Un sinfín de recuerdos

14.6K 883 40
                                    

Un sinfín de recuerdos

Flash Back

Un hombre alto y fornido. De ojos cansados, mirada perdida y con barba de aproximadamente cuatro días, conducía cerca de la acera con precavida lentitud. El clima era templado, un ambiente agradable para que las personas fueran a pasear con sus familias.

Un frío viento se coló por la ventana y refrescó por varios segundos su frente sudorosa. El interior del auto era como el mismo infierno, tan sofocante y caluroso. Sacó su brazo por la ventana para sentir la frescura del entorno pero enseguida lo regresó al volante. No debía dejar que lo vieran, nadie debía de sospechar, nadie debía reconocerlo.

Soltó un quejido mientras dejaba caer su cabeza en el respaldo; una gota de sudor recorrió su sien hasta terminar en la raíz de su cabello tan negro como el carbón. Respiró profundo y abrió abruptamente sus furiosos ojos. Inspeccionó rápidamente su alrededor, no encontró a nadie peligroso más que unos niños jugando a unos cuantos metros. Buscó con alteración un pedazo de papel dentro de su pantalón. Lo desdobló con cuidado y miró nuevamente la dirección que estaba anotada. Quería cerciorarse de que ese era el lugar que estaba buscando; sin embargo, no confiaba en nadie para preguntar si estaba en lo correcto. Así que no tuvo otra alternativa más que confiar en sus instintos. 

Limpió su frente con la tela de su playera y volvió a guardar el marchito papel en su bolsillo. Encendió el auto y condujo con esmero hasta avanzar un par de metros. Observó con curiosidad a los niños que paseaban de un lado a otro, cargando pesadas rocas. Eran tres chicuelos, que parecían divertirse colocando un montículo de piedras en medio de la calle. 

—¡Hey, mocosos! ¿Qué están haciendo? ¿No saben que está prohibido obstruir una calle? —preguntó retóricamente mirándolos acusadoramente.

Un niño de lentes se asustó al ver al hombre y enseguida dejó caer la roca que tenía en sus manos.

—Te dije que estaba mal hacer esto. —Se quejó con otro niño de cabellos azabaches. Éste miró al hombre con una mueca de molestia y habló con prepotencia.

—Eso no le incumbe. Ya ha pasado nuestra muralla y seguramente no pasarán por aquí de nuevo. Aparte, en ésta calle no pasa mucha gente, no creo que nos arresten por eso —habló con demasiada seguridad, dejando al hombre asombrado —. Vamos amigos, terminemos con esto —tocó sus hombros y éstos asintieron ignorando al sujeto frente a ellos.

—Vaya, pero qué altanero muchachito —sonrió mirándolo con cierto orgullo, ya que él tenía esa misma actitud pero más desarrollada.

Cuando quiso continuar con su camino, una brillante idea cruzó por su cabeza. Miró de nuevo a los niños y los llamó con un silbido.

—¡Ey! Les faltó por este lado —señaló con un dedo su lado derecho —. Y si quieren terminar rápido, sería mejor si utilizaran algo en que transportarlas, quizás una carretilla o una toalla, así podrán llevar entre todos una mayor cantidad de piedras. Hasta luego —rió divertido al ver sus intrigadas caras.

Condujo de nuevo una mínima distancia para ver si hacían caso a su consejo. No tardó mucho tiempo en ver que uno de ellos regresaba con una larga toalla, que no dudaron en utilizarla para acarrear las piedras. Sonrió satisfecho por lo bajo, eso le ayudaría un poco, sería un pequeño obstáculo para cualquier servicio que quisiera llegar al lugar.

Era una ayuda que le proporcionarían inconscientemente, algo que le daría unos cuantos valiosos segundos de ventaja.

El calor que antes se había esfumado por el cambio de pensamientos, volvió a su cuerpo cuando observó el número de las residencias. 

Doctora CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora