capítulo 4

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Capítulo 4
Red
Ojo por ojo.


La noche se despliega sobre Nueva York como un manto oscuro, pesado, ocultando los pecados de sus habitantes bajo su ébano abrazo. En uno de los nichos de lujo y exceso de la ciudad, el “Le Lys Noir”, estoy yo, Red, el rey invisible de un submundo de sombras y susurros, cenando con mis socios. La riqueza destila de las paredes; el cristal de los candelabros tintinea como risas sofocadas y la plata choca con suavidad, un concierto para sibaritas.
Mis ojos buscan una sola figura: Athenea. La mesera cuya existencia he seguido con la constancia de una sombra, cada movimiento observado, cada sonrisa custodiada desde las profundidades de mi territorio secreto. Ella nunca lo ha sabido, ni lo sabrá, porque la protección real es la que se siente, no la que se declama.
Mis invitados parlotean y negocian, Notan mi distracción, pero la atribuyen a los meandros de un negocio turbio, jamás a la delicada figura que se desliza entre las mesas.
Ninguno dice nada, y no sé atreverían a hacerlo.
Athenea se mueve con inseguridad puedo notar incluso como le duele pisar el pulido piso de mármol que yace a sus pies, todo su pasado es cargado a cuestas en sus hombros y el dolor hace pesado sus pasos.
Los hombres que vienen aquí tiene dinero… y algunos poseen dos de las maravillas del mundo; dinero y poder, yo soy uno de ellos.
Está atendiendo una mesa a un par de distancia llena de niños ricos que nunca han sufrido una mierda en su vida, esos que se creen dueño del mundo cuando en realidad lo único que le pertenece es un puto apellido, noto como uno de sus clienta la  acechan con hambre impura. Observo cómo ese instinto que ha mantenido a mis enemigos a raya durante años, me grita que intervenga. Ella se aleja, su expresión brevemente nublada por el disgusto, excusándose con una falsa sensación de mareo. Su actuación es digna de elogios, pero su perseguidor es torpe, su calor animal traicionando sus modales de caballero.
Cierro mis manos en puños con fuerza debajo de la mesa, y me mantengo estoico como siempre controlando mi naturaleza, las intensas ganas que tengo de arrancarle los ojos por verla de esa manera.
──Jefe, Se hizo lo que pidió.
Desvío mi punto de concentración hacia uno de mis empleados.
──Las calles están limpias ahora, jefe. ──dijo Tony, su voz tan fría y vacía como la mirada de un tiburón.
Se acomodó en la silla, el cuero crujiente como testigo de su pesar. Traía noticias, el final de una balada sangrienta compuesta por plomo y traición.
──Cuéntame. ── respondí, una orden velada en la poca paciencia que la mera formalidad podía disimular.
Mi mano descansaba sutilmente sobre la mesa de caoba pulida, pero mis ojos estaban clavados en los suyos. Quería detalles, cada sombra y cada suspiro del acto final.
El morbo me corroe, aunque aún no he olvidó el asunto que luego voy a solucionar.
──Mike se ocupó de los vigías. Dos tiros certeros y adiós vigías. Luego Nick y yo entramos. Era un desastre, jefe. Habían intentado cortar y correr con la mercancía, pero no contaron con que los esperábamos.
Se detuvo un instante, quizás saboreando el recuerdo o simplemente construyendo la escena en su mente.
──El primero cayó mientras pesaba lo que ya no le pertenecía. Mi cuchillo fue más rápido que su balanza. Nunca vio venir el final. La sorpresa quedó eterna en sus ojos abiertos.
Había una la ley en las profundidades de nuestro mundo.
──¿Y los otros?── inquirí, un ligero gesto de mi mano lo instaba a continuar.
Tony se inclinó hacia adelante, la oscuridad de sus ojos reflejando la oscuridad de su alma.
──Los otros intentaron correr. Pensaban que la noche les daría cobijo, pero la noche es nuestra aliada, no de ellos.── Hizo una pausa breve, saboreando el poder que le otorgaba ser el portador de la muerte. ──. Nick los cazó uno a uno, en los pasillos, en las escaleras, les enseñó que no se puede escapar de las sombras. Les disparó en las piernas primero, para que la esperanza muriera antes que ellos.
No había alegría en ello, solo la fría aceptación de que la traición y la avaricia pagan con sangre en nuestra línea de trabajo.
──Bien.──finalicé, dando por completado el informe. ──. La traición se lava con sangre y el miedo nos asegura silencio. Asegúrate de que se corra la voz.
Tony asintió, su gesto era grave pero sin remordimiento. El juego que jugábamos no permitía tal lujo.
──Será como dices, jefe.
En las calles húmedas de Nueva York, el miedo se dispersaría como la niebla matutina, recordando a todos quiénes éramos. Salimos del restaurante casi al cerrar sabía que ella estaba salvo allí dentro y que ese tal Julián la acompañaría a casa, él no me incomodaba en lo más mínimo era gay y tenía pareja, sólo intentaba cuidarla igual que yo, sólo que mis métodos eran extremos.
──Jefe. ¿nos vamos?
──Me iré sólo. ──Sentenció haciendo que todos me observen.
──¿Jefe? ──Pronuncia confundido Tony, su trabajo era cuidarme.
──Es una orden.
Dudan pero se marchan al ver mi determinación, subo a mi deportivo cerrando mi abrigo negro, e ingresó en mi GPS esa dirección que pedí hace un par de minutos. No hay escoltas que puedan impedir que la sombra se una a la oscuridad.
Una opulenta mansión escasa de seguridad me espera.
La puerta de su casa cede ante mis persuasivos métodos. Puedo escuchar sus pasos y su risa torcida en la cocina mientras habla por teléfono sobre esa mesera a la cual haría pagar por rechazarlo, entro en silencio para luego dejar caer con un gran propósito un vaso de vidrio, La sorpresa en su rostro se asemeja a la de un acto religioso, una iluminación grotesca cuando descubre que es el preso.
──Solo yo miro a Athenea. ── murmuro con la frialdad del acero, mientras mis manos, expertas en impartir justicia, encuentran su camino hacia su rostro. ──, Y quienes la miran con osadía deben perder la luz que contamina su existencia.
El grito que se ahoga en las profundidades de su garganta es el último tributo a los dioses de la venganza mientras cumplo mi ritual. Un ojo, símbolo del deseo corrupto, desaparece bajo los dedos de su verdadero juez.
Disfruto al verlo llevar su mano a su rostro, la sangre corre por su rostro a borbotones, intenta desesperadamente buscar ayuda aferrando sus manos grotesca a la fina tela de mi abrigo.
Lo pateo con fuerza mientras acomodo mis guantes, y guardo la navaja que use para dejar sin ojo.
Me retiro satisfecho
Mi obra está completa, la oscuridad abrazando mis actos. Nueva York nunca duerme, pero esta noche, un hombre lo hará en la negrura eterna, recordándole a todos que Athenea es inmaculada y solamente mía para proteger.



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