Capítulo 10.

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Amanda Turner

Llevaba toda la semana castigada, y el lunes, después de volver a casa, mi móvil al igual que el de mi hermano volvía a estar confiscado. Algo tenía que hacer para librarme de aquel dichoso castigo, pero aún no sabía el qué. De todas maneras, hoy jueves, había quedado con Gin y mañana iría a casa de Harry a pasar un rato divertido con aquellos locos y por mi cabeza no pasaba la idea de perderme ninguna de las dos cosas.

Hoy no iría al gimnasio. Había quedado con Gin sobre las cinco en un Starbucks del centro, así que me vestí con un vaquero, una camiseta de manga corta amarilla y las converse. Cogí el bolso con el monedero y una sudadera blanca por si al tiempo londinense le daba por cambiar de repente. Bajé las escaleras con cuidado. El plan de hoy era salir sin que se enteraran.

— ¿Dónde vas hija? —preguntó mi madre. Pues sí que empezamos bien.

—Esto...—piensa rápido, Amy, piensa— A la biblioteca, tengo que coger un libro para literatura. Es una de las lecturas obligatorias. Entra en el exámen —expliqué rápidamente.

— ¿Has dicho que vas a la biblioteca? —dijo mi hermano bajando las escaleras. Asentí— Pues voy contigo. Necesito mirar unos manuales para clase.

—No os entretengáis mucho. Sabéis que vuestro padre os tiene castigados —recordó mi madre. Cada uno besamos una mejilla y salimos de casa. Seguramente a mi madre no la habíamos engañado ninguno de los dos, pero también sabía que no se lo diría a nuestro padre.

—Me voy corriendo que ya llego tarde.

— ¿Quedamos aquí a las ocho? Lo digo para que se trague papá lo de la biblioteca.

—Perfecto. Hasta luego, Dani.

—Pásalo bien, tortuguita —besé su mejilla y salí prácticamente corriendo en dirección a la boca de metro más cercana a mi casa.


Ginger Bennet

En cuanto llegué del instituto y terminé de comer, me puse a hacer todo lo que nos habían mandado para el día siguiente. Sobre las cuatro y media de la tarde, me vestí de nuevo con la ropa con la que había ido a clase y salí para encontrarme con Amanda en uno de los Starbucks céntricos de Londres. Cuando llegué, ella aún no estaba así que decidí entrar para coger una mesa y esperarla dentro. Unos minutos después, apareció, con las mejillas ligeramente sonrosadas y un poco agitada. Debía de haber venido corriendo.

—Siento llegar tarde. Sigo castigada y he tenido que dar explicaciones cuando me han visto que iba a salir —se disculpó.

—No importa —sonreí.

— ¿Lo de siempre? —preguntó, asentí y se fue a pedir dos cafés. Volvió con ellos y se sentó en la silla frente a mí.

—Gracias —dije antes de dar el primer sorbo a mi café.

— ¿Y bien? ¿Vas a contarme qué te pasa? —fue directa al grano.

—No me pasa nada, ya te lo dije. Soy la Gin de siempre.

—Oh, venga ya, Gin. Saltémonos esa parte y vamos directamente a la que me cuentas por qué demonios estás rara conmigo. ¿Qué he hecho? ¿Es porque no te avisé de que estarían los chicos en la discoteca?

—No claro que no es eso.

— ¿Entonces? ¿Te ocurrió algo allí? ¿Algún capullo te molestó? —negué con la cabeza— Pues no lo entiendo. Yo pensé que lo habías pasado bien. ¡Si hasta te vi bailando con Hazza! —Ah, genial. Ahora le llama por su apodo.

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