capítulo 68

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Capítulo 68
Athenea Jones
Un pasado.



Bajo las escaleras de la mansión en medio de la madrugada, con el arma de Redgar en mis manos. Trato de moverme sin hacer ruido, no quiero que nadie me vea. Al llegar abajo, echo un vistazo rápido hacia la planta alta, hacia la puerta de la habitación principal. Sé que él está dormido allí; eso me da algo de tranquilidad, al menos por ahora.
Necesito salir por el jardín, estoy buscando a alguien específico. El frío de la madrugada me golpea en cuanto salgo al exterior, y automáticamente me abrazo a mí misma para intentar conservar algo de calor, sintiendo el frío metal del arma contra mi pecho. No me detengo a pensar en eso; tengo un objetivo claro en mente.
Voy directo hacia el galpón donde Redgar guarda sus autos. Sé que la seguridad  suele estar concentrada allí, pero necesito encontrar a Nikkos. Justo como pensé, está ahí, mirando las cámaras.
Se gira a verme sin mostrar sorpresa, estoy segura que me vio en las cámaras.
──Llévame a la casa vieja. ──digo sin rodeos. Nikkos ladea su cabeza, claramente reacio.
──No. ──sentencia.
──Te estoy dando una orden. Quiero ir allá.
Niega nuevamente, Esto no está yendo como esperaba. En un impulso, bajo los brazos, dejando que vea el arma que llevo. La reconocería en cualquier parte; después de todo, es de Red. Su expresión cambia inmediatamente.
──¿Dónde está Red?
──Está durmiendo. Llévame a la casa vieja.
──Realmente tienes los ovarios bien puesto para tomar su arma, y ordenarme como si fueses mi jefa.
Desvío mi mirada hacia él anillo que hace un par de horas Redgar deslizo en mi dedo.
──Soy la jefa. Te guste o no. Llévame a la casa vieja. ──expongo.
Se acerca a mí lentamente, casi como si temiera que yo pudiera dispararle en cualquier momento.
──¿Quieres que Red me mate o qué? En este mundo, la sangre corre, así sea familia.
Lo miro. Puedo ver el miedo, la duda, pero también una especie de respeto.
──No va a matarte. ──respondo firme. ──. Es una orden que yo te estoy dando. Quiero ir a la casa vieja, necesito ver a mi padrastro. Necesito cobrar una deuda, necesito hacerlo, por favor.
  Me siento expuesta diciéndole esto, como si le mostrara una parte de mí que nunca quería que nadie viera. Pero es verdad. Necesito hacer esto, no sólo por mí, sino por todo lo que significa ser parte del mundo de Red.
Después de un momento que parece una eternidad, Nikkos asiente. Siento un alivio inmediato, aunque sé que esto apenas si es el comienzo de lo que tengo que enfrentar. Me guía hasta una de las camionetas estacionadas en el galpón. Mientras me subo al vehículo, doy una última mirada a la mansión, consciente del poco tiempo que tengo. Sé que Red jamás permitiría que me acerque a mi padrastro si pudiera evitarlo. Y entiendo sus razones; quiere protegerme. Y la verdad, quizás yo también debería protegerme a mí misma.
Pero mientras la camioneta comienza a alejarse, siento una determinación fría dentro de mí. Temo lo que ver a mi padrastro puede hacerme, cómo puede cambiar todo lo que creo saber sobre mí misma. Pero si quiero estar a la altura de lo que significa ser la compañera de Redgar, tengo que enfrentar esto. Tengo que enfrentar mi pasado.
Mis pesadillas.
Y mi condenada infancia.
Sus abusos fueron y siguen siendo parte de mi, no quiero seguir siendo una víctima, ya basta..
Siento cómo mi corazón se acelera. Es el mismo lugar donde disparé por primera vez, donde bajo orden y guía de Redgar, herí a un policía en la mano. No puedo evitar sentirme abrumada por los recuerdos que ese lugar me trae. Nikkos aparca y de inmediato el teléfono comienza a sonar. No necesito mirar para saber quién es, y por la tensión en su rostro, sé que Nikkos también lo sabe.
Bajo de la camioneta dejando atrás a Nikkos, quien parece atrapado en una llamada que preferiría evitar. Me apresuro, consciente de que Redgar podría llegar en cualquier momento y prefiero enfrentar lo que viene sin tenerlo a él de por medio. La seguridad de la casa me conoce, pero noto su vacilación. A pesar de sus dudas, me dan paso. Mientras avanzo por el interior, siento un peso enorme sobre mí. Los recuerdos del abuso que sufrí son claros, cada detalle vuelve a mí con una claridad punzante.
Me detengo en la entrada de la sala, luchando por respirar. Todo en mí quiere retroceder, escapar de estos recuerdos, pero sé que no puedo. Llevo mi mano a mi pecho, sosteniendo el arma con fuerza. Es un recordatorio tangible del valor y de la fuerza que he adquirido gracias a Redgar. A pesar de lo oscuro y peligroso que pueda ser su mundo, él me ha descubierto, ha estado a mi lado, mostrándome que no estoy sola.
En ese momento, recuerdo todo lo que Redgar ha hecho por mí. Cómo, a su extraña manera, me ha dado seguridad dentro de su sombrío universo. Respiro hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de mí. Necesito toda la fortaleza que he acumulado para enfrentar lo que viene. Redgar me ha enseñado muchas cosas, pero la más importante es que, incluso en los momentos más oscuros, hay una forma de encontrar luz. Ahora, de pie en la casa que una vez fue el escenario de mi mayor temor, me doy cuenta de que es hora de enfrentar mi pasado, armada con el valor que él me ha inculcado.
Él me ha enseñado que si caigo, lo haré con él. Así que tengo que enfrentar esto.
Doy un paso más, y allí está.
Sentado en una silla en medio de la sala, amarrado de pies y manos. Siento como mi piel se hiela, tiene los ojos vendados y aún así, noto los golpes que le han dado y que se merece.
Aferro mi agarre al arma, siento una piedra en el estómago, y un nudo asfixiador en mi garganta, miles de cosas pasan por mi mente, las veces que grité, las veces que lloré, las veces que pedí que parara, y esas tantas veces cuando era una adolescente y solía disociarme para no perder la cabeza, las muchas veces que trabe la puerta, y esa condenada noche en la cual decidí correr… ya no podía más.
Una lágrima cae por mi mejilla. 
Siento rabia, odio y dolor, mucho dolor.
Levanto el arma con mi mano tembloroso, las lágrimas no dejan de salir de mis ojos, es como si todo aquello que a aglomerado y ha decido salid ahora, justo ahora.
Lo quiero muerto.
Quiero desaparecer su presencia.
Quito el seguro, y doy un paso para quitarle la venda, intento no tocarlo, me asquea. Tose e intenta abrir los ojos pero el dolor de los golpes no lo deja, eleva su rostro y las náuseas me invaden al verlo finalmente ante mi.
──¿Athe…nea?
──No digas mi nombre… ──gruño.
Una mano se posa sobre la mía, sus orbes azules están en mi.
──Si quieres matarlo sin hacerlo sufrir lo entenderé pero yo, yo quiero hacerlo pagar, quiero que sufra, quiero que implore… necesito darte eso. ──su voz, sollozo cerrando mis ojos con fuerza. ──. Nena, mírame. ──no bajo el arma. ──. Te juro que tú serás quien lo mate pero déjame hacerlo sufrir. ¿Nena?
Desvío mi mirada hacia él.
Suelto el arma, Redgar la toma y con ella golpea con fuerza a mi padrastro haciendo que caiga hacia atrás. Se acerca a mi y seca mis lágrimas con cuidado.
──¿Robaste mi arma?
Asiento hundiendo mi rostro en su pecho.
──Me dejaste dormido en nuestra habitación, y ordenaste a Nikkos que te trajera. Eso hace mi mujer, mi mujer enfrenta sus miedos, y es valiente.  ──musita con orgullo. ──. ¿Quieres ver cómo sufre? Va a rogar morir.


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