonríe para la vida" en su pizarra blanca y luego me invitó a entrar. El hombre se echó sobre su silla soltando un largo suspiro y se giró para encender la cafetera que guardaba en un estante a sus espalda.

-¿Me alcanzas dos tazones de ese gabinete?- me pidió.

-Claro, pero no tomo café.- le dije sacando solo uno.

-¿Quieres agua?- negué.-¿Agua caliente?- volví a negar con una mueca de disgusto.-¿Té? ¿Bebes té?-

-¿Por qué lo dice como si fuera extraño?-

-No sé, son un montón de hojas secas que recogieron trabajadores explotados en la India o en China.- soltó con seguridad.

-Claro.- dije frunciendo el ceño.-En fin, quería hablar con usted.-

-Estaba esperando este momento.- dijo solemne.

-¿Ah, sí?-

-Sí, me considero más que un simple entrenador que trata de mantener a sus pupilos en forma. También debo asegurarme de que su mente esté en el lugar correcto, y de paso preocuparme de su afectividad.- explicó. Rebuscó en uno de los cajones de su escritorio y sacó una caja de pañuelos.-Llorar es normal, no hay de qué avergonzarse...-

La Primera RupturaWhere stories live. Discover now