capítulo 63

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Capítulo 63
Red


En mi despacho, la furia se había adueñado de mí, transformando el lugar en un reflejo de mi tormento interno. Los objetos volaban, impulsados por mi ira e impotencia, estrellándose contra las paredes con un estruendo que, sin embargo, no lograba superar el ruido de mis propios pensamientos. Había tenido que mantener la calma frente a Athenea, una tarea cada vez más difícil a medida que su condición se deterioraba ante mis ojos. La situación había escalado a tal punto que tuve que llamar a un médico para sedarla, y al verla tan vulnerable, conectada a sueros porque no había probado bocado en todo el día, sentí cómo mi preocupación crecía exponencialmente.
Tony entró en el despacho en ese momento, su mirada recorriendo rápidamente el caos que me rodeaba. La furia y desesperación que me consumían eran evidentes, y él, con un leve carraspeo, rompió el silencio.
Mi respuesta fue mecánica, un reflejo de las pocas ocasiones en mi vida en las que realmente había perdido la compostura. Al escuchar su pregunta.
──¿Qué ha pasado? ──me erguí, intentando recobrar algo de control sobre mí mismo, tronando mi cuello en un gesto de frustración antes de responder.
──Nikkos ya está en ello. Lo traerá vivo.
──Lo quiero en el sótano.
Mis pensamientos volvían una y otra vez a Athenea, a su infancia llena de huidas, llantos y maltratos. Reflexionar sobre esos traumas que la habían moldeado me resultaba insoportablemente doloroso, me dolía, me ardía el pecho.
Tony, intentando distraerme o quizás brindarme algo en qué enfocarme, me acercó un trago y se sentó frente a mí.
──Sacaron a Tom Hills de la policía. Estoy seguro que Wells tuvo que ver en ello, así que espero tus ordenes. ¿Mato a Hills?
Al oír ese apellido, mi atención se agudizó. Quería a Wells sufriendo, tanto como fuera posible, aun si eso significaba tener a medio FBI persiguiéndonos.
Ese deseo de venganza, alimentado por la necesidad de proteger a quienes me importaban, a quien me importaba. se había convertido en el núcleo de mi ser. La ira, la furia, el deseo de retribución formaban un huracán dentro de mí, un huracán que, en ese momento en el despacho, Tony había presenciado en plena formación. Mientras tomaba el vaso que me ofrecía, supe que cualquier camino que eligiéramos de ahora en adelante estaría lleno de peligros y consecuencias. Pero estaba dispuesto a enfrentarlos, por Athenea.
──Cazaremos al FBI.
Tony me observa.
──Quiero a Wells, quiero Hills y quiero a todos los malditos que quieren a mi Athenea. A todos… a cada maldito hombre. ──gruño con fuerza.
──Sé donde está Hills.
Sonrío dejando salir todo el infierno que llevo por dentro.
──Vamos por él.
Tony asiente y se marcha a preparar todo, en cambio yo me encaminó a la habitación donde hace Athenea dormida, los efectos del medicamento tardarán en dejar su sistema, acaricio levemente su mejilla.
──Todo lo que hago es por ti. ──más que un susurro es una confesión. Me alejo sabiendo que en esta inmensa mansión está segura, y que nadie osara a tocarla, y sus pesadillas quedan en eso; pesadillas.
Al salir de la habitación Camila aparece en mi visual.
──Preparen comida para Athenea. ──Baja la mirada al escuchar mi voz.
──Si, señor. ¿Algo más?
Me detengo al inicio de la escalera.
──Tus atenciones hacia mi, ya no son necesarias. Dedícate a atender a los hombres. ──bajo las escaleras con rapidez.


****




La noche en el Bronx nunca parece cambiar; es siempre un entramado de sombras y susurros, donde cada esquina podría contar historias de desesperación o violencia. en medio de todo esto, pero lo mío no es un cuento más para el olvido. Es personal. Camino con Tony y parte de mi seguridad a un lado, pero en estos momentos, siento la soledad del comando pesándome en el alma.
Antes de adentrarnos en esta jungla de concreto, dejamos las camionetas a una distancia prudente.
──Espárzanse. ──les ordeno a mis hombres, con una voz que no admite réplica. Ellos obedecen sin vacilar; saben que lo que viene es cosa mía. Me quedo de pie, saboreando el último cigarrillo en tranquilidad, un pequeño placer antes del inevitable desenlace. Tony, siempre observador, me lanza una mirada inquisitiva.
──¿Qué quieres hacer? ──pregunta, aunque la respuesta ya la sabe.
Lo miro directo, dejando que mi decisión se revele en mis ojos.
──Lo haré yo. Que nadie se interponga. ──No soy un hombre de muchas palabras, pero las mías pesan. Tony asiente, su silencio es todo lo que necesito. No es la hora de las dudas, es el momento para la acción. Cuando Tom Hills sale de aquel puesto de comida, siento cómo todo en mi se agudiza. La venganza, una sed implacable, me consume.
Sigo a Hills con la distancia prudente de un cazador tras su presa. Mis dedos rozan la culata de la pistola bajo mi chaqueta; es un contacto reconfortante. Mi navaja, escondida también, lista para cualquier eventualidad. No soy ajeno a esto, a la violencia, al peligro.
Puedo sentir el peso del aire, cargado de electricidad, anticipando lo inevitable. Por un momento, el mundo se reduce a este juego del gato y el ratón entre Hills y yo. Pero no hay juego, no realmente. Es una danza macabra que sólo puede terminar de una manera. Mi mente no divaga, está fija en mi objetivo, en mi propósito. Athenea, su memoria, es lo único que me acompaña en esta soledad escogida.
Avanzo, sombra entre sombras, en este barrio que ha visto demasiadas tragedias. Pero esta noche, la tragedia es mía, personal e intransferible. La justicia, esa palabra tan gastada y desfigurada, tomará forma bajo mi mano. Y mientras me acerco a mi destino, siento una claridad brutal. Esto es lo que debo hacer. No hay lugar para la duda, no ahora.
En el silencio de la noche, con la ciudad a mi espalda y mi destino delante, soy un hombre con una misión.
Mis pasos, medidos y silenciosos, no dejaban rastro en el asfalto húmedo del Bronx. La atmósfera cargada de anticipación y el peso del acero contra mi costado eran mis únicos compañeros en aquel camino solitario hacia la venganza.
Al entrar en el vagón del metro, la electricidad del momento me envolvía. Las puertas se cerraron con un siseo, sellando nuestro destino. Fue entonces cuando Hills se giró para enfrentarme. No había sorpresa en sus ojos, sólo la aceptación del final que ambos sabíamos inevitable. Sin palabras de por medio, sin gestos innecesarios, nos reconocimos como lo que éramos: dos hombres destinadas a chocar en aquel espacio confinado, movidos por una historia que nos excedía y nos consumía a partes iguales.
El tiempo pareció detenerse cuando me lancé hacia él, mis puños guiados por la sed de venganza que me había llevado hasta allí. El primer golpe conectó, una descarga de furia concentrada, pero no fue suficiente. Lo que siguió fue una lucha caótica, violenta, la danza brutal de dos fuerzas igualmente determinadas a no ceder. Golpe tras golpe, moviéndonos entre el estrecho pasillo del vagón, era imposible discernir dónde terminaba él y comenzaba yo. Nuestra pelea no conocía de ventajas ni de cuarteles; era la manifestación pura de nuestra enemistad.
Golpeó su pecho haciéndolo perder el aire, limpie mi labio partido y con un esfuerzo sobrehumano, reuní cada fibra de mi ser para alzar a Hills y lanzarlo contra una de las ventanas del vagón, que se quebró bajo el impacto. La visión de su cuerpo, golpeado pero no vencido, escupiendo sangre y levantándose pesadamente, era tanto una prueba de su resistencia como un desafío a la mía. No había espacio para la piedad, ni siquiera cuando las marcas de una golpiza anterior adornaban su cuerpo. Esto no era sobre él; era sobre Athenea, sobre lo que tenía que hacer.
Cuando Hills se me enfrentó de nuevo, sonriendo con la boca llena de sangre, sus palabras cortaron el aire con más filo que cualquier navaja.
──No es de mí de quien deberías proteger a Athenea.  ──Su provocación encontró terreno fértil en mi mente, confundida y colmada de odio. Al sacar la navaja, sentí el peso de sus palabras.
──¿Y de quién entonces? ──Las palabras apenas escaparon de entre mis dientes apretados, una demanda por la verdad que siempre me había eludido.
──De Wells…
Al escuchar el nombre de Wells de los labios ensangrentados de Hills, algo se revuelve violentamente en mi interior. La mención de John Wells no es solo un nombre; es una llama que incendia cada rincón de mi ser, avivando una ira que pensé haber domado, su papel en el sufrimiento de Athenea, se convierte en el combustible de mi furia. Ahora, ante mí, Hills ya no es solo un objetivo, es la clave, el mensajero de verdades ocultas que necesito desentrañar.
Sin pensarlo, me lanzo nuevamente hacia él, mi cuerpo movido por una fuerza que parece emanar de las mismas profundidades de mi rabia. Mi pie se encuentra con su brazo en un golpe seco, el sonido del hueso quebrándose es un eco distante comparado con el rugido de mi sangre. Él grita, un sonido gutural de dolor y sorpresa, pero no tengo misericordia. La navaja, antes una extensión fría de mi voluntad, se hunde en su hombro con una precisión que solo proporciona el odio.
──¿Qué sabes? ──Mis palabras son un gruñido, una demanda de respuestas que me han sido esquivas.
Hills gruñe, el dolor pintándole cada rasgo, pero lo que me detiene no es sufrimiento, es su confesión.
──Su mirada me dijo que algo tramaba, cuando le mostré la fotografía de Athenea fue como si le hubiese mostrado oro puro… ──Esa admisión enciende una alerta en mi cabeza, una sospecha que se convierte rápidamente en certeza. Esto es peor.
La navaja se hunde más, un acto de violencia que es tanto una pregunta como una condena.
──Háblame de las oficinas del FBI, dime todo… todo. ──Mi voz es la de un hombre al borde, Hay una urgencia en mi demanda.
En este momento, en este sucio vagón de metro con la sangre y el dolor flotando en el aire como una promesa incumplida, siento la verdadera magnitud de mi lucha.
Wells, las oficinas del FBI, todo aquel que se esconda detrás de esta red de traición, sentirá mi ira. No habrá tregua, no habrá perdón. Solo la determinación fría de un hombre que tiene algo que perder y todo por descubrir.


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